Manual de una cantante
“Estaba escribiendo en tiempo real el manual de la cantante argentina de rock”, afirma María Rosa Yorio retrotrayéndose a 1976, cuando Nito Mestre y Los Desconocidos de Siempre fueron elegidos para la tapa de El Expreso Imaginario. Este episodio de vértigo –Yorio fue la primera rockera en ese lugar de exposición– es solo uno de los fogonazos de Asesínenme. Rock y feminismo en los años 70 (Planeta): las memorias sensibles de una sobreviviente de la aventura a tientas que fueron las primeras dos décadas de rock en la Argentina.
A contrapelo de la fidelidad documental y el rigor cronológico, Yorio deja que el libro sea la piel sensible de sus recuerdos, tal como los percibe hoy, con el paso del tiempo como caja de resonancia. Como en un desvío de la reconstrucción fáctica, la autora va reelaborando y reflexionando sobre su experiencia, como si estuviera ante un video familiar tras muchos años. Fascinándose con la frescura de esa adolescente que se cruzó con Sui Generis en el Auditorio Kraft, lamentándose de la inocencia de la chica que postergó el erotismo, felicitando a esa cantante que se atrevía a bailar y explorar su voz, desconociendo a esa madre joven que se convirtió en una “Sisebuta de mal humor”.
Asesínenme no escandaliza, pero no carece de revelaciones impactantes y de una impiadosa relectura de un tiempo donde se confundían sexo libre y sueños colectivos. “Un libro tierno, sincero, fuerte”, como escribe León Gieco en el prólogo: no hay aspecto por descubrir (los fans de Charly encontrarán muchas intimidades) en un revisionismo que inhuma tabúes. Por momentos, un diario de la carrera desventajosa que implicaba ser casi la única artista mujer en el amanecer del rock argentino.
Fan de Sui Generis y más tarde novia de Charly, Yorio se casó con Charly y tuvo un hijo. También fue pareja de Nito Mestre e integrante de Los Desconocidos, como lo había sido de PorSuiGieco, aunque su apellido no se incluyera en el nombre del grupo (García se encargó de que cobrara igual que el resto). Otras injusticias van apareciendo como luces de un faro, mientras Yorio las reinterpreta desde un enfoque que combina la perspectiva de género con la espiritualidad, y que es tan implacable con quienes la rodeaban como con su propia confusión e intrepidez.
El inicio de los 80 marca un quiebre, a partir del cual el libro se diluye. “El ambiente empezaba a poblarse de chicas que cantaban. Había una nueva sensibilidad. (...) Un marco en el cual podía sentirme menos sola como mujer”.