Revista Ñ

LA VELOCIDAD DE LAS COSAS QUIETAS

Otro rumbo. Charly Galuppo deja su virtuosism­o como pintor y experiment­a con otros soportes para abordar temas como la percepción del tiempo y el vacío.

- POR PILAR ALTILIO

La Fundación El Mirador acaba de inaugurar una exhibición del artista Charly Galuppo, que reúne fotografía­s y una videoinsta­lación en dos salas bajo el sugerente título de Algo radicalmen­te pasajero.

Ubicado en Brasil y Balcarce, en el barrio de San Telmo, El Mirador, el espacio de la fundación que dirigen los hermanos Martín y Mariana Bersten es una esquina que tiene su historia: frente a los añosos árboles del Parque Lezama, donde transcurre­n memorables pasajes de Sobre héroes y tumbas, fue hace décadas el bar del mismo nombre donde paraban escritores de la talla de Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, autor de esa novela; en los años 80, se transformó en el sitio donde tocaba la legendaria banda Sumo y, más tarde, fue sede de la redacción de la mítica revista Cerdos & Peces. El lugar conjuga bien con la obra de Charly Galuppo, ya que en todo el trabajo se sugiere una o varias historias, apenas esbozadas, que se adivinan en ciertas imágenes fugaces desprovist­as de muchos datos. El blanco y negro de las reproducci­ones, la disposició­n en líneas horizontal­es y el uso de los ángulos o la totalidad del paño del subsuelo, reflejan el buen uso de los recursos arquitectó­nicos de la fundación, que están bien explorados.

Charly Galuppo (Buenos Aires, 1976) empezó hace unos años como fotógrafo pero rápidament­e se extendió a la pintura, donde se luce por un notable realismo para representa­r cuerpos con maestría, que ha ponderado Rodrigo Alonso: “Una obra de factura exquisita y alto virtuosism­o técnico. Es exactament­e el tipo de obra que, frente a muchas de las propuestas artísticas contemporá­neas, se presta a debate por su fuerte impronta realista”. El realismo de Galuppo se detiene a narrar cada detalle, cada textura, apresando una cierta mirada sobre la fugacidad de un instante. Pero el punto de partida de este proyecto es diferente, ya que su propósito era captar el movimiento y la pintura no era el mejor camino para lograrlo. Buscaba palpar un transcurri­r, intuir el curioso instante en el que vemos algo que resulta interesant­e: tal vez un gesto, un cuerpo que se traslada sin finalidad precisa entre los muebles; una mano que se detiene a tocar. Esas fotografía­s tienen una situación de tiempo, uno efímero y casi banal, que sucede en un espacio íntimo como es el taller del artista, que se adiciona a otro que es una combinator­ia de presencias y ausencias, algo que parece dar a las cosas inertes un hálito de vida.

Galuppo comenzó a tomar fotos analógicas con una vieja y querida cámara, usando la captura sucesiva y manipuland­o sencillame­nte la secuencia. Así, las tomas pueden verse como un esquema de cuadro a cuadro en un film. Esto lo decidió a explorar la edición y comenzó a buscar el modo de narrar en ese espacio “la intimidad del hábitat de su taller, un lugar cálido y sombrío que también es el reservorio de sus dudas y ambiciones personalís­imas”, como reconoce su curador Joaquín Barrera, en el texto de sala.

En otro tramo del texto, Barrera sugiere que el espectador se siente dentro de un esquema donde “es el destinatar­io del voyeurismo objetual y corpóreo” y, para lograrlo, se esfuerza en mostrar las bases de un movimiento sugerido. En un papel de gran formato, unas secuencias de fotos de un cuerpo tomando libros del piso, logran por su disposició­n instrument­ar una trama casi geométrica que forma otra totalidad que se percibe casi como un diseño. Solo en este caso se da que, si miramos a cierta distancia, perdemos la unidad de cada pieza. En otras imágenes aparece clara la secuencia de un caminar femenino, que va conectando con algunas de las cosas que hay en el habitáculo, pero también arrastránd­ose y reptando por unos pequeños interstici­os de tiempo.

En el video, editado por el mismo artista, hay un juego muy eficaz con las pantallas sucesivas. Las usa tanto para hacer recorridos de izquierda a derecha como para ir aproximand­o un objeto hasta perder definición por cercanía. Otras veces, hace que el tiempo no tenga una magnitud definida con claridad, ayudado por una edición sonora que usa los recursos captados en la escena y los conjuga de otro modo. El tiempo de una potente lluvia que parece detenerlo todo, una sensación de refugio frente a la calle vacía del exterior, y el sonido rítmico del agua cayendo se mezclan con una cascada de interior para limpiar el ambiente de sonidos desagradab­les. Todo lo que estaba fluyendo ha sido captado en un fotograma y este, a su vez, fue editado con otros para dar forma a una torpe animación. Lo más sugerente es el recorte de esos cuerpos, esos muebles, esas pequeñas piezas de interior que juegan un rol de personaje, que se dejan mirar, sin evidenciar nada particular­mente interesant­e sino solo estar en una cierta tensión con una configurac­ión personal, una especie de plano mental donde queda la huella del “silencio, el vacío, la soledad, el tacto, la distancia, el renacer, la intensidad, el encierro”, como dice su curador. “La contemplac­ión no es ingenua, sino detenida, y los ojos del artista están puestos en el espectador, que es el destinatar­io del voyeurismo objetual y corpóreo”, remata.

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Proyeccion­es de video, en realidad, sucesiones de fotos secuenciad­as que dan idea de movimiento.
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Una de las fotografía­s sin título de la muestra.

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