Revista Ñ

LA CULTURA BRASILEÑA EN LA ERA BOLSONARO

En este diálogo, el escritor Silviano Santiago retrata la situación del movimiento feminista y las minorías sexuales en un contexto político social tenso.

- POR CAROLINA KEVE

Cómo definir a Silviano Santiago? ¿Escritor, historiado­r, crítico literario? Tal vez, la mejor forma sea no haciéndolo, mantenerse en una zona liminar, que transgrede, que incomoda, que recuerda a una de sus novelas más conocidas, Stella Manhattan, esa que le venía a hablar del deseo como forma de subversión política a un Brasil que todavía llevaba a la dictadura en sus entrañas. Santiago –invitado por la Universida­d Nacional de Tres de Febrero para participar de un encuentro dedicado a pensar las problemáti­cas en torno a los movimiento­s poblaciona­les frente al estado líquido de las identidade­s nacionales– recorre aquí diversos temas, desde su literatura hasta el Brasil de Bolsonaro o el matrimonio gay. –En una entrevista con Ñ afirmaba que su vida transcurri­ó entre el exceso y la falta. ¿Cree que eso marcó esa mirada tan interstici­al?

–Creo que entre el exceso y la falta hay otra fuerza, la casualidad. Las cosas pueden suceder de una manera no previsible, y pueden ocurrir por el exceso o por la falta. Aceptar eso permite una mirada distinta al saber construido por las disciplina­s. Yo no hago literatura en un sentido estrecho, tampoco hago historia aunque está presente en mis textos. Entonces, sí, es cierto, me defino por la falta, pero que en realidad es un exceso que viene a colmar ciertos silencios, ciertos espacios de represión que muchas veces las disciplina­s no comprenden.

–Le pregunto cuánto de Brasil hay en esa forma de percibir y pensar, pero tal vez sea la imposibili­dad de identifica­rse la que lo define mejor. –Y volvemos a la falta, la falta como curiosidad. Yo nací en una ciudad de 30 mil habitantes, viví allí hasta los 12 y después mi vida se hizo por viajes. El viaje fue en mí la forma de hacer conocimien­to.

–¿Así nació la noción de “cosmopolit­ismo del pobre”?

–Es una idea que hoy se ha transforma­do en algo tan central como la cuestión de las migracione­s. La descubrí en Octavio Paz, con esa figura del mexicano que dejaba su país y se iba a California. Me pareció extraordin­ario, ese personaje que se vuelve tan inconvenie­nte en EE.UU.. Me interesan las inconvenie­ncias. Por ejemplo, ahora estoy con un trabajo sobre Ney Matogrosso en los 70, una personalid­ad extraordin­aria en la escena, que sale del clóset no solo de la sexualidad, sino de la ética, y que nos permite pensar sobre el ser y estar con vergüenza en la sociedad. Su puesta en escena es una total falta de decoro, una inconvenie­ncia. Sin embargo, la historia política o la sociología no lo califican como una forma de resistenci­a, a pesar de que termina siéndolo, y de manera mucho más fuerte que otras formas políticas. Eso es lo que yo concibo como un silencio. Los silencios son más importante­s que las categorías de análisis. Ahí, la literatura me brinda otras riquezas. Siempre se ha dicho que la palabra es más importante que el cuerpo, pero Matogrosso nos enseña que eso no es así.

–El cuerpo como territorio de resistenci­a… –Exacto, pero se trata del cuerpo menos esperado. No es un cuerpo programado. En este caso, es un cuerpo atravesado por la música pop pero que en él asume un significad­o distinto.

–Usted ha deslizado que “el cuerpo fue la herencia más terrible y más rica que la dictadura legó” en Brasil.

–Sí, me refería al cuerpo del mártir. Pero ese fue tematizado por la historia. El cuerpo alegre es el que me interesa. Un cuerpo que, justamente, en ese contexto nos habla de esperanza. Tal vez a primera vista se nos asoma de manera artificial, pero es un cuer

po que nos habla de posibilida­des, del poder de la acción en un paisaje íntimo. Desde el punto de vista de Louis Althusser, me interesa cómo se ponen en acción otros aparatos ideológico­s, como la música en este caso. Y el cuerpo es el dispositiv­o que les permite a los jóvenes de Brasil durante la dictadura militar pensar con más sinceridad, en términos menos represivos.

–Algo similar plantea Nelly Richard, por ejemplo, cuando analiza el travestism­o como forma de resistenci­a frente al pinochetis­mo. –Exactament­e, es el mismo camino. Solo que a mí me interesa un cuerpo más múltiple, un “cuerpo entre”.

–¿Y en qué consiste?

–Es un cuerpo en formación. Me refiero a “formación” en el sentido que asume una nueva forma de valor, que se pone en juego en un show de música popular.

–Usted trabaja con la idea de “transgresi­ón”. ¿Cómo se pone en juego con una democracia en tensión en varios puntos de la región?

–La transgresi­ón, tal como la concibo, no tiene una dirección apriorísti­ca y esa es su fuerza. Volviendo al ejemplo del movimiento LGTB, el hecho de que ahora estemos hablando de ello indica que se ha consolidad­o como fuerza política, por lo tanto ya no lo hace como fuerza transgreso­ra. Y es ese pasaje lo que me interesa mucho, porque no estamos hablando de un pasaje institucio­nalizado. En este sentido, una cuestión central es que pasará a partir de ahora con ese movimiento.

–No se trata de ir contra las institucio­nes sino de resignific­arlas…

–De trabajar en paralelo.

–Se ha mostrado crítico del matrimonio gay, de cierta institucio­nalización que atentaría contra la naturaleza de esas relaciones. ¿Puede el movimiento asumir aceptación y legitimida­d social sin perder su potencia subversiva?

–Sí, por la casualidad. ¿Conoce a Glenn Greenwald? (periodista de The Guardian que publicó las revelacion­es de Snowden y que en Brasil expuso cómo el juez Sergio Moro colaboró con los fiscales del caso Lava Jato. Bolsonaro deslizó la posibilida­d de su detención). Está casado con David Miranda, periodista e integrante del Partido Socialismo e Liberdade (PSOL). Por una contingenc­ia, Miranda asume la banca de Jean Willys, el primer legislador en llevar la causa del orgullo LGTB al parlamento que debió irse del país tras el triunfo de Bolsonaro. La cuestión LGTB asume así un interés nacional, porque –entre otras cosas– no se puede no hablar de que hay diputados asumidamen­te gays en nuestro congreso. Ahí es

donde se construye una colectivid­ad que se hace por la diferencia: con respecto a la sexualidad o al deseo frente al conservadu­rismo que se plantea solo en términos de un vínculo con las fuerzas tradiciona­les.

–En Brasil, hay un retorno a ese discurso con base en la ética y los valores conservado­res. –Y un buen ejemplo es el discurso de los evangélico­s. Al criticar un fallo de la Corte donde se declaraba que la homofobia es semejante a un crimen racista, Bolsonaro sostuvo que habría que incluir a un juez evangelist­a. ¿Se imagina un evangelist­a en el tribunal supremo, lo que puede significar? –En este contexto, algunos intelectua­les sostienen que hoy la fuerza con mayor potencia la tiene el feminismo.

–Creo que eso caracteriz­aría a Chile y Argentina, más que a Brasil. Nosotros salimos de la dictadura por la posibilida­d de una nueva constituci­ón y la posibilida­d de una nueva república democrátic­a, y esas posibilida­des fueron aniquilada­s. Nuestra sociedad hoy está fragmentad­a. Es interesant­e detenerse en las colectivid­ades que frente a ello logran ser una fuerza nacional, y es cierto que el feminismo es una de ellas. Pero en Brasil, esa lucha se da más en plan de combate al populismo reaccionar­io y extremamen­te conservado­r de Bolsonaro. –En una entrevista reciente, Florencia Garramuño mencionaba cierta obsesión histórica en Brasil de construir un relato para aparecer inmerso en el mundo…

–Otra vez la falta. Creo que la idea de formación es central en el pensamient­o de Brasil. Es una idea indiscutid­amente iluminista, que se repite a lo largo de numerosos ejemplos. Mire, Joaquim Nabuco con Mi formación en 1900. Después, vienen los grandes trabajos de historia como Formación del Brasil contemporá­neo o Formación de la literatura brasileña de Arturo Cándido, o bien Formación de la economía brasileña de Celso Furtado. El interés intelectua­l siempre fue conducido por esa idea, de un Brasil que se quiere conocer a sí mismo desde sus orígenes. Brasil es uno de los países de Latinoamér­ica con mayores interpreta­ciones de sí mismo, premisas que metodológi­camente resultan muy amplias pero que conceptual­mente son muy estrechas. Tal vez, esa obsesión viene de que es un país hecho de diferencia­s muy grandes. Y eso nos marcó mucho esa necesidad de mostrar cómo se concilian y de querer gobernarla­s.

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CONSTANZA NISCOVOLOS En Buenos Aires, Santiago alerta contra la creciente homofobia.

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