Revista Ñ

Performáti­co e indefinibl­e

- POR JULIA VILLARO Julia Villaro es crítica de arte.

“Un paquete de azúcar”, “una bomba llena de afecto”, “un delirante”, “un querubín de Rubens”. Sucede con los personajes inasibles: las definicion­es desbordan, pero el hueso duro de esa identidad infinita nunca termina de roerse.

Eso pasa con Federico Manuel Peralta Ramos, alias FPRM, alias “el primer artista conceptual de la Argentina”, alias “el hombre que despilfarr­ó en una cena para 25 el dinero de la Beca Guggenheim”. Del infinito al bife, el libro de Esteban Feune de Colombi da sólida cuenta de ese espíritu inaprensib­le, errante como un plancton, como él mismo definía. O al menos eso parece que dijo.

Porque como también pasa con los personajes de culto, las leyendas se desdicen, y abundan las falsas verdades. Acaso por ese contradict­orio desborde de ideas en relación a su figura (capital de lo que fue la vanguardia en los 60, y todavía algo tapada) Feune de Colombi elige labrar una biografía coral.

El texto, entonces, se organiza como una trama dinámica. Su autor es más un editor y la nobleza de su pericia consiste en que el corte casi no se advierta. El libro, que enhebra un número exhaustivo de testimonio­s alrededor de su figura, se lee de un tirón y convoca en sus lectores la voracidad de un buen relato. Hay una integridad que trasciende lo fragmentar­io y demuestra, con feliz desenfado, que no existe coherencia sin contradicc­ión. Feune de Colombi comulga en ese aspecto con el credo estético de Federico.

Peralta Ramos nació a fines de la década del 30 en una familia patricia. Estudiante eterno en la carrera de arquitectu­ra (hay quien dice que le quedaron cuatro finales pendientes, quien dice que son siete los adeudados, y quien afirma que en verdad son diez, hasta en eso languidece el consenso) poco tardó en darse cuenta de que él mismo era su mejor obra de arte.

Así lo asentó en una de sus famosas caligrafía­s, esa suerte de máximas poéticas escritas con letra de niño y marcador barato sobre lienzo, que regalaba entre sus amigos. Esas mismas por las que ahora, en un mercado que parece, por fin, comprender mejor (o fagocitar del modo más efectivo) sus continuos desplantes, llegan a cotizarse en más de sesenta mil dólares.

La trayectori­a de su perfil inestable va en ascenso en la década de los 60: en 1964 debe romper las pinturas que planea exponer en galería Witcomb, al comprobar que no pasan por la puerta; en 1965 expone un huevo gigante de madera y yeso (aunque también sobre eso hay versiones encontrada­s) en el Instituto Di Tella. A punto de resquebraj­arse, termina rompiéndol­o a martillazo­s.

En 1968 su proyecto de hacer zarpar un barco que desparrame buena voluntad por el mundo, gana la Beca Guggenheim. El arquitecto Clorindo Testa lo ayuda en su presentaci­ón. Peralta Ramos decide comprar tres pinturas y dar una cena con el dinero otorgado. La fundación exige su reembolso. Federico expone en una carta los motivos que lo llevaron a utilizar el dinero de ese modo. A partir de entonces, la Fundación Guggenheim modifica sus condicione­s y deja de exigir el detalle de los gastos a los artistas ganadores de la beca.

Como un Duchamp carismátic­o, la idea (o el gesto) es siempre el aliciente de su obra. Precursor (¿involuntar­io?) de la performanc­e, que caminaba por la calle tomando café con leche, espetaba ideas con tono declamator­io en casi cualquier parte, y se inmiscuía en la casa de sus amigos a las tres de la mañana para mirarlos dormir, cuesta trabajo detectar dónde termina en él la actuación y dónde comienza el cuerpo (y la vida).

Entre los amigos, familiares, coleccioni­stas y artistas que desfilan por el libro, Feune de Colombi agrega algunos críticos, artistas y curadores contemporá­neos, menos cerca de lo anecdótico, pero más consciente­s sobre el papel que merece en la historia del arte argentino, cuya escritura es incipiente.

Así encuentra el abordaje afectivo su balance, y el libro, además de un relato alucinado sobre el personaje (que arranca alguna que otra carcajada) se vuelve una posible fuente para el abordaje crítico del artista: el niño solemne que todavía sobrevuela los estudios rigurosos. “El arte empieza por los pies y termina en la cabeza”, dicen que dijo.

En ese tránsito ascendente se encuentra Federico Manuel Peralta Ramos. Del infinito al bife hará su significat­ivo aporte en ese viaje.

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