Revista Ñ

CRONISTA ADICTO AL LADO SALVAJE

Hunter S. Thompson. Se publica una biografía del célebre padre del “periodismo gonzo”, autor de Miedo y asco en Las Vegas y Los Ángeles del infierno.

- POR ANA PRIETO

La escritora nacida en Detroit Elizabeth Jean Carroll, ex colaborado­ra de Esquire, ex guionista de Saturday Night Live y autora, desde 1993, del consultori­o epistolar “Pregúntale a Jean” en la revista Elle, no es muy conocida fuera de su país. O al menos no lo era hasta julio pasado, cuando publicó su memoria What Do We Need Men for? (¿Para qué necesitamo­s a los hombres?) en la que cuenta, con sobrecoged­or detalle, cómo el actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, la violó en el vestidor de una tienda a mediados de los noventa.

El libro comienza con un recuento de los “hombres repulsivos” con los que se topó en la vida: acosadores, abusadores, estafadore­s y estrangula­dores, personific­ados en profesores, colegas, conocidos y jefes. Hasta que llega al célebre periodista Hunter S. Thompson. “Ese sí que es un buen candidato. Lo sé. Escribí su biografía”, dice Carroll. “Hunter, el mayor degenerado de su generación, que me gritaba ‘¡Quítate los pantalones!’ mientras me cortaba las calzas en su hidromasaj­e, ¿está en mi lista de hombres repulsivos? Nah. (…) Para mí hay una gran diferencia entre una ‘aventura’ y un ‘ataque’”.

La biografía que escribió Carroll apareció por primera vez en 1993 (tres años antes de que Trump la violara) y se llama Hunter. La vida salvaje de H.S. Thompson. Con traducción de Elvio E. Gandolfo, acaba de ser publicada en la colección Rara Avis que dirige Juan Forn en Tusquets. Y no podría haber sido incluida en mejor colección: no solo Hunter era una rara avis, también este libro, cuya autora pensó que iba a ser masacrado por la crítica cuando en realidad ocurrió lo opuesto. Por entonces, ya había dos biografías “no autorizada­s” del periodista de Kentucky, pero muchos coincidier­on en que la de E. Jean Carroll era la mejor. La más fresca sin dudas. La más extraña y la más honesta.

“Aprendí en la escuela de periodismo que hay que saberlo todo sobre el sujeto biografiad­o”, le dijo Carroll al periodista australian­o Philip Adams cuando su biografía acababa de llegar a las librerías. “Comer con él, conducir con él, disparar armas con él, romper la ley con él. Si quieres llegar a saber todo acerca de él, tienes que hacer todo lo que puedas con él”.

Para escribir su libro de casi 350 páginas sobre el autor de Miedo y asco en Las Vegas y Los Ángeles del infierno, consumidor pantagruél­ico de drogas y alcohol y padre del llamado “periodismo gonzo”, Carroll hizo lo que Hunter hacía en sus propios textos: romper el envoltorio de los hechos y tomarse las licencias que hicieran falta para decir aquello que no podría haberse dicho con el solo recuento de lo visto y lo oído. Trabajar la profundida­d del reporteo y la libertad de la forma, como reivindica­ba entonces el llamado “nuevo periodismo”, pero también la legitimida­d del mito para retratar el comportami­ento humano, y la inmersión total y personal en la historia que se relata.

“Para contar la vida de Hunter de la manera más real posible, tuve que envolverla en un marco ficticio”, dijo E. Jean Carroll en aquella entrevista con Adams. Y así creó a Laetitia Snap, un yo que no es ella sino una ornitóloga encerrada en el rancho de Hunter Thompson y obligada a escribir su biografía. Convive con él como testigo absoluto: lo conoce, lo soporta, lo escucha, lo acompaña, lo quiere, lo desprecia, lo desafía, y lo ve consumir sus enormes dosis diarias de cocaína, ácido, whisky, cigarrillo­s y comida.

Pero Hunter no es solo eso. La autora entrevistó a decenas de personas que habían sido parte de la vida del periodista: vecinos

de la infancia (“Hunter era como Charles Manson: tenía seguidores”); amigos de la infancia (“Su aprobación era muy importante para nosotros”); su madre (“Hunter fue un problema desde el momento en que nació”); su hermano (“En 1969 le escribí una carta a Hunter contándole que era gay. Estuve días enteros escribiend­o esa carta. Nunca me la contestó. No acusó recibo. Hasta el día de hoy”); su exesposa (“Una vez me ató. Pero fue con mi permiso. Y no me gustó. Así que nunca más pidió hacerlo”); una amiga (“El día del ensayo de nuestra boda, Hunter entró a la iglesia y apagó el cigarrillo en la fuente de agua bendita. Mi madre se desmayó”); críticos literarios (“Ha producido tal impacto en tal cantidad de lectores que no se puede medir su verdadera influencia”), David Felton, célebre editor de Rolling Stone (“Cada redactor que trabajó con él en la revista quedó deshecho, incluyéndo­me”), etc.

Carroll también hizo trabajo de archivo, y publicó, por ejemplo, la noticia del primer arresto de Hunter, informes de la Fuerza Aérea de cuando Hunter era conscripto, y el casi desesperad­o memorándum que la verificado­ra de datos de Rolling Stone envió a los editores en 1975 (“Varios cambios que sugerí no se hicieron debido al temperamen­to del autor, que comete errores que ni siquiera con la excusa del periodismo gonzo podemos aceptar”).

Ese coro de voces, que E. Jean Carroll colocó en orden cronológic­o, dan cuenta del arco de la vida de Hunter hasta 1993 (Thompson se suicidó en 2005, a los 67 años: “Veintitrés más que los que necesitaba, veintitrés putos años de parodia”, dijo poco antes de morir, como Juan Forn recuerda en el prólogo): su infancia, su adolescenc­ia, su llegada a la escritura, su voracidad, sus caprichos, su vida bajo las luces de la fama, los problemas con sus editores, su caída en desgracia, su violencia (porque Hunter era tremendame­nte violento), sus modos de lidiar con la tristeza (Hunter perdió una hija recién nacida), su obsesión con convertirs­e en sheriff de Aspen (“el candidato hippie”, lo llamaban), y su manera de existir, ahogada en químicos.

Hay que reconocer el estómago de Carroll para emprender la tarea de convivir y abordar al agotador Thompson. “Un dios griego –dijo alguna vez– tremendame­nte defectuoso”. Y la mejor manera de relatar a ese dios griego, pensó, era con un coro que se moviera entre la comedia y la tragedia y no hiciera concesione­s.

La última verdad sobre Hunter S. Thompson está contenida en las primeras líneas de Hunter, que acaso debieran ocupar un lugar en el podio de los grandes comienzos biográfico­s: “He oído decir a los biógrafos de Harry Truman, de Catalina la Grande y de unos cuantos figurones más que darían cualquier cosa para que sus biografiad­os estuvieran vivos. Yo, por el contrario, habría dado cualquier cosa para que el mío estuviera muerto. De hecho –escribe Carroll– tendría que estar muerto”.

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Colaboró asiduament­e en la revista Rolling Stone, sobre todo en los años 70.
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E Jean Carroll
Trad. Elvio E. Gandolfo Tusquets
352 págs.
$ 799
Hunter. La vida salvaje de H.S. Thompson E Jean Carroll Trad. Elvio E. Gandolfo Tusquets 352 págs. $ 799

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