Tío Sam llega de visita a la Argentina de 1979
Narrativa. Se traduce la obra –mitad documental, mitad ficción– de un abogado argentino que trabajaba en una comisión de la OEA durante las dictaduras sudamericanas.
Publicada originalmente en inglés en 2012, Malena, una tragedia argentina, de Edgardo E. Holzman, es un libro curioso para la edición argentina, ya que está escrito pensando en un público que no es el local. Utiliza en clave de thriller la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a nuestro país en 1979 para denunciar la intervención de los Estados Unidos en los golpes de estado en Latinoamérica por medio de una novela de aventuras.
El protagonista es Kevin Solórzano, un intérprete que vivió durante su adolescencia en la Argentina. Holzman, nacido de padres diplomáticos en la Argentina en 1947 y residente en los Estados Unidos, utiliza en la ficción parte de su experiencia personal. La solapa indica que formó parte como abogado de la comisión de la OEA que viajó a Chile en 1974 y fue intérprete en la visita de Roberto Viola a los EE.UU. en 1981.
Malena está tramada a varias puntas y mantiene la intriga hasta el final, a costa de la aceptación de las convenciones de la ficción hollywoodense. Entre lo político y lo personal, el protagonista –lo llaman Solo– visita como parte de la comisión los centros clandestinos de detención, se reencuentra con una novia, transita su divorcio y descubre el pasado oscuro de su padre, un agente norteamericano muerto en la Argentina en la década del 60.
La contrafigura es Diego, un joven militar que deserta de los grupos de tareas y que es el novio de su ex pareja. Todo transcurre en una sucesión de casualidades que resulta en una peripecia compleja y abigarrada, en la que el autor intercala y traspone –con inteligencia– episodios no ficcionales, como el asesinato del jefe de policía Cesáreo Cardozo por parte de Montoneros, o el caso de las monjas francesas desaparecidas en Mendoza.
En conjunto, Malena se propone demasiado: tomar postura sobre las libertades sexuales en la década del 70 –y hoy, por extensión–, hacer revelaciones sobre la dictadura, que el protagonista se reencuentre con un viejo amor, atraviese su divorcio y resuelva la muerte de su padre, entre otras cosas. Además, ofrece información a granel sobre la Argentina y Buenos Aires con bastante precisión, algún anacronismo y lugares comunes: hay episodios en el Palacio Barolo, el cementerio de la Recoleta y la confitería Ideal, entre otros.
El principal mérito de la novela es extraliterario, ya que recuerda la centralidad de los Estados Unidos en los golpes de la década del ‘70: el entrenamiento que recibieron los militares latinoamericanos a través de los manuales de interrogación Kubark y en la Escuela de las Américas en Panamá, y la centralidad del Plan Cóndor.
Nada de ello es desconocido aquí, pero un recordatorio puede ser de utilidad para nuevos lectores. Tal vez este sea el principal atractivo de la novela de Holzman, junto con una especie de exotismo especular y el hecho de situarse fuera de la tradición literaria argentina. Un bestsésller con elementos de divulgación.