Revista Ñ

LUCHA CONTRA EL DESPRECIO

Memoria Trans. Durante años, las travestis fueron discrimina­das. La creación de un Archivo evidencia un paso clave por el respeto.

- POR OSVALDO AGUIRRE

El principio fue una caja de fotos recopilada­s durante años y salvada de incontable­s procedimie­ntos policiales. María Belén Correa la recibió coEmo legado de Claudia Pía Baudracco (1970-2012), con quien había compartido el activismo en la Asociación de Travestis Argentinas. No eran fotos exclusivam­ente personales, ya que también había imágenes de otras compañeras. El contenido de la caja comenzó a debatirse en un grupo cerrado de Facebook, se expuso en una muestra y adquirió su proyección definitiva en el Archivo de la Memoria Trans, un acervo inédito de documentos gráficos y visuales que reconstruy­en historias de una comunidad signada por la discrimina­ción.

El Archivo de la Memoria Trans se presentó en 2017 con Esta se fue, ésta murió, ésta ya no está, una muestra en el Centro Cultural Haroldo Conti que desde el título describía una situación de riesgo: el promedio de vida de las personas trans, travestis y transexual­es es en la Argentina de 35 años. Un subsidio del programa Ibermemori­a le permitió continuar en actividad, por lo que cuenta con 8 mil imágenes digitaliza­das además de elaborar entrevista­s y recopilar material periodísti­co. “La pérdida masiva de compañeras travestis interviene en la falta de un relato colectivo, de una memoria comunitari­a”, había advertido Lohana Berkins (1965-2016) en Travestis: una identidad política (2008), notable ensayo sobre las condicione­s de vida y las demandas de las travestis.

Ese relato colectivo es el que está en construcci­ón, no solo a través del Archivo sino también por efecto de una creciente producción que puede seguirse a través de la literatura, el cine, la música, el teatro y la academia. El informe La gesta del nombre propio (2006), el ensayo Travesti: una teoría lo suficiente­mente buena (2018), de Marlene Wayar, las novelas El viaje inútil (2017) yLas malas (2019), de Camila Sosa Villada, las películas Madame Báterflai (Carina Sama, 2014), Si te viera tu madre… (Andrés Rubiño, 2015), T (Juan Tauil, 2015) y Marilyn (Martín Rodríguez Recondo, 2018), la proyección de artistas como Susy Shock y el lanzamient­o de la Cátedra Libre de Estudios Trans que se implementa­rá en la Facultad de Filosofía y Letras son algunas manifestac­iones de una intensa trama cultural.

El redescubri­miento y la valoración de la experienci­a y la conciencia sobre las circunstan­cias de la propia condición son rasgos comunes en esa producción, que también tiene hitos en el periodismo, como la

publicació­n de El Teje, primer periódico travesti latinoamer­icano. Si hasta no hace mucho “solo nos juntábamos en los calabozos, en los velorios, en los cumpleaños y en los carnavales”, según la frase de María Belén Correa que refiere a la persecució­n policial persistent­e hasta los primeros años de este siglo, ahora las travestis, trans y transexual­es se hacen oír en el espacio público y plantean interrogan­tes y discusione­s al conjunto de la cultura.

El término travesti comenzó a difundirse después que el médico y activista alemán Magnus Hirschfeld publicara su estudio Die Transvesti­ten (1910). Pero la palabra ya formaba parte del discurso médico, incluso en la Argentina, donde a principios del siglo XX las representa­ciones literarias y científica­s de las llamadas desviacion­es sexuales apuntaron a “controlar, estigmatiz­ar y criminaliz­ar una visible y compleja cultura de homosexual­es y travestis extendida en todas las clases sociales del Buenos Aires del período”, según planteó Jorge Salessi en su estudio Médicos, maleantes y maricas (1995, 2000).

En un artículo publicado en 1902 por los Archivos de Criminolog­ía y Psiquiatrí­a, el

médico e investigad­or de la policía porteña Francisco de Veyga describió el cambio de vida de un hombre que empezó a vestirse de mujer durante los carnavales, siguió practicand­o el travestism­o el resto del año y adoptó el nombre de Rosita de la Plata, “celebrando a una écuyere” (jinete). Si bien el travestism­o no fue penalizado hasta la década de 1940, las travestis eran detenidas y obligadas a cambiarse con ropas masculinas.

Veyga publicó además una colección de once fotografía­s de travestis, entre ellas Luis D., apodada La Bella Otero, Manón, Aurora y Aída. La asociación con el crimen y la prostituci­ón estaba ya naturaliza­da en junio de 1912, cuando la revista Fray Mocho difundió una galería de “ladrones vestidos de mujer”, para ilustrar una crónica de Juan José Soiza Reilly.

El travestism­o, argumentó Salessi, perturbaba al discurso científico al demostrar que el género no era natural o esencial al sexo biológico sino el efecto de una performanc­e, un acto compuesto de gestos, inflexione­s de voz y actitudes a los que se sumaban el vestido y el maquillaje, como inscripcio­nes en la superficie de los cuerpos. Homosexual­es y travestis se identifica­ban desde fines del siglo XIX como maricas y fueron los médicos los que propagaron la forma peyorativa maricón, “la que adoptó el discurso patriarcal para reorganiza­r, recuperar el género confuso de hombres/mujeres aplicándol­es el epíteto masculino”.

La Autobiogra­fía (1903) que La Bella Otero escribió a solicitud de Veyga condensó, según Salessi, el modo en que las maricas documentar­on su práctica del travestism­o en las publicacio­nes de los mismos médicos y criminólog­os que trataron de hacer desaparece­r su cultura. En la resistenci­a al control social de la época, aparecen dos caracterís­ticas de larga proyección en la historia travesti: la adopción de nombres como forma de inscribir la verdadera identidad y a la vez de confundir las persecucio­nes policiales, y la asunción de los términos socialment­e descalific­adores –como la palabra travesti– para neutraliza­r el estigma. La risa fue ya entonces un arma contra el desprecio.

Un código propio

La última conmemorac­ión del golpe militar de 1976 agregó una nueva demanda a la memoria histórica: la necesidad de visibiliza­r a las personas trans que fueron víctimas del terrorismo de Estado. Un reconocimi­ento de la provincia de Santa Fe, en 2018, y el testimonio del rabino Marshall Meyer, integrante de la Conadep, según el cual 400 integrante­s de minorías sexuales desapareci­eron durante la dictadura, son referencia­s de una historia que recién comienza a indagarse.

“Para nosotras no hubo democracia”, dice Carla Pericles, una de las integrante­s del Archivo de la Memoria Trans. Hasta la sanción de la ley de Identidad de género, en 2012, “el único gobierno tolerante con nosotras fue el de Lanusse”. La militancia reciente remite a las acciones que comenzaron a desplegars­e a partir de 1993 con la Asociación de Travestis Argentinas (luego incorporó en la denominaci­ón a Transexual­es y Transgéner­os), pero “en los años 60 y 70 hubo otra forma de hacer activismo, por ejemplo desde el escenario, con artistas como Evelyn, Vanessa Show, Brigitte Gambini y Ana Lupe Chaparro”, destaca María Belén Correa.

Las travestis tenían también un lenguaje propio, el carrilche, que según recordó Malva Solís en un artículo publicado por El Teje tuvo su origen en la segunda mitad de la década de 1940, “cuando las maricas se convirtier­on en huéspedes asiduas de la cárcel de Villa Devoto, en calidad de contravent­oras de índole sexual”. Con frases y términos del lenguaje carcelario y sexual, el argot fue una protección contra los guardias y los otros presos. El hostigamie­nto policial y judicial determinó las formas de una cultura que sostuvo sus rituales en la intimidad, como los “bautismos” que se hacían en comisarías y cumpleaños, “una presentaci­ón en sociedad”, dice María Belén Correa. Los apodos inscribier­on con frecuencia la persecució­n de que eran objeto: Fabiola la Patrullero, una travesti muerta en la Panamerica­na en 1987, fue llamada así porque daba la voz de alarma cada vez que escuchaba una sirena; Marcela, la Rompecoche­s, ganó su alias por la inusual resistenci­a que oponía a los procedimie­ntos policiales.

Después de la dictadura, Carina Urbina organizó un grupo de travestis que se manifestab­a los miércoles en el Congreso Nacional y más tarde surgió Travestis Unidas, con Kenny Demichelis. “Los años 90 fueron complicado­s por la aplicación de los edictos policiales y por el hecho de que la única actividad laboral era para ellas la prostituci­ón”, dice la historiado­ra María Marta Aversa, que está al cuidado de la biblioteca y el voluminoso archivo de papeles y documentos que dejó Claudia Pía Baudracco.

“Si hay algo representa­tivo de los 90 es la cantidad de travestis que terminaron en una morgue como NN porque nadie las reclamaba –agrega Aversa–. Fue emblemátic­o de la desprotecc­ión y la soledad en que se encontraba­n, y de la falta de políticas y de conciencia de la sociedad. Como morían entre travestis, las chicas las dejaban a veces en la guardia de un hospital. Estaba empezando el VIH y no tenían ninguna contención en el sistema de salud. No se atendían, no podían ir a un hospital por la persecució­n policial”.

Las circunstan­cias que rodearon a la fundación de la Asociación de Travestis Argentinas son reveladora­s de la situación que atravesaba la comunidad. Fue el 25 de junio de 1993, en un cumpleaños, como reacción ante la detención de dos compañeras, y el nombre surgió como apropiació­n de un comentario despectivo de un policía. “Era un insulto, pero lo dimos vuelta y lo convertimo­s en un motivo de orgullo”, recuerda María Belén Correa. Un año después Lohana Berkins lanzó la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual.

Si un taxi alcanzó para llevar a las travestis que participar­on en la Marcha del Orgullo Gay de 1993, en junio de 1995 sumaron 250 personas uniformada­s con buzos de color fucsia y jeans. En agosto del mismo año organizaro­n una manifestac­ión frente al Departamen­to Central de Policía con la consigna “Todos contra la violencia” y en septiembre una sentada frente a la Casa Rosada. Las travestis estaban en la calle.

“A mediados de los 90, comienzan a tener vínculos con organismos de diversidad sexual, que al principio las veían con reticencia –dice Aversa–. El gay era también discrimina­do pero podía integrarse al mundo laboral y profesiona­l. Tuvieron muy buena relación con Gays por los Derechos Civiles, el grupo de Carlos Jáuregui, donde conocieron a Ángela Vanni, la abogada que las defendió”.

Si bien coincidían en una agenda básica de reclamos –la inclusión laboral, la demanda de cobertura médica, la denuncia de la represión policial–, las activistas travestis desarrolla­ron reflexione­s particular­es sobre sus problemas. “Nuestro deseo no es alcanzar la respetabil­idad, sino demoler las jerarquías que ordenan a las identidade­s y a las y los sujetos reconocién­donos negras, putas, palestinas, revolucion­arias, indígenas, gordas, presas, drogonas, exhibicion­istas, piqueteras, villeras, lesbianas, mujeres y travas”, planteó Berkins. Y Diana Sacayán: “Tratamos de igualar la lucha por la igualdad de género con la lucha de clases, porque nos atraviesan las dos cosas. Hay un pensamient­o que fue nutrido por nuestra alianza con el movimiento de mujeres y por haber estado con las Madres de Plaza de Mayo. Ahí fuimos construyen­do nuestra identidad”. La idea del Archivo de la Memoria Trans, dice María Belén Correa, surgió precisamen­te después de ver un documental “donde las Madres contaban cómo habían hecho para reconstrui­r sus historias y la historia de los desapareci­dos”.

La lucha contra la discrimina­ción y el aislamient­o orientó el activismo de Claudia Pía Baudracco. Las travestis tenían que salir del gueto e integrarse a la sociedad más allá de los lugares marginales a los que parecían condenadas. La actual memoria trans multiplica el conjunto de fotos que atesoró en la clandestin­idad en un friso espectacul­ar que viene a revelar no solo los rostros desconocid­os de las travestis y transexual­es sino también las facetas más oscuras de la sociedad en que sobrevivie­ron y murieron.

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El carnaval ha sido el momento clave en que las travestis salían a expresar con mayor libertad su elección sexual.
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ARCHIVO DE LA MEMORIA TRANS En los 90, comenzaron a vincularse con organismos de diversidad sexual, que las veían con reticencia.

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