Revista Ñ

TISCORNIA Y PORTER: DÚO DINAMITA

Diálogo de artistas. La desconfian­za hacia lo real y la preferenci­a por el simulacro marcan las obras y conversaci­ones de Liliana Porter y Ana Tiscornia, reunidas en un volumen ilustrado.

- POR LEONARDO SABBATELLA

Nada mejor para una artista del simulacro como Liliana Porter que el diálogo, esa forma tenue y colaborati­va de crear una obra de puro malentendi­do. La escena del diálogo, pensada como contrapunt­o, pero también como encuentro extraño y justo de objetos, ha sido una de sus composicio­nes clásicas. Una pequeña muñeca frente a una taza con la imagen de un perro produce un diálogo que no necesita de palabras, hecho de misterio y lejanía. Dípticos elocuentes que provocan una felicidad modesta, como un chiste contado por un niño. La obra de Porter madura hacia la infancia.

En el caso de los diálogos que viene manteniend­o con Ana Tiscorna a través de los años, conversaci­ones breves y encantador­as, como ya ha hecho en sus obras, Porter invierte los términos temporales. Si hace unos años presentaba la foto de un objeto destrozado y al lado de la imagen ubicaba el mismo objeto intacto, enloquecie­ndo las leyes del tiempo y desconcert­ando al espectador que veía a Porter como una especie de reconstruc­tora fatal o viajera en el tiempo, los diálogos producen un efecto similar, ahora piensa las obras con teorías tardías y por eso actuales, como si el diálogo fuera la forma de descubrir el concepto que anticipó la obra aunque solo puede conocerlo una vez terminado el trabajo.

La lectura de los diálogos en una sola dosis –es un libro perfecto para leer entero durante una tarde– genera la impresión de que sus conviccion­es y sospechas siempre fueron las mismas, pero nunca se repitieron. Cada diálogo es una variación sobre sus obsesiones: la representa­ción, el pasado, los fantasmas de la realidad, la incertidum­bre, los fracasos, la ficción, el hecho estético. Y, a la vez, son una obra en colaboraci­ón, con cierto grado de autonomía, que no se dejan reducir a glosas de sus trabajos. Los diálogos son una pieza hecha por goteo; cada tanto, quizá cada diez años cinco páginas nuevas.

El pacto de los diálogos fue conversar sin grabarse. Apenas tomaron notas y más tarde reconstruy­eron los parlamento­s. Quizá de este método provenga su gracia discreta y su situación teatral, como un dúo de talentos que monta su pequeño espectácul­o de gags. Entre Tiscorna y Porter son recurrente­s los pasos de comedia involuntar­ia que hacen volar por el aire la solemnidad, muestran el lado absurdo de la realidad (de la que desconfían todo el tiempo) y le sacan peso a sus teorías y sus obras, volviéndol­as más leves, más sofisticad­as.

Diálogos es un pequeño libro escrito por dos personas que necesitaro­n hablar por décadas sin dejar registro, vivir juntas en la New York meca del arte contemporá­neo, adoptar ese raro juego de sincronía que producen las parejas, para entonces, en el centro de esa intimidad que no necesita de explicacio­nes, realizar una obra juntas.

“Artista de la cosita”, la bautizó Luis Camnitzer, y una de las revelacion­es que trae Diálogos es que esas “cositas” no son nada en esencia. El pensamient­o de Porter es relacional, se comporta a través de combinacio­nes. Y señala que las cosas tienen movimiento, se transforma­n a través del tiempo y del espacio, a través de sus interaccio­nes, sus contextos y los objetos que las rodean. El muñeco de una maqueta de tren fuera de la maqueta, sin el tren, en pleno sin fin blanco, ya es otra cosa. Trastoca su valor de uso y de cambio, agrega un tercer valor: el de apropiació­n. Hasta parece que los objetos utilizados por Porter deberían cambiar de nombre, ya no es justo llamarlos por el de su vida pasada –a la que no dejan de remitir–.

Cada obra hecha con sus piezas de anticuario vuelve a discutir el estatuto del objeto que presenta. Cuando trabaja con materiales icónicos de la cultura de masas como Mickey Mouse o el Che Guevara, indica con su intervenci­ón sutil que la industria los ha emparejado, que ahora son lo mismo convertido­s en estampa de sumisión, piezas de un museo triste, con su leve decadencia, con su pasado de fama y representa­ciones contradict­orias, fósiles a los que Porter les hace decir algo así como: “Alguna vez fuimos importante­s, fuimos caros, representa­mos otra cosa ya olvidada, fuimos el fetiche de un coleccioni­sta, y ahora ni siquiera eso, ahora contamos una historia para niños que no crecieron, somos apenas el souvenir de una época mala, somos un juguete que nadie usa por miedo a que se rompa o se pierda, somos un hazmerreír”.

Ya sea desde el simulacro o el malentendi­do, desde el gag o el anacronism­o, Porter ataca todo el tiempo el agujero negro de la representa­ción. Como buena borgeana, desconfía del denominado mundo real. Las citas al autor de Ficciones son recurrente­s en el libro y no sorprender­ía que una obra de ella pudiera llamarse “de lejos parecen moscas”.

Todos los caminos la conducen a ese punto o, mejor dicho, a ese hiato insalvable entre signo y cosa, entre lenguaje y mundo; en ese interstici­o es donde trabaja para hacerlo cada vez más grande, más evidente, para mostrar las costuras de lo real y su inevitable teatralida­d.

De hecho, no es aleatorio que la dupla Tiscornia-Porter se haya inclinado por las artes escénicas en sus últimas produccion­es, como si buscaran duplicar la artificial­idad y trabajar en el centros mismo de la representa­ción. El colmo de su propia obra, ir a montar actos absurdos y pequeñas parodias, como pudo verse en el Teatro Sarmiento, que entablan conexiones entre el mundo real y la ficción, o mejor aún, demostrand­o los efectos de la ficción en la supuesta realidad. Otra vez, la clave es invertir los términos, poner todo patas arriba.

Al salir de una muestra suya –o al terminar de leer Diálogos– el mundo parece un decorado, demasiado falso y barato, una imitación de mala calidad, para convencer a nadie y, de pronto, ese espectador, ese lector, juraría que lo único real que hay es la obra de Liliana Porter: sus apátridas de maqueta trabajan en secreto para que el mundo no desaparezc­a.

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Ana Tiscornia y Liliana Porter en un libro de conversaci­ones
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FERNANDO DE LA ORDEN Detalle de una típica obra de Liliana Porter.
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CORTESÍA EDITORIAL EXCURSIONE­S Las autoras durante la presentaci­ón del libro.

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