IDEAS Y CRÍTICA PARA UN PAÍS ALEJADO DE LOS SUEÑOS: SIETE INTELECTUALES OPINAN SOBRE LA ARGENTINA POSELECTORAL
Elecciones 2019. La cuenta regresiva terminó, Alberto Fernández ganó las nacionales y es el presidente electo de la Argentina. La transición ha comenzado, la población volvió a la vida real y asumió la complejidad del futuro inmediato. Se buscan ideas, proyectos, diseños urgentes para un país incompleto y claramente imperfecto. Para desmenuzar el presente y esbozar el futuro, Ñ convocó a intelectuales de formaciones y recorridos variados que están pensando a diario en cómo salir del laberinto. Los análisis políticos de María Matilde Ollier y Rosendo Fraga; los aportes históricos de Mirta Zaida Lobato; la interpretación jurídica de Roberto Gargarella; el diagnóstico cultural de Natalia Calcagno; social de Hugo Vezzetti y educativo de Emilio Tenti Fanfani ponen a la luz los tiempos del gobierno que termina y los del que comienza. Critican, advierten, radiografían y, en algunos casos, contribuyen con cierto optimismo para cerrar la grieta y pensar un devenir y un territorio compartido. El dilema argentino irresuelto
Las elecciones han culminado en una nueva alternancia en el gobierno federal que enfrenta a toda la sociedad con el dilema central que arrastra la Argentina por décadas: asociar la equidad con el fortalecimiento democrático y republicano. El malestar nacional radica en la imposibilidad de las elites dirigentes, expresada al inicio de su democracia de masas, para compatibilizar los dos valores que sostienen ambos lados del dilema: justicia social y libertad. Se dice que sin instituciones fuertes no hay libertad, y sin crecimiento económico no hay redistribución justa de la riqueza. Sin embargo, tampoco sin instituciones fuertes hay justicia social, y sin crecimiento con redistribución hay libertad real. Ambas caras de la moneda son indisociables.
Por lo tanto, el desafío de la Argentina por venir es hermanar democracia y república con justicia social, para lo cual se requiere que la redistribución acompañe un ciclo largo de crecimiento de su economía. Porque los últimos sucesos chilenos demuestran que el crecimiento no resuelve los problemas que se enfrentan en democracia. Funcionando las instituciones y creciendo la economía, emergió una demanda de equidad que trajo una crisis institucional que hizo blanco en el presidente. Algo que nunca ocurrió en Chile desde su retorno a la democracia, aún cuando la inestabilidad presidencial castigaba a Perú, Ecuador, Argentina, Bolivia, Paraguay o Venezuela.
De ahí la necesidad de atender a las dos grandes herramientas igualadoras, que son la redistribución del ingreso y la educación. Para lo cual precisamos revertir una prolongada decadencia que nos sitúa entre las naciones más inestables económicamente, junto a una regresión que no ha padecido ningún país de la región. Para crecer y alcanzar la equidad distributiva es preciso, entonces, apuntar en varias direcciones. Las economías más avanzadas ligan su política exterior al desarrollo y apertura de nuevos mercados para hacer crecer sus exportaciones y nutrirse de los dólares necesarios para abastecer sus necesidades. Sin embargo, nuestra inserción en el mundo se ve debilitada por la falta de consenso sobre la función que debe cumplir la cancillería. También es imprescindible una reforma tributaria progresiva, capaz de gravar con más severidad a quienes ostentan mayores riquezas y de redistribuir en servicios públicos para los más desfavorecidos. A su vez, la inequidad se manifiesta de manera más dura en el interior y en los conurbanos de las grandes ciudades, de ahí la necesidad de un real federalismo que cumpla con la Constitución sancionando la incumplida ley de coparticipación.
La Argentina forma parte de un mundo dominado por la sociedad del conocimiento y por la cuarta revolución tecnológica; sin embargo, estamos lejos de avanzar por ese camino y promover la calidad de la educación pública a la altura de los nuevos imperativos culturales y educacionales.
Para encarar la resolución de las distintas aristas que componen nuestro viejo dilema, deben darse varias condiciones. En principio, una decadencia como la nuestra no es independiente de la calidad de sus dirigentes. Por lo tanto, se requieren: liderazgos y coaliciones políticas capaces de conducir la reversión que se necesita; empresarios dispuestos a correr los riesgos propios del sistema económico global; dirigentes sindicales preparados para democratizar sus gremios, defender los derechos de los trabajadores y promover su capacitación y la mejora de su productividad; y finalmente, una sociedad dispuesta a admitir que detrás de cada necesidad hay un derecho y detrás de cada derecho hay una obligación.
Para contar con liderazgos imprescindibles en los distintos ámbitos hay que terminar con un viejo mal nacional: culpar a “otros” de las desgracias propias. Es preciso dar un salto cultural que nos permita advertir que los problemas que atravesamos no están fuera de nosotros o dentro de los adversarios políticos. Están en nosotros mismos. Por lo tanto, lo cual es una suerte, nosotros contamos con los instrumentos para resolverlos. El problema argentino no radica en su histórica grieta. La grieta es la forma en que se expresa ese viejo dilema insoluble.
La Justicia oportunista
Hay pocos predictores tan certeros sobre la evolución política en la Argentina, como los rápidos movimientos y zigzagueos que muestra el Poder Judicial, meses antes de una elección. Históricamente, la justicia local ha demostrado una capacidad anticipatoria extraordinaria en relación con los vaivenes del poder. Sabe lo que hace, porque en buena medida vive de ello. En la academia internacional, se le ha dado un nombre específico a ese juego anticipatorio típico argentino, que sirvió para enriquecer los modos que en la literatura pensaba sobre la relación entre política y jueces. La investigadora estadounidense Gretchen Helmke creó el término “defección estratégica”, para describir un tipo de comportamiento que encontraba en la Argentina, y que la investigación académica no había tenido la oportunidad o necesidad de tematizar, en el estudio de la justicia en otros países.
La justicia argentina, en sentido propio, no merece ser descripta como kirchnerista o macrista, sino como oportunista. Goza de privilegios excepcionales, en parte creados por ella misma; sabe obtener ventajas debidas e indebidas, a partir de los poderes y capacidades con las que cuenta (que incluyen, obviamente, cartas de extorsión sobre la política); y ha desarrollado intereses propios, que protege en bloque –como familia judicial– dejando para ello de lado cualquiera de las rivalidades y diferencias que existan dentro de ella.
Por lo dicho, para anticipar cómo actuará la Justicia frente a los casos públicos relevantes, en los tiempos que vienen (i.e., en
la “causa de los cuadernos”), no tiene mayor sentido examinar el elenco de jueces que existe; o la particular composición de los tribunales plurales; o los contenidos específicos del derecho; o las teorías interpretativas prevalecientes. A donde debe mirarse, lamentablemente, trágicamente, es a la política dominante. El gobierno entrante ha dado ya señales de que su preocupación central será la estabilidad y, en materia de justicia, la de revisar lo que calificó como “persecuciones políticas”. Todo ello hace prever que, por tanto, en los tiempos que llegan prevalecerán –una vez más– los pactos de ayuda mutua, frente a las reformas urgentes y necesarias.
Un delicado equilibrio mundial
El triunfo de Mauricio Macri en las presidenciales de 2015 marcó el inicio del “giro hacia el centroderecha” en Sudamérica. Fueron en esta dirección Chile, Perú, Ecuador y Brasil y se mantuvieron en ese rumbo Colombia y Paraguay.
Pero la elección que puede marcar un giro en la dirección contraria en América del Sur puede ser la derrota de Mauricio Macri en la Argentina. Esta se da en un contexto donde el giro mencionado mostraba signos de debilitamiento y hasta de retroceso. En Perú, el gobierno de Kuczinsky duró poco. Se vio obligado a renunciar y fue destituido, siendo reemplazado por Martín Vizcarra. Otros hechos se fueron encadenando durante este año. En Ecuador, un fuerte ajuste del combustible, derivado del acuerdo con el FMI, provocó una revuelta, primero de conductores del transporte y luego de la Confederación Indígena. El presidente anuló la medida que originó la crisis. Pocos días después, un aumento –de escala menor– del transporte, provocó una crisis en Chile, que iniciándose con los estudiantes secundarios, precipitó a la izquierda a las calles, teniendo lugar un paro general y culminando con una movilización de un millón de personas. Piñera se vio obligado a retroceder, realizar diversas concesiones y asumir una pública autocrítica. En Bolivia, hay denuncias de la oposición –liderada por un candidato de centroderecha Carlos Mesa– de fraude y las consiguientes movilizaciones de protesta. Mientras tanto, la estrategia para destituir a Nicolás Maduro, a nueve meses de su inicio, está fracasando. La economía y el hambre de la población están colapsando.
Es en este contexto, que la derrota de Macri puede ser el hecho electoral que muestre el cambio de tendencia, en la dirección contraria a la de cuatro años atrás. El mismo día de la elección argentina, tuvieron lugar elecciones municipales en Colombia, siendo derrotados los principales candidatos del ex presidente Álvaro Uribe, dejando debilitado al presidente Iván Duque.
En la segunda vuelta de la elección uruguaya que se realiza el 24 de noviembre, ganando el Frente Amplio, será una confirmación de la nueva tendencia. Imponiéndose Luis Lacalle Pou, podría poner en duda la tendencia o sólo ser un hecho aislado.
El significado político ideológico del triunfo de la fórmula Fernández-Fernández choca con las urgencias y necesidades de su política económica: encauzar la negociación de la deuda externa y recomponer relaciones con Brasil por el Mercosur.
El presidente brasileño ha sido explícito, cuando al día siguiente del triunfo de Alberto Fernández dijo que los argentinos habían “votado mal”. Por el contrario, recibió el saludo del presidente de México, Andrés López Obrador, y las felicitaciones de Nicolás Maduro y del presidente de Cuba, Miguel Díaz Canel. La misma noche de la victoria estuvieron presentes en Buenos Aires el ex presidente del gobierno español, el socialista Rodríguez Zapatero –posiblemente el político europeo más cercano a Maduro– y el arquitecto de la política exterior de Lula, quien felicitó a Fernández desde la cárcel, Celso Amorim.
Esta identificación del gobierno electo con la izquierda regional va en contra de la necesidad de obtener el apoyo de Trump frente al FMI y el diálogo con el gobierno brasileño. El 8 de noviembre se reúne en Buenos Aires el Grupo de Puebla, integrado por treinta dirigentes políticos latinoamericanos de diez países.
El país y las circunstancias darán un papel político relevante, ya que pasa a ser el presidente de centroizquierda más importante de América del Sur por la dimensión de su país. Sergio Massa ha calificado a Nicolás Maduro como dictador en su visita a Washington y, por su parte, el kirchnerismo ha reconocido a Maduro y respaldado a Evo Morales ante la denuncia de fraude. Fernández parece ubicarse entre ambos.
Pero las urgencias económicas, le exigen mejorar rápidamente las relaciones con Trump y Bolsonaro. Posiblemente, la definición de la política exterior sea prioritaria para la económica, estando ambas hoy estrechamente vinculadas. La política está para resolver dilemas y este es el primero que enfrenta Alberto Fernández.
¿La familia unida?
Nadie puede predecir el futuro, en todo caso, algunos acontecimientos se pueden leer como indicios de las piedras con las que tropezamos los argentinos.
El clima electoral del domingo transcurrió sin sobresaltos. El acto de sufragar nos permite reafirmar que votar pudo convertirse en una rutina democrática. No es poco en un país en el que los gobiernos surgidos de golpes militares fueron recurrentes. La campaña electoral fue escasa en ideas y rica en consignas. Podría decir que no hubo discursos que me enamoraran pero reconozco que otros pudieran hacerlo.
Como a otras personas, me envuelve la incertidumbre, pero quisiera reflexionar sobre el país que viene a la luz de una experiencia histórica de política local, en un tiempo más largo que el de una coyuntura electoral. Berisso es una localidad de la provincia de Buenos Aires, Era conocida por sus establecimientos fabriles en particular los frigoríficos. En esas fábricas trabajaban alrededor de entre 12 y 15.000 personas, varones y mujeres. Los negocios financieros y fraudulentos de las empresas, más los cambios en las formas de consumo y de producción llevaron al cierre de las compañías. Una en 1969, la otra en 1980. En la misma década de 1960, la fábrica textil entraba en dificultades y ni la ayuda del gobierno provincial, ni el tesón de la cooperativa de trabajadores pudo reactivarla de manera continua.
En 1973, ganó para intendente un candidato del Frente Justicialista de Liberación, el golpe de 1976 no sólo interrumpió la vida política local sino, como sabemos, la de todo el país. Fue una época de derechos conculcados. 1983 significó el inicio de una nueva etapa, la de nuestra democracia con sus inmensos claroscuros. En Berisso, se sucedieron los intendentes peronistas y en la provincia los gobernadores del mismo partido. Algunos de los intendentes berissenses gobernaron durante tres mandatos consecutivos y los gobernadores como Duhalde, Solá y Scioli durante dos períodos consecutivos. Durante esos gobiernos, primaron los presidentes del mismo partido político; Menem tuvo dos mandatos, Adolfo Rodríguez Saa y Duhalde fueron presidentes en momentos de crisis, Kirchner tuvo un solo período de gobierno y Cristina Fernández dos. Berisso es un distrito asolado por los problemas de desocupación, la pobreza, la falta de industrias y las dificultades del comercio. Sus problemas son de larga data. Desde mi punto de vista, Berisso, como “kilómetro 0 del peronismo” puede ser la representación metonímica de la Argentina y, por eso, sus desventuras exceden con creces al gobierno de Macri. La mirada sobre el largo plazo obliga a compartir las responsabilidades en la ausencia de propuestas que nos permita salir del atolladero en el que estamos inmersos. ¿Podríamos hacer el mismo ejercicio para el resto del país? Lo hice, con otro pueblo en Santiago del Estero, y el resultado es parecido: no hay fábricas, talleres ferroviarios cerrados, los obrajes funcionan a medias y el derrame de la producción sojera de las áreas vecinas no los alcanza. Carlos Juárez fue gobernador del PJ durante cinco mandatos, tres de ellos desde 1983, más el de su esposa. Tuvo dos interventores del PJ, uno enviado por Menem y el otro por Kirchner. Gerardo Zamora, el actual gobernador, es un “radical K” y tiene tres mandatos, más el de su esposa. Es siempre una provincia oficialista porque depende del tesoro nacional.
Considerando estos casos como emergentes de otros parecidos ¿cuáles podrían ser mis expectativas sobre el discurso de cambio, transformación económica y lucha contra la desigualdad social que vendrá? La respuesta parece obvia, mis esperanzas están recortadas, por eso me pregunto de qué manera el próximo gobierno afrontará desafíos de larga data, que lo incluye como parte de un elenco gobernante que se repite como un “todos” constituido por la familia peronista. Esa familia peronista, tal como se ha dicho en los discursos del domingo, hoy se exhibe unida pero abre una incógnita sobre el mañana.
Un círculo virtuoso para la cultura nacional
La cultura tiene una dimensión económica. Genera contenidos que se comercializan, genera ingresos, trabajo y divisas. La cultura produce sonidos, letras e imágenes, que forman un todo diverso y en permanente movimiento. Esta particular fábrica de símbolos tiene además un lugar nada despreciable en el producto nacional. Según las últimas cifras publicadas por INDEC-SInCA, el PBI cultural alcanza el 2,5% de la economía nacional (valor similar a la provisión de energía). Como actividad económica, tiene una relevancia que justifica detenerse a analizar el panorama actual.
En un contexto de crisis económica, la cultura a primera vista no muestra una situación especialmente grave: se mantiene desde hace años en el 2,5%, cae exactamente al mismo ritmo que el conjunto nacional. No obstante, el porcentaje total oculta diversidades fundamentales que pueden descubrirse si observa el derrotero de los diferentes sectores culturales.
En efecto, los datos desagregados permiten constatar que las industrias culturales tradicionales –el sector audiovisual, el editorial y el musical– muestran un comportamiento elástico al ingreso de los hogares. Esto, en términos económicos, quiere decir que la demanda de bienes y servicios culturales se incrementa a medida que aumenta el ingreso del consumidor, y disminuye cuando el ingreso baja. Estos sectores desde 2016, y con mayor intensidad desde 2018, sintieron fuerte la crisis económica. Y entonces los creadores y productores culturales locales sufrieron el embate de la elasticidad. Bajaron las persianas librerías, editoriales, diarios, revistas. Cayó la venta de entradas al cine, bajaron las de los conciertos y obras de teatro. Cerraron radios, canales de televisión, teatros y centros culturales. Otra foto, dolorosa y grave, del efecto de las políticas económicas neoliberales.
En esta coyuntura, en 2017, el SInCA hizo una nueva encuesta nacional de consumos culturales, similar y comparable a la realizada en 2013. Y los resultados son espeluznantes. El consumo cultural disminuyó drásticamente, en proporciones muy grandes, tanto que es imposible adjudicarlos sólo a la crisis económica. La lectura de libros bajó 12%, la asistencia de recitales de música en vivo 16%, la escucha de radio también 16%, la asistencia al cine decreció 15%. En
panorama cuesta abajo, un indicador sube, y de manera exponencial: el uso del celular para conectarse a Internet pasó del 9% al 70% de la población. El smartphone pasó a usarse masivamente, y en el caso de los jóvenes de manera universal, la ventana de acceso a los contenidos culturales.
Y, en forma coherente con esta información, aparece dentro del PBI cultural un subsector que no solo se mantuvo firme, sino que creció: se trata de la cultura digital. La generación de contenidos digitales, la provisión de Internet a través de fibra óptica y el acceso a la cultura través de pantallas de celular, no paró de crecer.
La revolución digital desarmó las cadenas de valor y dislocó la forma de generación y apropiación del ingreso. La venta de bienes y servicios, por unidad, implicaba una distribución de esa facturación entre autores (a través de la propiedad intelectual), productores, músicos, diseñadores, editores, comercializadores. Hoy se venden cada vez menos “unidades” (de libros, discos, entradas), pero se consumen cada vez más contenidos.
La canasta básica de acceso a contenidos culturales se transformó. Ahora, para ver, escuchar o leer contenidos culturales hay que tener acceso a Internet y un usuario de Facebook, YouTube, Spotify, Netflix, etc. La nueva canasta de acceso a la cultura dejó de ser elástica. Ahora se paga todos lo meses, bajo la forma de un abono fijo. Estos pagos regulares y permanentes coinciden con la caída de las ventas de las industrias culturales tradicionales. Y refleja, por tanto, la transformación de los hábitos para acceder a contenidos culturales; se leen cada vez menos libros y más textos en pantalla, se escucha cada vez menos radio y más podcast, se leen menos diarios en papel y más en la tablet, se asiste menos a recitales o al cine y se miran más películas y/o series en Netflix o se escucha Spotify.
Esta realidad, que pone en riesgo potencial a la creación cultural nacional y la industria cultural argentina, requiere de manera urgente de la atención del Estado. Es prioritario trabajar en un análisis y rediseño de las políticas culturales que tienen que repensarse en las convergencias: de los tributos, del fomento y de la presencia de contenidos nacionales. Hoy, más allá del lenguaje artístico o el formato de acceso, hay que garantizar el tratamiento igualitario en materia de impuestos, promoción y espacio, para todas las expresiones artísticas y culturales que conforman el acervo identitario nacional. Este desafío de adecuarse a la convergencia, en un marco de recuperación económica, resultaría beneficioso en términos económicos, en tanto implicaría el fortalecimiento del sector cultural, con el consiguiente aumento del empleo, el valor agregado y las divisas. Y al mismo tiempo supondría el fortalecimiento de la cultura nacional y su diversidad. En este nuevo ciclo político que se inicia, se abre la posibilidad de encender la cultura y generar este círculo virtuoso.
Contra la grieta, a favor de la unidad
Balotajes. En su sentido original y pleno, tal como surgió en Francia, es un procedimiento electoral destinado a reforzar la representatividad en cargos electivos: exige obtener más de la mitad de los votos emitidos. Lo cierto es que el presidente electo, Albercolar to Fernández, no obtuvo esa mayoría decisiva, aunque estuvo cerca de alcanzarla. Con ese resultado no sería presidente en Francia ni Jefe de Gobierno en la Ciudad de Buenos Aires. No está en juego la legitimidad de la investidura así obtenida, pero sí los límites de una acción política que tiene poco margen para embarcarse en (o verse arrastrado a) el “Vamos por todo” que resonaba con estridencia en la campaña. Creo que no hay condiciones para un partido hegemónico; por el momento, el proyecto de un PRI argentino queda para los sueños de algunos. Por supuesto, esto puede cambiar, sobre todo si estalla una crisis social como la de 2001.
Bipartidismo a la criolla. La polarización dibuja un mapa político bastante diferente del que surgió de la derrota de la Alianza. Hay dos grandes coaliciones, cada una de ellas con diferencias y tensiones y al mismo tiempo interesadas, casi obligadas, a mantenerse unidas. Coaliciones inestables por supuesto, como esa manada de puercoespines en una noche muy fría (en la hermosa ficción de Schopenhauer): el calor de las tensiones y las diferencias empuja hacia la separación pero la noche gélida que los aguarda afuera los impulsa a juntarse. Y así seguirán por bastante tiempo, supongo.
Unidad nacional. Lavagna tiene el mérito de haberlo planteado como un fin estratégico, sin éxito en una campaña dominada por la miseria de las ideas y de las visiones de futuro. No se trata solo de las medidas económicas, un terreno en el que los acuerdos parecen, paradójicamente, más fáciles. El problema es la política. Y no se trata de generalidades gaseosas del tipo de “el país que queremos”, sino de las prácticas y las instituciones que permitan, en la fórmula arendtiana, vivir juntos a los que son diferentes. Hubo escenas de unidad en la Argentina reciente: la salida de la dictadura; en el balcón de la Casa Rosada durante Semana Santa de 1987; en la Mesa del Diálogo Argentino convocada por Duhalde en 2002. Siempre al borde del abismo, en situaciones de crisis que llevaban a suspender la dimensión agonística de la política. Pero la concertación que se abrió en la postcrisis del 2001 duró un poco más y abarcó la presidencia de Duhalde. Me quiero detener en ese tiempo, que fue lo más parecido en la Argentina a un gobierno de unidad nacional, a partir del acuerdo de garantía de Duhalde con el líder de la oposición, Raúl Alfonsín. (Vale la pena recordar que Lavagna fue parte de ese gobierno). Es cierto que hay diferencias sustanciales con la situación actual: Fernández posee la legitimidad electoral de la que carecía Duhalde; y Macri no ha demostrado condiciones de liderazgo comparables con las de Alfonsín. Pero lo más importante, creo, es que está ausente la vivencia, muy fuerte entonces, del abismo. Alberto Fernández ha dicho que se propone terminar con la “grieta”. Macri y otros también lo han dicho, pero casi nadie ha obrado en consecuencia. ¿Hay cualidades de liderazgo y condiciones para un programa que vaya más allá de los acuerdos de circunstancias? No hay mucho que esperar en ese sentido de acuerdo a lo que se ha mostrado en campaña. Pero hay que recordar que nada en la trayectoria anterior de Duhalde como gobernador anticipaba el papel que cumpliría como jefe de estado. No estoy inclinado al optimismo, pero quizá, en la nueva situación, en una posición nueva, con otras responsabilidades, sea posible volver a un camino de unidad que alguna vez pareció realizable.
Nadie puede pensar el futuro
Para entender los problemas del sistema escolar es preciso mirar fuera de sus límites, porque todo lo que pasa en la sociedad “se siente” en la escuela. De un tiempo a esta parte, y no solo en la Argentina, todas las políticas educativas, sean de centro izquierda o de centro derecha quieren “reformar”, “transformar” o simplemente cambiar la escuela. Sin embargo, en América Latina, la experiencia de las últimas décadas muestra que lo que predomina es una lógica del tipo reforma-fracaso-reforma...
Parte de los fracasos se explica por la debilidad y fragilidad del conocimiento que disponemos acerca de las particularidades de la cuestión escolar contemporánea. No bastan los “diagnósticos” de las evaluaciones de rendimiento escolar y a la investigación acerca de los “factores” escolares y sociales asociados con el rendimiento. El agotamiento de los modos tradicionales de hacer las cosas en las escuelas es el resultado de factores que nos son parcialmente desconocidos, en parte por el predominio de una visión “escolarizada” de la cuestión eseste
contemporánea.
A modo de ejemplo señalaremos uno de los múltiples y complejos factores que explican el malestar escolar contemporáneo y que se relaciona con la gran transformación que viven las sociedades capitalistas contemporáneas en la concepción del tiempo social. Un elemento novedoso del panorama cultural actual es la hegemonía del presente sobre el pasado y el futuro. El pasado pareciera no interesar a nadie y el futuro parece totalmente incierto y amenazante para todos y en especial para las nuevas generaciones, que cada vez están más escolarizadas, pero a quienes les cuesta encontrar un sentido a su experiencia escolar.
La concepción tradicional y tripartita del tiempo, que hunde sus raíces en la civilización judeo-cristiana (no es el caso de la griega), el pasado es perdición (el pecado original), el presente es redención y el futuro salvación. Es una concepción lineal del tiempo histórico, con el proceso de secularización que permea incluso la representación dominante de la ciencia moderna: el pasado es la ignorancia, el presente investigación científica (razón más experimentación) y el futuro, verdad.
El pasado ha dejado de interesar, incluso para entender el presente, con todo los riesgos que ello implica. Hoy el futuro no es esperanza, se presenta cargado de amenazas, desde la destrucción nuclear del planeta, el desastre ecológico, el desempleo, la precariedad, la incertidumbre, la imprevisibilidad, las nuevas enfermedades y epidemias, etcétera. Nadie que perciba que no tiene futuro está dispuesto a invertir tiempo, dinero y esfuerzo para estudiar y aprender. El viejo consejo de los adultos “estudiá porque tal conocimiento te va a servir el día de mañana” ya no interpela a muchos adolescentes, en la medida que muchos de ellos no tienen objetivamente un mañana. Para entender mejor dominio del presente es preciso tener en cuenta los efectos de algunos factores:
El consumismo y la publicidad. La felicidad tiende a realizarse mediante el consumo, el cual es alentado en forma sistemática por la publicidad capitalista que tiende a disolver el pasado y el futuro en el presente. La publicidad comanda cuando el deseo se despliega en el absoluto presente. La privación, necesidad y cortoplacismo. Los que viven situaciones de necesidad, en especial las clases subordinadas y desposeídas de la sociedad objetivamente no tienen futuro porque están condenados a sobrevivir y resolverlas urgencias del presente (qué comer esta noche, cómo conseguir un turno en un hospital público, donde pasar la noche, etc.).
Las condiciones materiales de vida al borde de la subsistencia hacen que a los excluidos se les haga difícil, si no imposible proyectarse en una estrategia con objetivos a mediano y largo plazo. Se dice que los pobres no tienen proyectos de vida, no están dispuestos a hacer el esfuerzo de aprender. Y esto es cierto en la medida en que han sido desposeídos del futuro. Nadie está dispuesto a jugar un juego (como el escolar) si no percibe que tiene alguna probabilidad de ganar. “Los valores” de los excluidos no son la causa, como sostienen los conservadores, sino una consecuencia de la exclusión social y escolar. Existe una especie de consenso en el peso de los factores materiales como obstáculos para el aprendizaje escolar. Sin embargo sabemos muy poco acerca del efecto que tienen sobre la subjetividad de las nuevas generaciones y por su intermedio, sobre sus probabilidades de éxito escolar. Es obvio que este tipo de análisis excede los límites de la pedagogía tradicional y debería convertirse en una temática central de las diversas ciencias humanas de la educación.