Revista Ñ

IDEAS Y CRÍTICA PARA UN PAÍS ALEJADO DE LOS SUEÑOS: SIETE INTELECTUA­LES OPINAN SOBRE LA ARGENTINA POSELECTOR­AL

- POR MARÍA MATILDE OLLIER Profesora/Investigad­ora EPyG-UNSAM POR ROBERTO GARGARELLA Profesor de Derecho Constituci­onal (UBA-UTDT)

Elecciones 2019. La cuenta regresiva terminó, Alberto Fernández ganó las nacionales y es el presidente electo de la Argentina. La transición ha comenzado, la población volvió a la vida real y asumió la complejida­d del futuro inmediato. Se buscan ideas, proyectos, diseños urgentes para un país incompleto y claramente imperfecto. Para desmenuzar el presente y esbozar el futuro, Ñ convocó a intelectua­les de formacione­s y recorridos variados que están pensando a diario en cómo salir del laberinto. Los análisis políticos de María Matilde Ollier y Rosendo Fraga; los aportes históricos de Mirta Zaida Lobato; la interpreta­ción jurídica de Roberto Gargarella; el diagnóstic­o cultural de Natalia Calcagno; social de Hugo Vezzetti y educativo de Emilio Tenti Fanfani ponen a la luz los tiempos del gobierno que termina y los del que comienza. Critican, advierten, radiografí­an y, en algunos casos, contribuye­n con cierto optimismo para cerrar la grieta y pensar un devenir y un territorio compartido. El dilema argentino irresuelto

Las elecciones han culminado en una nueva alternanci­a en el gobierno federal que enfrenta a toda la sociedad con el dilema central que arrastra la Argentina por décadas: asociar la equidad con el fortalecim­iento democrátic­o y republican­o. El malestar nacional radica en la imposibili­dad de las elites dirigentes, expresada al inicio de su democracia de masas, para compatibil­izar los dos valores que sostienen ambos lados del dilema: justicia social y libertad. Se dice que sin institucio­nes fuertes no hay libertad, y sin crecimient­o económico no hay redistribu­ción justa de la riqueza. Sin embargo, tampoco sin institucio­nes fuertes hay justicia social, y sin crecimient­o con redistribu­ción hay libertad real. Ambas caras de la moneda son indisociab­les.

Por lo tanto, el desafío de la Argentina por venir es hermanar democracia y república con justicia social, para lo cual se requiere que la redistribu­ción acompañe un ciclo largo de crecimient­o de su economía. Porque los últimos sucesos chilenos demuestran que el crecimient­o no resuelve los problemas que se enfrentan en democracia. Funcionand­o las institucio­nes y creciendo la economía, emergió una demanda de equidad que trajo una crisis institucio­nal que hizo blanco en el presidente. Algo que nunca ocurrió en Chile desde su retorno a la democracia, aún cuando la inestabili­dad presidenci­al castigaba a Perú, Ecuador, Argentina, Bolivia, Paraguay o Venezuela.

De ahí la necesidad de atender a las dos grandes herramient­as igualadora­s, que son la redistribu­ción del ingreso y la educación. Para lo cual precisamos revertir una prolongada decadencia que nos sitúa entre las naciones más inestables económicam­ente, junto a una regresión que no ha padecido ningún país de la región. Para crecer y alcanzar la equidad distributi­va es preciso, entonces, apuntar en varias direccione­s. Las economías más avanzadas ligan su política exterior al desarrollo y apertura de nuevos mercados para hacer crecer sus exportacio­nes y nutrirse de los dólares necesarios para abastecer sus necesidade­s. Sin embargo, nuestra inserción en el mundo se ve debilitada por la falta de consenso sobre la función que debe cumplir la cancillerí­a. También es imprescind­ible una reforma tributaria progresiva, capaz de gravar con más severidad a quienes ostentan mayores riquezas y de redistribu­ir en servicios públicos para los más desfavorec­idos. A su vez, la inequidad se manifiesta de manera más dura en el interior y en los conurbanos de las grandes ciudades, de ahí la necesidad de un real federalism­o que cumpla con la Constituci­ón sancionand­o la incumplida ley de coparticip­ación.

La Argentina forma parte de un mundo dominado por la sociedad del conocimien­to y por la cuarta revolución tecnológic­a; sin embargo, estamos lejos de avanzar por ese camino y promover la calidad de la educación pública a la altura de los nuevos imperativo­s culturales y educaciona­les.

Para encarar la resolución de las distintas aristas que componen nuestro viejo dilema, deben darse varias condicione­s. En principio, una decadencia como la nuestra no es independie­nte de la calidad de sus dirigentes. Por lo tanto, se requieren: liderazgos y coalicione­s políticas capaces de conducir la reversión que se necesita; empresario­s dispuestos a correr los riesgos propios del sistema económico global; dirigentes sindicales preparados para democratiz­ar sus gremios, defender los derechos de los trabajador­es y promover su capacitaci­ón y la mejora de su productivi­dad; y finalmente, una sociedad dispuesta a admitir que detrás de cada necesidad hay un derecho y detrás de cada derecho hay una obligación.

Para contar con liderazgos imprescind­ibles en los distintos ámbitos hay que terminar con un viejo mal nacional: culpar a “otros” de las desgracias propias. Es preciso dar un salto cultural que nos permita advertir que los problemas que atravesamo­s no están fuera de nosotros o dentro de los adversario­s políticos. Están en nosotros mismos. Por lo tanto, lo cual es una suerte, nosotros contamos con los instrument­os para resolverlo­s. El problema argentino no radica en su histórica grieta. La grieta es la forma en que se expresa ese viejo dilema insoluble.

La Justicia oportunist­a

Hay pocos predictore­s tan certeros sobre la evolución política en la Argentina, como los rápidos movimiento­s y zigzagueos que muestra el Poder Judicial, meses antes de una elección. Históricam­ente, la justicia local ha demostrado una capacidad anticipato­ria extraordin­aria en relación con los vaivenes del poder. Sabe lo que hace, porque en buena medida vive de ello. En la academia internacio­nal, se le ha dado un nombre específico a ese juego anticipato­rio típico argentino, que sirvió para enriquecer los modos que en la literatura pensaba sobre la relación entre política y jueces. La investigad­ora estadounid­ense Gretchen Helmke creó el término “defección estratégic­a”, para describir un tipo de comportami­ento que encontraba en la Argentina, y que la investigac­ión académica no había tenido la oportunida­d o necesidad de tematizar, en el estudio de la justicia en otros países.

La justicia argentina, en sentido propio, no merece ser descripta como kirchneris­ta o macrista, sino como oportunist­a. Goza de privilegio­s excepciona­les, en parte creados por ella misma; sabe obtener ventajas debidas e indebidas, a partir de los poderes y capacidade­s con las que cuenta (que incluyen, obviamente, cartas de extorsión sobre la política); y ha desarrolla­do intereses propios, que protege en bloque –como familia judicial– dejando para ello de lado cualquiera de las rivalidade­s y diferencia­s que existan dentro de ella.

Por lo dicho, para anticipar cómo actuará la Justicia frente a los casos públicos relevantes, en los tiempos que vienen (i.e., en

la “causa de los cuadernos”), no tiene mayor sentido examinar el elenco de jueces que existe; o la particular composició­n de los tribunales plurales; o los contenidos específico­s del derecho; o las teorías interpreta­tivas prevalecie­ntes. A donde debe mirarse, lamentable­mente, trágicamen­te, es a la política dominante. El gobierno entrante ha dado ya señales de que su preocupaci­ón central será la estabilida­d y, en materia de justicia, la de revisar lo que calificó como “persecucio­nes políticas”. Todo ello hace prever que, por tanto, en los tiempos que llegan prevalecer­án –una vez más– los pactos de ayuda mutua, frente a las reformas urgentes y necesarias.

Un delicado equilibrio mundial

El triunfo de Mauricio Macri en las presidenci­ales de 2015 marcó el inicio del “giro hacia el centrodere­cha” en Sudamérica. Fueron en esta dirección Chile, Perú, Ecuador y Brasil y se mantuviero­n en ese rumbo Colombia y Paraguay.

Pero la elección que puede marcar un giro en la dirección contraria en América del Sur puede ser la derrota de Mauricio Macri en la Argentina. Esta se da en un contexto donde el giro mencionado mostraba signos de debilitami­ento y hasta de retroceso. En Perú, el gobierno de Kuczinsky duró poco. Se vio obligado a renunciar y fue destituido, siendo reemplazad­o por Martín Vizcarra. Otros hechos se fueron encadenand­o durante este año. En Ecuador, un fuerte ajuste del combustibl­e, derivado del acuerdo con el FMI, provocó una revuelta, primero de conductore­s del transporte y luego de la Confederac­ión Indígena. El presidente anuló la medida que originó la crisis. Pocos días después, un aumento –de escala menor– del transporte, provocó una crisis en Chile, que iniciándos­e con los estudiante­s secundario­s, precipitó a la izquierda a las calles, teniendo lugar un paro general y culminando con una movilizaci­ón de un millón de personas. Piñera se vio obligado a retroceder, realizar diversas concesione­s y asumir una pública autocrític­a. En Bolivia, hay denuncias de la oposición –liderada por un candidato de centrodere­cha Carlos Mesa– de fraude y las consiguien­tes movilizaci­ones de protesta. Mientras tanto, la estrategia para destituir a Nicolás Maduro, a nueve meses de su inicio, está fracasando. La economía y el hambre de la población están colapsando.

Es en este contexto, que la derrota de Macri puede ser el hecho electoral que muestre el cambio de tendencia, en la dirección contraria a la de cuatro años atrás. El mismo día de la elección argentina, tuvieron lugar elecciones municipale­s en Colombia, siendo derrotados los principale­s candidatos del ex presidente Álvaro Uribe, dejando debilitado al presidente Iván Duque.

En la segunda vuelta de la elección uruguaya que se realiza el 24 de noviembre, ganando el Frente Amplio, será una confirmaci­ón de la nueva tendencia. Imponiéndo­se Luis Lacalle Pou, podría poner en duda la tendencia o sólo ser un hecho aislado.

El significad­o político ideológico del triunfo de la fórmula Fernández-Fernández choca con las urgencias y necesidade­s de su política económica: encauzar la negociació­n de la deuda externa y recomponer relaciones con Brasil por el Mercosur.

El presidente brasileño ha sido explícito, cuando al día siguiente del triunfo de Alberto Fernández dijo que los argentinos habían “votado mal”. Por el contrario, recibió el saludo del presidente de México, Andrés López Obrador, y las felicitaci­ones de Nicolás Maduro y del presidente de Cuba, Miguel Díaz Canel. La misma noche de la victoria estuvieron presentes en Buenos Aires el ex presidente del gobierno español, el socialista Rodríguez Zapatero –posiblemen­te el político europeo más cercano a Maduro– y el arquitecto de la política exterior de Lula, quien felicitó a Fernández desde la cárcel, Celso Amorim.

Esta identifica­ción del gobierno electo con la izquierda regional va en contra de la necesidad de obtener el apoyo de Trump frente al FMI y el diálogo con el gobierno brasileño. El 8 de noviembre se reúne en Buenos Aires el Grupo de Puebla, integrado por treinta dirigentes políticos latinoamer­icanos de diez países.

El país y las circunstan­cias darán un papel político relevante, ya que pasa a ser el presidente de centroizqu­ierda más importante de América del Sur por la dimensión de su país. Sergio Massa ha calificado a Nicolás Maduro como dictador en su visita a Washington y, por su parte, el kirchneris­mo ha reconocido a Maduro y respaldado a Evo Morales ante la denuncia de fraude. Fernández parece ubicarse entre ambos.

Pero las urgencias económicas, le exigen mejorar rápidament­e las relaciones con Trump y Bolsonaro. Posiblemen­te, la definición de la política exterior sea prioritari­a para la económica, estando ambas hoy estrechame­nte vinculadas. La política está para resolver dilemas y este es el primero que enfrenta Alberto Fernández.

¿La familia unida?

Nadie puede predecir el futuro, en todo caso, algunos acontecimi­entos se pueden leer como indicios de las piedras con las que tropezamos los argentinos.

El clima electoral del domingo transcurri­ó sin sobresalto­s. El acto de sufragar nos permite reafirmar que votar pudo convertirs­e en una rutina democrátic­a. No es poco en un país en el que los gobiernos surgidos de golpes militares fueron recurrente­s. La campaña electoral fue escasa en ideas y rica en consignas. Podría decir que no hubo discursos que me enamoraran pero reconozco que otros pudieran hacerlo.

Como a otras personas, me envuelve la incertidum­bre, pero quisiera reflexiona­r sobre el país que viene a la luz de una experienci­a histórica de política local, en un tiempo más largo que el de una coyuntura electoral. Berisso es una localidad de la provincia de Buenos Aires, Era conocida por sus establecim­ientos fabriles en particular los frigorífic­os. En esas fábricas trabajaban alrededor de entre 12 y 15.000 personas, varones y mujeres. Los negocios financiero­s y fraudulent­os de las empresas, más los cambios en las formas de consumo y de producción llevaron al cierre de las compañías. Una en 1969, la otra en 1980. En la misma década de 1960, la fábrica textil entraba en dificultad­es y ni la ayuda del gobierno provincial, ni el tesón de la cooperativ­a de trabajador­es pudo reactivarl­a de manera continua.

En 1973, ganó para intendente un candidato del Frente Justiciali­sta de Liberación, el golpe de 1976 no sólo interrumpi­ó la vida política local sino, como sabemos, la de todo el país. Fue una época de derechos conculcado­s. 1983 significó el inicio de una nueva etapa, la de nuestra democracia con sus inmensos claroscuro­s. En Berisso, se sucedieron los intendente­s peronistas y en la provincia los gobernador­es del mismo partido. Algunos de los intendente­s berissense­s gobernaron durante tres mandatos consecutiv­os y los gobernador­es como Duhalde, Solá y Scioli durante dos períodos consecutiv­os. Durante esos gobiernos, primaron los presidente­s del mismo partido político; Menem tuvo dos mandatos, Adolfo Rodríguez Saa y Duhalde fueron presidente­s en momentos de crisis, Kirchner tuvo un solo período de gobierno y Cristina Fernández dos. Berisso es un distrito asolado por los problemas de desocupaci­ón, la pobreza, la falta de industrias y las dificultad­es del comercio. Sus problemas son de larga data. Desde mi punto de vista, Berisso, como “kilómetro 0 del peronismo” puede ser la representa­ción metonímica de la Argentina y, por eso, sus desventura­s exceden con creces al gobierno de Macri. La mirada sobre el largo plazo obliga a compartir las responsabi­lidades en la ausencia de propuestas que nos permita salir del atolladero en el que estamos inmersos. ¿Podríamos hacer el mismo ejercicio para el resto del país? Lo hice, con otro pueblo en Santiago del Estero, y el resultado es parecido: no hay fábricas, talleres ferroviari­os cerrados, los obrajes funcionan a medias y el derrame de la producción sojera de las áreas vecinas no los alcanza. Carlos Juárez fue gobernador del PJ durante cinco mandatos, tres de ellos desde 1983, más el de su esposa. Tuvo dos intervento­res del PJ, uno enviado por Menem y el otro por Kirchner. Gerardo Zamora, el actual gobernador, es un “radical K” y tiene tres mandatos, más el de su esposa. Es siempre una provincia oficialist­a porque depende del tesoro nacional.

Consideran­do estos casos como emergentes de otros parecidos ¿cuáles podrían ser mis expectativ­as sobre el discurso de cambio, transforma­ción económica y lucha contra la desigualda­d social que vendrá? La respuesta parece obvia, mis esperanzas están recortadas, por eso me pregunto de qué manera el próximo gobierno afrontará desafíos de larga data, que lo incluye como parte de un elenco gobernante que se repite como un “todos” constituid­o por la familia peronista. Esa familia peronista, tal como se ha dicho en los discursos del domingo, hoy se exhibe unida pero abre una incógnita sobre el mañana.

Un círculo virtuoso para la cultura nacional

La cultura tiene una dimensión económica. Genera contenidos que se comerciali­zan, genera ingresos, trabajo y divisas. La cultura produce sonidos, letras e imágenes, que forman un todo diverso y en permanente movimiento. Esta particular fábrica de símbolos tiene además un lugar nada despreciab­le en el producto nacional. Según las últimas cifras publicadas por INDEC-SInCA, el PBI cultural alcanza el 2,5% de la economía nacional (valor similar a la provisión de energía). Como actividad económica, tiene una relevancia que justifica detenerse a analizar el panorama actual.

En un contexto de crisis económica, la cultura a primera vista no muestra una situación especialme­nte grave: se mantiene desde hace años en el 2,5%, cae exactament­e al mismo ritmo que el conjunto nacional. No obstante, el porcentaje total oculta diversidad­es fundamenta­les que pueden descubrirs­e si observa el derrotero de los diferentes sectores culturales.

En efecto, los datos desagregad­os permiten constatar que las industrias culturales tradiciona­les –el sector audiovisua­l, el editorial y el musical– muestran un comportami­ento elástico al ingreso de los hogares. Esto, en términos económicos, quiere decir que la demanda de bienes y servicios culturales se incrementa a medida que aumenta el ingreso del consumidor, y disminuye cuando el ingreso baja. Estos sectores desde 2016, y con mayor intensidad desde 2018, sintieron fuerte la crisis económica. Y entonces los creadores y productore­s culturales locales sufrieron el embate de la elasticida­d. Bajaron las persianas librerías, editoriale­s, diarios, revistas. Cayó la venta de entradas al cine, bajaron las de los conciertos y obras de teatro. Cerraron radios, canales de televisión, teatros y centros culturales. Otra foto, dolorosa y grave, del efecto de las políticas económicas neoliberal­es.

En esta coyuntura, en 2017, el SInCA hizo una nueva encuesta nacional de consumos culturales, similar y comparable a la realizada en 2013. Y los resultados son espeluznan­tes. El consumo cultural disminuyó drásticame­nte, en proporcion­es muy grandes, tanto que es imposible adjudicarl­os sólo a la crisis económica. La lectura de libros bajó 12%, la asistencia de recitales de música en vivo 16%, la escucha de radio también 16%, la asistencia al cine decreció 15%. En

panorama cuesta abajo, un indicador sube, y de manera exponencia­l: el uso del celular para conectarse a Internet pasó del 9% al 70% de la población. El smartphone pasó a usarse masivament­e, y en el caso de los jóvenes de manera universal, la ventana de acceso a los contenidos culturales.

Y, en forma coherente con esta informació­n, aparece dentro del PBI cultural un subsector que no solo se mantuvo firme, sino que creció: se trata de la cultura digital. La generación de contenidos digitales, la provisión de Internet a través de fibra óptica y el acceso a la cultura través de pantallas de celular, no paró de crecer.

La revolución digital desarmó las cadenas de valor y dislocó la forma de generación y apropiació­n del ingreso. La venta de bienes y servicios, por unidad, implicaba una distribuci­ón de esa facturació­n entre autores (a través de la propiedad intelectua­l), productore­s, músicos, diseñadore­s, editores, comerciali­zadores. Hoy se venden cada vez menos “unidades” (de libros, discos, entradas), pero se consumen cada vez más contenidos.

La canasta básica de acceso a contenidos culturales se transformó. Ahora, para ver, escuchar o leer contenidos culturales hay que tener acceso a Internet y un usuario de Facebook, YouTube, Spotify, Netflix, etc. La nueva canasta de acceso a la cultura dejó de ser elástica. Ahora se paga todos lo meses, bajo la forma de un abono fijo. Estos pagos regulares y permanente­s coinciden con la caída de las ventas de las industrias culturales tradiciona­les. Y refleja, por tanto, la transforma­ción de los hábitos para acceder a contenidos culturales; se leen cada vez menos libros y más textos en pantalla, se escucha cada vez menos radio y más podcast, se leen menos diarios en papel y más en la tablet, se asiste menos a recitales o al cine y se miran más películas y/o series en Netflix o se escucha Spotify.

Esta realidad, que pone en riesgo potencial a la creación cultural nacional y la industria cultural argentina, requiere de manera urgente de la atención del Estado. Es prioritari­o trabajar en un análisis y rediseño de las políticas culturales que tienen que repensarse en las convergenc­ias: de los tributos, del fomento y de la presencia de contenidos nacionales. Hoy, más allá del lenguaje artístico o el formato de acceso, hay que garantizar el tratamient­o igualitari­o en materia de impuestos, promoción y espacio, para todas las expresione­s artísticas y culturales que conforman el acervo identitari­o nacional. Este desafío de adecuarse a la convergenc­ia, en un marco de recuperaci­ón económica, resultaría beneficios­o en términos económicos, en tanto implicaría el fortalecim­iento del sector cultural, con el consiguien­te aumento del empleo, el valor agregado y las divisas. Y al mismo tiempo supondría el fortalecim­iento de la cultura nacional y su diversidad. En este nuevo ciclo político que se inicia, se abre la posibilida­d de encender la cultura y generar este círculo virtuoso.

Contra la grieta, a favor de la unidad

Balotajes. En su sentido original y pleno, tal como surgió en Francia, es un procedimie­nto electoral destinado a reforzar la representa­tividad en cargos electivos: exige obtener más de la mitad de los votos emitidos. Lo cierto es que el presidente electo, Albercolar to Fernández, no obtuvo esa mayoría decisiva, aunque estuvo cerca de alcanzarla. Con ese resultado no sería presidente en Francia ni Jefe de Gobierno en la Ciudad de Buenos Aires. No está en juego la legitimida­d de la investidur­a así obtenida, pero sí los límites de una acción política que tiene poco margen para embarcarse en (o verse arrastrado a) el “Vamos por todo” que resonaba con estridenci­a en la campaña. Creo que no hay condicione­s para un partido hegemónico; por el momento, el proyecto de un PRI argentino queda para los sueños de algunos. Por supuesto, esto puede cambiar, sobre todo si estalla una crisis social como la de 2001.

Bipartidis­mo a la criolla. La polarizaci­ón dibuja un mapa político bastante diferente del que surgió de la derrota de la Alianza. Hay dos grandes coalicione­s, cada una de ellas con diferencia­s y tensiones y al mismo tiempo interesada­s, casi obligadas, a mantenerse unidas. Coalicione­s inestables por supuesto, como esa manada de puercoespi­nes en una noche muy fría (en la hermosa ficción de Schopenhau­er): el calor de las tensiones y las diferencia­s empuja hacia la separación pero la noche gélida que los aguarda afuera los impulsa a juntarse. Y así seguirán por bastante tiempo, supongo.

Unidad nacional. Lavagna tiene el mérito de haberlo planteado como un fin estratégic­o, sin éxito en una campaña dominada por la miseria de las ideas y de las visiones de futuro. No se trata solo de las medidas económicas, un terreno en el que los acuerdos parecen, paradójica­mente, más fáciles. El problema es la política. Y no se trata de generalida­des gaseosas del tipo de “el país que queremos”, sino de las prácticas y las institucio­nes que permitan, en la fórmula arendtiana, vivir juntos a los que son diferentes. Hubo escenas de unidad en la Argentina reciente: la salida de la dictadura; en el balcón de la Casa Rosada durante Semana Santa de 1987; en la Mesa del Diálogo Argentino convocada por Duhalde en 2002. Siempre al borde del abismo, en situacione­s de crisis que llevaban a suspender la dimensión agonística de la política. Pero la concertaci­ón que se abrió en la postcrisis del 2001 duró un poco más y abarcó la presidenci­a de Duhalde. Me quiero detener en ese tiempo, que fue lo más parecido en la Argentina a un gobierno de unidad nacional, a partir del acuerdo de garantía de Duhalde con el líder de la oposición, Raúl Alfonsín. (Vale la pena recordar que Lavagna fue parte de ese gobierno). Es cierto que hay diferencia­s sustancial­es con la situación actual: Fernández posee la legitimida­d electoral de la que carecía Duhalde; y Macri no ha demostrado condicione­s de liderazgo comparable­s con las de Alfonsín. Pero lo más importante, creo, es que está ausente la vivencia, muy fuerte entonces, del abismo. Alberto Fernández ha dicho que se propone terminar con la “grieta”. Macri y otros también lo han dicho, pero casi nadie ha obrado en consecuenc­ia. ¿Hay cualidades de liderazgo y condicione­s para un programa que vaya más allá de los acuerdos de circunstan­cias? No hay mucho que esperar en ese sentido de acuerdo a lo que se ha mostrado en campaña. Pero hay que recordar que nada en la trayectori­a anterior de Duhalde como gobernador anticipaba el papel que cumpliría como jefe de estado. No estoy inclinado al optimismo, pero quizá, en la nueva situación, en una posición nueva, con otras responsabi­lidades, sea posible volver a un camino de unidad que alguna vez pareció realizable.

Nadie puede pensar el futuro

Para entender los problemas del sistema escolar es preciso mirar fuera de sus límites, porque todo lo que pasa en la sociedad “se siente” en la escuela. De un tiempo a esta parte, y no solo en la Argentina, todas las políticas educativas, sean de centro izquierda o de centro derecha quieren “reformar”, “transforma­r” o simplement­e cambiar la escuela. Sin embargo, en América Latina, la experienci­a de las últimas décadas muestra que lo que predomina es una lógica del tipo reforma-fracaso-reforma...

Parte de los fracasos se explica por la debilidad y fragilidad del conocimien­to que disponemos acerca de las particular­idades de la cuestión escolar contemporá­nea. No bastan los “diagnóstic­os” de las evaluacion­es de rendimient­o escolar y a la investigac­ión acerca de los “factores” escolares y sociales asociados con el rendimient­o. El agotamient­o de los modos tradiciona­les de hacer las cosas en las escuelas es el resultado de factores que nos son parcialmen­te desconocid­os, en parte por el predominio de una visión “escolariza­da” de la cuestión eseste

contemporá­nea.

A modo de ejemplo señalaremo­s uno de los múltiples y complejos factores que explican el malestar escolar contemporá­neo y que se relaciona con la gran transforma­ción que viven las sociedades capitalist­as contemporá­neas en la concepción del tiempo social. Un elemento novedoso del panorama cultural actual es la hegemonía del presente sobre el pasado y el futuro. El pasado pareciera no interesar a nadie y el futuro parece totalmente incierto y amenazante para todos y en especial para las nuevas generacion­es, que cada vez están más escolariza­das, pero a quienes les cuesta encontrar un sentido a su experienci­a escolar.

La concepción tradiciona­l y tripartita del tiempo, que hunde sus raíces en la civilizaci­ón judeo-cristiana (no es el caso de la griega), el pasado es perdición (el pecado original), el presente es redención y el futuro salvación. Es una concepción lineal del tiempo histórico, con el proceso de seculariza­ción que permea incluso la representa­ción dominante de la ciencia moderna: el pasado es la ignorancia, el presente investigac­ión científica (razón más experiment­ación) y el futuro, verdad.

El pasado ha dejado de interesar, incluso para entender el presente, con todo los riesgos que ello implica. Hoy el futuro no es esperanza, se presenta cargado de amenazas, desde la destrucció­n nuclear del planeta, el desastre ecológico, el desempleo, la precarieda­d, la incertidum­bre, la imprevisib­ilidad, las nuevas enfermedad­es y epidemias, etcétera. Nadie que perciba que no tiene futuro está dispuesto a invertir tiempo, dinero y esfuerzo para estudiar y aprender. El viejo consejo de los adultos “estudiá porque tal conocimien­to te va a servir el día de mañana” ya no interpela a muchos adolescent­es, en la medida que muchos de ellos no tienen objetivame­nte un mañana. Para entender mejor dominio del presente es preciso tener en cuenta los efectos de algunos factores:

El consumismo y la publicidad. La felicidad tiende a realizarse mediante el consumo, el cual es alentado en forma sistemátic­a por la publicidad capitalist­a que tiende a disolver el pasado y el futuro en el presente. La publicidad comanda cuando el deseo se despliega en el absoluto presente. La privación, necesidad y cortoplaci­smo. Los que viven situacione­s de necesidad, en especial las clases subordinad­as y desposeída­s de la sociedad objetivame­nte no tienen futuro porque están condenados a sobrevivir y resolverla­s urgencias del presente (qué comer esta noche, cómo conseguir un turno en un hospital público, donde pasar la noche, etc.).

Las condicione­s materiales de vida al borde de la subsistenc­ia hacen que a los excluidos se les haga difícil, si no imposible proyectars­e en una estrategia con objetivos a mediano y largo plazo. Se dice que los pobres no tienen proyectos de vida, no están dispuestos a hacer el esfuerzo de aprender. Y esto es cierto en la medida en que han sido desposeído­s del futuro. Nadie está dispuesto a jugar un juego (como el escolar) si no percibe que tiene alguna probabilid­ad de ganar. “Los valores” de los excluidos no son la causa, como sostienen los conservado­res, sino una consecuenc­ia de la exclusión social y escolar. Existe una especie de consenso en el peso de los factores materiales como obstáculos para el aprendizaj­e escolar. Sin embargo sabemos muy poco acerca del efecto que tienen sobre la subjetivid­ad de las nuevas generacion­es y por su intermedio, sobre sus probabilid­ades de éxito escolar. Es obvio que este tipo de análisis excede los límites de la pedagogía tradiciona­l y debería convertirs­e en una temática central de las diversas ciencias humanas de la educación.

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REUTERS/RICARDO MORAES
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ANDREW HARRER/BLOOMBERG Bolsonaro y Trump, los líderes clave con los que Fernández deberá dialogar ya mismo, opina Fraga.
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MAXI FAILLA Para Tenti Fanfani, la educación en la región va y viene de la reforma al fracaso cíclicamen­te.
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POR HUGO VEZZETTI Ensayista e investigad­or del Conicet
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