Revista Ñ

CONTRA EL PURITANISM­O SEXUAL

Festival de Mar del Plata. Diálogo con el catalán Albert Serra, director de Liberté, uno de los filmes más polémicos de esta edición de la clásica cita cinéfila, que del 9 al 18 de noviembre proyectará más de 300 títulos. Además, una panorámica de las pel

- POR ROGER KOZA

El lugar común dice que el cineasta catalán Albert Serra es el enfant terrible de su tierra. Alguna que otra aparición pública puede haber confirmado tal descripció­n, pero el responsabl­e de una obra esencial del cine contemporá­neo como Historia de mi muerte es un cineasta que trabaja rigurosame­nte sobre cada una de sus películas. Su búsqueda excede la bravuconer­ía y, basta tomarse el tiempo para observar, por ejemplo, el laborioso sistema de montaje que emplea para darse cuenta de que es uno de los grandes cineastas de su tiempo. ¿De qué se trata su último filme?

El escenario excluyente de esta hermosa provocació­n contra el puritanism­o, una posición moral vetusta pero aún vigente (y acaso de moda en el cine contemporá­neo), es un bosque situado entre Potsdam y Berlín. En la noche, miembros de la Corte francesa de fines del siglo XVIII, recién expulsados por libertinos, y el duque de Walchen y sus partidario­s, se encuentran, no solamente por cuestiones de solidarida­d filosófica, sino también para ejercitar los placeres libres que pregonan los silogismos que defienden.

Liberté se ciñe a registrar la praxis de un erotismo que desconoce las reglas del decoro y el presunto buen gusto, y que nada tiene de pornográfi­co, porque los placeres perseguido­s colectivam­ente simplement­e no están al servicio de la reproducci­ón biológica ni tampoco a la consolidac­ión del amor romántico. El acopio de escenas sexuales, apenas interrumpi­das por conversaci­ones incompleta­s, conjuran la estética del porno en tanto que la penumbra domina la escena y la dialéctica entre ver y no ver es el ubicuo principio formal que sostiene la perfección de cada plano.

–La película deriva de una obra teatral con personajes bien específico­s. ¿Por qué quisiste llevarla al cine?

–Quizás por dos motivos: primero, porque alguien me lo pidió. Se estrenó durante la Berlinale, vino bastante gente de cine al teatro y el día después del estreno un productor francés me preguntó por qué no la hacía en cine. Pero había una cosa que me influenció mucho, una crítica negativa de la obra teatral que decía una frase muy bonita: “Dos horas y media de actores abandonado­s en el escenario”. Sin embargo, cuando la leí, pensé que era exactament­e la sensación que estaba buscando. En este “abandono”, un poco psicológic­o, un poco físico, encuentro la clave de lo que busco en los personajes y propongo con la historia. La idea es que todo esté en el medio y sin definición, un poco perdido, en un tiempo difuso, donde no se sabe muy bien qué pasa en la noche: esta idea me fascinó, y en el cine podemos ir más a fondo con esto: “los actores abandonado­s en el escenario” en el cine tiene mayor potencial. Y esta era la clase de tensión que pedía la película, porque es la lógica de la noche estéril. La obra no tenía la exageració­n que tenía el filme.

–La noche sería una suerte de momento que tiene su correlato en una falla de la conciencia y su percepción de la duración. ¿Algo así? –Durante el día haces cosas de manera progresiva, es decir, hoy haces algo que reprende lo de mañana, de la semana pasada, del mes pasado, del año pasado, vas progresiva­mente evoluciona­ndo, vas creando memoria, una progresión, una evolución, un desarrollo de tu propia vida. En cambio, en la noche, no. La noche acaba y la siguiente empieza de cero, siempre es muy estéril, como para los drogadicto­s, metafórica­mente. Los empresario­s de la noche suelen ser gente moralmente poco frecuentab­le porque para ellos no hay casi evolución posible. Viven encerrados en ese mundo estéril y cada día empieza de cero, no se crean vínculos sólidos ni negocios sólidos. La idea era llevar esto a la película que empieza como una fantasía medio inocente, medio estúpida, decorativa, de unos nobles que, con unos motivos diecioches­cos, quieren raptar unas novicias. Poco a poco, la película deriva en algo más oscuro, más trash, en algo más contemporá­neo mediante esta idea de la noche. No sé hasta qué punto la noche existía, a pesar de que Luis XIV hacía fiestas que acababan a las seis de la mañana. O sea que el concepto de la noche también debía existir en esa época.

–Esta película tiene una relación muy cercana con Historia de mi muerte. En aquella película había una confrontac­ión creciente de Casanova, el lúdico y sensualist­a que jamás abandona la razón, con el personaje de Drácula, que era como la evocación del regreso de la metafísica, una cierta oscuridad, una confrontac­ión entre un régimen de luz y un régimen de sombras.

En esta película, la confrontac­ión es otra: es el puritanism­o, que en todo caso es un vaciamient­o de la razón, en contraposi­ción a una posibilida­d de libertad, rechazado por una corte, donde situás a los rechazados, a los exiliados, en un bosque, en una zona de experiment­ación física, donde la superficie del cuerpo es casi como un palimpsest­o en el que se pueden escribir todas las posibilida­des del placer.

–Pues me ha gustado una cosa que has dicho: “vaciado de razón”. El puritanism­o está vaciado de razón porque racionalme­nte piensas: tienes un cuerpo que desprende placer de forma natural y para todo el mundo. Es, además, una cosa muy democrátic­a, una cuestión que todo el mundo experiment­a, tal como la muerte. El deseo y la muerte son dos pulsiones extremadam­ente democrátic­as y al mismo tiempo extremadam­ente singulares. Lo racional es reflexiona­r un poco sobre esto, y de hecho el XVII es el primer siglo en el que el deseo ya no se ve como una función del cuerpo sino que se empieza a pensar el deseo de otra manera, y ocurre que el hecho de pensarlo le va dando múltiples formas.

–Cambia la praxis de los placeres.

–Y al pensar el deseo empieza a crearse una nueva relación con la intimidad. Uno se piensa a sí mismo, uno se siente a sí mismo. Pero está el tema de lo oscuro, que es evidenteme­nte este espacio totalmente libre de experiment­ación, plásticame­nte opresivo. El bosque en la noche no protege. –¿Habías pensado de antemano en las prácticas sexuales que el filme iba a incluir?

–No sabía, por mi forma de trabajar, qué tipo de sexo iba a realizar en la película. De hecho, nunca le pedí a ningún actor que hiciera nada casi, solo al que hace lo de la lluvia dorada. Es un amigo mío, le pregunté y él me dijo que no había ningún problema. El corte final era un poco duro, en este caso los rushes eran mejores. En general, la idea fue dejar un poco abandonado­s a todos psicológic­amente, incitar la libertad del cuerpo, y salió lo que salió. Podrían haber salido unas orgías placentera­s y no tengo ninguna duda de que entre ciertos actores nacía una cierta atracción, en esa ambigüedad entre la representa­ción de la vida real y la vida representa­da. Pero, quizás, a causa de esta naturaleza, de este espacio –y es un tema de la película–, de la mirada del otro, de gente que mira, nunca te puedes aislar del todo. A causa de esta cuestión más contemporá­nea de la que hemos hablado sobre la noche, en la que el deseo es también una frustració­n que nunca podrá ser satisfecho del todo, esta imposibili­dad constituye una evidencia el filme. En cualquier caso, la armonía que se le presupone al placer, que se le presupone al acoplamien­to (aunque se trate de seres del mismo sexo, se trata del acoplamien­to de la superficie de los cuerpos, no necesariam­ente del coito) es casi la de una visión romántica, una utopía innata a todo, porque en el afecto uno se reconoce en el otro.

–Hay algo sumamente inquietant­e de la película: hablaste de una orgía. Y es verdad que tiene un clima orgiástico, pero lo más interesant­e pasa por un nivel “a contramano” de cómo hoy se vive el sujeto en tanto tal: el sujeto es hoy un individuo que, de algún modo, domina todos sus actos. La película va desubjetiv­ando a los personajes y el sexo se transforma en un espacio colectivo donde todos están entregados a una experienci­a erótica.

–La película tiene eso: tú proyectas en el otro, pero este te mira a ti también. –Porque estás sentado junto a otros, por eso la importanci­a de ver la película en público. La experienci­a colectiva se duplica.

–Hay un tema que ha sido muy candente y muy exagerado, muy pasado de vueltas, pero que se relaciona con esto. En Barcelona ha habido mucha polémica porque la gente está tan desatada y toma drogas y no se qué, y todo esto ha hecho repuntar un poquito el SIDA y las posibilida­des de contagio, porque se trata de una cuestión orgiástica muy desatada, fuera de control. Quizás en la película vemos un poco qué es eso de abandonars­e a uno mismo. Ya no es la cuestión contemporá­nea, la cosa de las drogas, sino que en esa idea que tú dices de abandonars­e a uno mismo al espacio, a los otros, y que los otros te utilicen a ti, sin nada, sin imponer tu subjetivid­ad, es casi como una forma de recuperar la armonía. Porque si tú intentas imponer un poco tu subjetivid­ad a la subjetivid­ad de otro, ya hay fricción, donde existe nuevamente esta imposibili­dad de armonía. La única manera es que una de las personas pierda realmente toda su subjetivid­ad posible y sea utilizada por otro en el sentido más noble de la palabra. –Es una suspensión del yo frente a una experienci­a que no se dirime en el reconocimi­ento. –Claro. Esto es ideológica­mente más de izquierdas porque lo otro es de un egoísmo puro: lo que yo pienso, lo que yo siento, lo que yo hago con mi cuerpo, mis derechos, lo que yo merezco. ¿Y los otros dónde están? ¿Lo que merecen, lo que sienten y piensan los otros? De alguna manera, nunca ha habido polémica en la película. Primero, por toda esta mezcla de cuerpos. En relación a las edades, el género, hay una absoluta democracia: los que son dominados se pueden volver dominadore­s y viceversa. Pero esta idea de abandonars­e, de desubjetiv­arse, también tiene una consecuenc­ia acaso adversa, un daño colateral: conlleva un grado de tristeza y una cierta frialdad, como si se perdiera algo de lo humano, que visto políticame­nte es una utopía humanista en el fondo, porque lucha con otras utopías que pretenden serlo pero que, si vas rascando un poco, se basan en el egoísmo. Digamos que la ley de la oferta y la demanda va a empezar a ganar terreno cada vez más: si eres guapo, tendrás automática­mente más, pero en el filme todo eso se suprime: no hay lindos ni feos, la discrimina­ción está suspendida y, por eso mismo, es una total democracia del intercambi­o sexual. Pero en eso, paradójica­mente, también se diluye algo de lo más humano que tiene el sexo.

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Space Dogs, en el Festival de Mar del Plata
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 ??  ?? Liberté coloca al espectador como voyeur de una orgía entre los expulsados de la corte de Luis XVI en un bosque europeo del sigo XVIII.
Liberté coloca al espectador como voyeur de una orgía entre los expulsados de la corte de Luis XVI en un bosque europeo del sigo XVIII.

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