EL COLECCIONISTA Y SUS TENTACIONES
Jacobo Fiterman, Premio Ñ a la Trayectoria Cultural 2019. Figura clave de la escena argentina del arte, recuerda aquí su papel como factótum de arteBA y promotor de la obra de grandes maestros. Además, el testimonio de su amigo y artista favorito, Carlos Alonso.
El mundo del arte le debe bastante en la Argentina al ingeniero Jacobo Fiterman. Por ejemplo, le debe a su brío la existencia de arteBA, la feria de arte contemporáneo que fundó con otros amigos en 1991, que presidió durante once años y que es desde entonces el principal motor del mercado local, además de uno de los acontecimientos culturales más esperados cada año en la ciudad. También, le debe decenas de exhibiciones de calidad organizadas por la Fundación Alon dentro y fuera de su espacio para difundir y promover la obra de maestros a veces olvidados, como la que en estos días exhibe en la Casa Nacional del Bicentenario las ilustraciones que Benicio Núñez realizó en su momento del Fausto criollo de Estanislao del Campo. O exquisitas ediciones de catálogos y libros con investigaciones sobre la obra de artistas como Bonevardi, Policastro, Victorica, Battle Planas y Gómez Cornet. Lo mismo que libros como El matadero, de Esteban Echeverría, ilustrados por Carlos Alonso o Los siete locos, de Roberto Arlt, con ilustraciones de Eduardo Iglesias Brickles, por nombrar solo un par de una larga lista. Son muchos los artistas argentinos que sienten gratitud por la generosidad con que Fiterman los apoyó en su trabajo –entre muchas otras maneras– incorporando sus obras a la Colección de la Fundación Alon, que reúne unas 600 piezas.
Por cosas como esas, Fiterman –que además es un emprendedor y desarrollador inmobiliario desde hace décadas y que se desempeñó como secretario de Obras Públicas de la Ciudad de Buenos Aires en el gobierno del presidente Raúl Alfonsín– es un hombre a quien todos en el mundo del arte consideran un amigo. Y todos lo conocen como “Fito”. El desafío más reciente con el que sorprendió a propios y extraños lo encaró a fines del año pasado, cuando, a los 89 años, presentó en la galería Cecilia Caballero su muestra y su libro de fotografías titulado, con cierta ironía sobre sí mismo, También fotógrafo. Ahora, cerca de los 90, se asombra con la noticia de que recibirá el Premio Ñ a la Trayectoria y me recibe en su oficina de la Fundación Alon con una frase en la que se combinan la modestia y el pudor: “Yo soy un hombre común y la historia que puedo contar, mi trayectoria, es la de un hombre común”. –¿Cómo empezó a coleccionar arte? ¿Cómo fue la primera compra y cómo fue transformándose en una colección?
–Yo me casé hace más de 60 años. En aquel entonces, buscando un ideal, algo para comprar que me satisficiera, lo primero que hice fue comprar un retrato de Berni de un chico con un patito. ¿Por qué? Porque uno lo que pensaba en ese momento era encontrar una manera de satisfacer un deseo: ser un hombre de la cultura, formar parte. Cuando llegué a casa, mi mujer se quejó: “¿No tenemos mesa de comedor y vos comprás un cuadro?”. Sí, porque sentí que es importante embellecer mi vida. Yo tenía esa sensación de que me quería ligar con el arte. Poco después, en el 55, hubo una epidemia de poliomielitis y hubo un remate a beneficio. Esa fue la primera vez que compré pensando en iniciar una colección. Ahí compré una aguada de Castagnino y un pequeño óleo de Orlando Pierri. Ese fue el principio de la colección.
–Casi inmediatamente conoció a Carlos Alonso en la galería que funcionaba en el Teatro del Pueblo...
–Sí, él había ganado el Premio Emecé para ilustrar la segunda parte del Quijote de la Mancha. Empecé a comprarle obra. Y comenzó una amistad con Carlos. Mi relación con él es fundamental en mi gusto por el arte. Era un arte con cierta ideología, un arte con compromiso social y político... Hoy de
bo tener, no sé, casi 200 cuadros de Alonso. Nos hemos hecho amigos, vivimos muchos momentos... Cuando secuestraron a su hija Paloma durante la dictadura, que nunca apareció, estuve muy presente, lo acompañé... En fin, situaciones que compartimos mucho tiempo.
–¿Cómo se lleva con el arte contemporáneo, con el arte actual?
–El arte contemporáneo tiene mucho marketing. Yo no entro a juzgar, son situaciones del momento. Así como cambia la gente, también el arte se refleja en esos cambios. Me parece un arte desprovisto de ideología, muy decorativo, que no lleva a pensar; es un arte que lleva a apreciar la combinación de colores, lo puramente estético. Hay artistas que combinan las dos cosas. Yo me fui hacia ese otro lugar, esa forma de ver el arte... –Teniendo en cuenta eso, ¿cómo fue su experiencia en arteBA?
–En la época en la que yo estuve en arteBA, que fueron once años a partir de 1991, armamos una feria de arte que también tuvo siempre un sentido social. arteBA es una fundación sin fines de lucro, entonces yo entendí que teníamos que devolverle algo a la sociedad. Por ejemplo, invitábamos a chicos, pintores jóvenes de distintas partes del país, los elegía la Secretaría de Cultura y nosotros exhibíamos su obra en arteBA, les pagábamos el pasaje, la estadía y algo de viáticos. Y así fue que muchos pudieron hacerse conocer. Es decir, por ese concepto de solidaridad, muchos artistas que no tenían galería, tenían su rincón donde exponer. Eso implicaba, diría, una feria de principiantes, llamémosla así... Con un espectro muy amplio, porque no tenía un sentido tan comercial. Y recibimos muchas críticas de gente que tenía un lugar central en el arte contemporáneo y en el mercado.
–Podría decirse que entre los días de aquellas primeras compras en el Teatro del Pueblo y hoy ha habido profundos cambios culturales. ¿Cómo describiría hoy la relación de la gente con el arte, por qué cree que es poca la gente que compra arte?
–En mi época, recién recibido y recién casado, ¿qué buscaba uno?: una obra de arte. Porque era una situación que te alegraba el espíritu. La ambición era tener una obra de arte. Con el tiempo, la ambición de la gente empezó a ser tener una casa en un country, el segundo coche, manifestaciones concretas, materiales de la vida, alejándose de lo espiritual. La gente común pasó de buscar esas cosas espirituales –libros, lectura, música– a deseos inmediatos... En mi época, la clase media era más numerosa, hoy representa un sector menor de la población, porque hubo un crecimiento demográfico importante y porque la gente no se educó; la gente no buscó el esfuerzo de trabajar y estudiar, de superarse. Hice la escuela industrial porque mis padres –inmigrantes polacos que llegaron a la Argentina en 1923–no estaban seguros de poder seguir bancándome para que fuera a la universidad. Me recibí de maestro mayor de obras y tuve la suerte empezar a trabajar enseguida. Cuando me recibí de ingeniero, el primer viaje que hice fue a Brasil, porque había amigos de mis padres que me recibieron. Viajé en barco, en tercera clase, y pude conocer cómo era la vida en San Pablo y en Río. Y puede conocer la vida de ahí. Hoy hay otras posibilidades pero también otros objetivos, otras ansiedades de la gente. Y esto es lo que de alguna manera cambia el concepto de la felicidad. Y la gente hoy tampoco es gregaria. Cuando nosotros éramos jóvenes, teníamos grupos de amigos, todos los sábados uno traía un tema, lo discutíamos y después salíamos a comer, a divertirnos. Pero había la necesidad de elevarse espiritualmente. Las discusión intelectual era un hábito y un placer.
–Suele decirse que el arte argentino no tiene el lugar que se merece en el mundo. ¿Qué hace falta para cambiar eso?
–El problema es este: el arte argentino no se valoriza porque los argentinos no compran. Yo he ido muchas veces a los remates de Sotheby’s y Christie’s... Los argentinos van al cóctel, se encuentran, salen a pasear... ¡Pero ninguno hace una oferta por un cuadro! Los argentinos van y no compran. Los brasileños, sí. Por eso, el arte brasileño vale. Las obras de Alfredo Volpi, por ejemplo, que podríamos llamar ingenuas, valen fortunas. En cambio, Benicio Núñez, que también tiene un imaginario de gente simple, no vende nada... Ni existe. Hice la muestra de ilustraciones del Fausto Criollo, que tiene unos unos papeles fantásticos . Pero nadie sabe ni quién era. Como el suyo, hay muchos casos. –¿No es el mundo, entonces, sino los argentinos los que no valoran a sus propios artistas? –Sí, hay tres o cuatro argentinos triunfando en el exterior. Por qué: porque se han desvalorizado de su posición argentina... El único artista argentino considerado en el exterior pero cuyo arte mantiene raíces que son nuestras es Antonio Seguí. Él vive en París desde hace más de cincuenta años, pero sigue pintando como si viviera en la Argentina. En cambio, el rosarino Adrián Villar Rojas... Él hace un trabajo donde no se ve una raigambre argentina. Lo mismo que Tomás Saraceno. Triunfan en el mundo, pero su vida la llevaron afuera. En los Estados Unidos, hay muchos artistas de los que uno lee, por ejemplo, “americano nacido en Japón”. Los americanos, los franceses, toman como propio lo que les interesa. Eso debe cambiar. El argentino que ha logrado un mayor reconocimiento dentro del arte mundial es sin duda Emilio Pettoruti. Vi una exposición en el MoMA de Nueva York que incluía todo el arte abstracto y ahí había una pintura de Pettoruti. Es decir, hay gente que se manifiesta desde su nacionalidad y logra el reconocimiento... –¿Qué obra quisiera tener en su colección, que obra le falta?
–Me gustaría mucho tener una obra importante de Battle Planas.
–¿Y si hablamos de cualquier artista del mundo, de cualquier época, sin límite de presupuesto?
–Bueno, siempre buscaría un valor local. Siempre me gustaría una muy buena obra de Guillermo Roux, que me parece un artista extraordinario. Es algo que me falta. Tengo obra de él, pero no una importante. No pienso en nada de millones de dólares. Nunca he pensado las cosas por su valor material. Tengo obras de buenos artistas que se han valorado mucho y que me dejan un poco indiferente. No las vendo... ahí están. Además, a mi edad... Mis hijos vienen a casa y me dicen “Viejo, ¿qué hacemos con todo esto?”
–¿Qué consejo le daría a alguien que compra una obra de arte? ¿Qué le recomendaría y qué le desaconsejaría hacer?
–No le aconsejaría que compre un artista consagrado. Le diría que investigue el mercado, lo que se ofrece, y compre obra de un artista joven con miras a seguirlo, a acompañarlo.
–El año pasado sorprendió a todo el mundo con su muestra y su libro de fotos, También fotógrafo.
–Me vida está llena de desafíos. Necesito desafíos para vivir. Y con ese proyecto encontré un nuevo desafío, reinventarme a los 89. He mamado tanto arte que me ha gustado expresarlo. El ojo se educa...
–¿Cuál es el próximo desafío, Fito? –¿Además de llegar a los 90? Me gustaría hacer otra muestra de fotos, estoy buscando un lugar que no sea comercial para presentar el proyecto.