Revista Ñ

A LOS MAESTROS DE LA FOTOGRAFÍA CON CARIÑO

Entre el homenaje y la parodia. La francesa Cartherine Balet exhibe en FoLa nuevas versiones de obras icónicas, fieles pero al mismo tiempo extrañas, usando a un actor como modelo.

- POR JULIA VILLARO

Que la historia es un loop, a esta altura, no es novedoso para nadie. Ya lo advertían Nietzsche y también Marx, con ese asunto del eterno retorno y el vaticinio acertado de que la historia se repite y que la segunda vez es una farsa. El arte no escapa a esas condicione­s (nada lo hace). Por eso pocas cosas hay más contemporá­neas, en esta vuelta de tuerca del arte que todo lo arte-contempora­neiza, que volver la vista atrás y reelaborar, apropiarse o sencillame­nte jugar con las grandes obras. El arte es un juego entre los hombres de todos los tiempos, decía Duchamp, el más contemporá­neo entre los modernos. Por eso las fotos de Catherine Balet que ahora pueden verse en dos de las tres salas de FoLa bajo el nombre Looking for the Masters in Ricardo’s Golden Shoes (cuya traducción literal sería Buscando a los maestros en los zapatos dorados de Ricardo), son algo más que fotografía­s. Son el ingenioso aporte de una artista contemporá­nea, jugando con los hombres de todos los tiempos (y algunas pocas mujeres).

Todo arranca con una semejanza casual, un hombre de 73 años sentado frente a una mesa. Lleva una camiseta a rayas y la mirada esquiva. Balet lo mira de lejos. Su retina impregnada de historia del arte detecta en el acto el parecido que guarda la escena con una imagen de Robert Doisneau. Un retrato que el fotógrafo francés hizo de Pablo Picasso en 1952. El hombre que la mujer mira tiene un parecido destacable con el artista español. La camiseta y el pan sobre la mesa hacen el resto. Balet lo fotografía espontánea­mente, algo que no volverá a suceder en el desarrollo de este trabajo, que comenzó en 2013 y se volvió declarado homenaje en 120 fotografía­s. De ahora en más, cada escena será calibrada hasta el mínimo detalle. De ahora en más, también, los retratos de Balet, lejos de acusar la semejanza entre

Ricardo Martínez Paz (su omnipresen­te modelo en todas las tomas) y el original, tensarán una y otra vez la cuerda de la diferencia.

Como un actor que se predispone a encarnar las más disímiles historias, Martínez Paz pone el cuerpo a todas las fotos. Enfundado en una falda tubo, sube la cuesta –cual Sísifo arrastrand­o una piedra– como lo hacía la mujer de aquel fotomontaj­e que Grete Stern realizó para ilustrar las páginas de Idilio. Ataviado de correcto saco negro y apoyado como un dandy contra la pared, mientras señala su oído con toda la mano, encarna al compositor Igor Stravinsky frente a la lente de Irving Penn. Acostado en la cama en calzoncill­os, y apuntando un revólver en sus sienes, evoca un retrato de Larry Clark. Casi tan omnipresen­tes como él serán –por supuesto– sus zapatos dorados,

que aparecen, intransige­ntes al contexto de la escena, en casi todas las tomas. Única autenticid­ad en un mundo de copias, también pueden verse ahora en la sala, dentro de una pequeña vitrina.

Martínez Paz hace de Lennon para el homenaje a Leibovitz y de George Sand en el de Nadar. En cada toma, el fondo, la escena y la iluminació­n son los mismos que en los originales, porque nada hace única la imagen fotográfic­a como el modo en que la luz se comporta en cada toma. En algunas fotos, esa reproducci­ón meticulosa de todas las variables que hacen a una imagen alcanza, y en una primera lectura a vuelo de pájaro, nos confundimo­s. Pensamos que estamos ante los delicados cuerpos de las musas que en los años 20 posaron sensuales frente a la cámara de Edward Weston o Man Ray. Pensamos que estamos frente al beso más famoso de la historia de la fotografía. (Aquel al que se entregaba una pareja en las calles parisinas ante la lente de Doisneau, y que resultó tener poco de gesto espontáneo, atrapado por un fotógrafo furtivo: había sido tan compuesto y orquestado como las fotos de Balet).

Pensamos, o mejor dicho miramos –pensando que vemos– aquello que ya hemos visto infinidad de veces. Hasta que nos chocamos con los rasgos un tanto toscos de Martínez Paz. Con que ahora es su cuerpo, masculino y fláccido, en lugar del de las bellas musas. O con que el beso de Doisneau ya no representa el amor entre un hombre y una mujer en la posguerra parisina, sino el que puede expresarse libremente entre dos hombres (Martínez Paz junto a otro) entrado el siglo XXI.

El extrañamie­nto que produce ese choque es, quizás, el mejor gancho de las fotos de Balet. Algo del orden de lo bizarro sobrevuela por aquella imagen en que Martínez Paz le presta su cuerpo (anciano aunque ágil) al pequeño parisino que vuelve corriendo con el pan del día, en la fotografía original de Willy Ronis. O en aquel retrato, hosco y cerrado sobre el rostro, que Alexander

Rodchenko tomaba en 1924 de una madre soviética.

Para adquirir su mayor gracia, la muestra nos obliga a repasar la historia de la fotografía. No sería entonces de extrañar que en la sala de FoLa los espectador­es caminen teléfono en mano, cotejando las nuevas versiones de la artista francesa con cada uno de los originales, corriendo el riesgo de reducir la experienci­a de la muestra a una nueva excusa para seguir con la cara pegada en la pantalla. Eso haría la muestra una experienci­a más contemporá­nea todavía, sin lugar a dudas.

Volviendo a las imágenes, la más interesant­e sea tal vez el homenaje a Robert Capa, en el que Martínez Paz le presta el cuerpo al miliciano que está muriendo en la guerra civil española. Toda buena foto se monta en cierto misterio, algo azaroso que algunas veces el fotógrafo intuye, y otras sencillame­nte acontece más allá del control, y también a él lo toma por sorpresa. Algo así como la verdad de una foto, algo que en la imagen de Capa está rotundamen­te presente, y por supuesto falta (es parte del chiste) en la versión de Balet. En este punto, su juego se evidencia una cáscara vacía. Alcanza para la parodia, pero no puede ir mucho más allá.

La pregunta sería si quiere ir, el arte contemporá­neo en general y Balet en particular, más allá de la parodia. Si hay algún lugar a donde ir –en este presente en permanente fuga– más allá de la buena broma o el simpático homenaje. Mientras debatimos la respuesta, seguimos en el loop, evocando similitude­s a ver si logramos, de una vez, dar con eso que nos hace diferentes.

 ??  ?? Balet celebra a Doisneau en esta foto que remite a “El beso del Hotel de ville”, tomada en París en 1950.
Balet celebra a Doisneau en esta foto que remite a “El beso del Hotel de ville”, tomada en París en 1950.
 ??  ?? El recuerdo de la célebre foto de John Lennon y Yoko Ono tomada por Annie Leibovitz
El recuerdo de la célebre foto de John Lennon y Yoko Ono tomada por Annie Leibovitz
 ??  ?? Evocación de “Joven con ruleros en su casa de la Calle 20th Oeste”, de Diane Arbus.
Evocación de “Joven con ruleros en su casa de la Calle 20th Oeste”, de Diane Arbus.
 ??  ?? Grete Stern
Grete Stern
 ??  ?? Richard Avedon
Richard Avedon
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Weston
 ??  ?? Andy Warhol
Andy Warhol
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August Sanders

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