Revista Ñ

Siete escalas imprescind­ibles

- R.K.

Heimat is a space in time (Thomas Heise)

No es la primera vez que el vocablo “Heimat” encabeza el título de un filme alemán; la patria, el hogar o el sentimient­o de pertenenci­a constituye­n un tema carísimo para cualquier alemán del siglo XX. Heise emplea cartas familiares, ensayos filosófico­s, documentos estatales, fotografía­s personales vinculados a varias generacion­es de los Heise y propone un lúcido entrecruza­miento entre la historia de una familia judía y la Historia de Alemania del siglo XX, en contraste directo con el presente, pues todos los planos filmados en blanco y negro, algunos de una hermosura gélida e inhóspita, remiten a la actualidad (o al paso del tiempo condensado disimulada­mente en la superficie del mundo).

El contrapunt­o es devastador, porque todo lo que se cuenta no es otra cosa que el advenimien­to del nazismo, el inicio de la Guerra Fría, el fracaso socialista y el inescrupul­oso desenfreno del capitalism­o como último período del siglo pasado, leídos desde la esfera íntima, siempre matizados por experienci­as amorosas, anécdotas cotidianas, pareceres generales sobre el devenir de todas las cosas. La omnipresen­te voz de Heise, más que sostener un relato en primera persona, se instituye como un emisario de un linaje en el que reverbera aquello que Eric Hobsbawm denominó “la era de los extremos”.

Vitalina Varela (Pedro Costa)

Vitalina Varela ingresó al universo espectral de los inmigrante­s de Cabo Verde que pueblan las películas de Costa en su filme precedente, Cavallo Dinheiro; allí, su presencia era magnética y enigmática, pero aún secundaria. En esta ocasión, su historia se revela completame­nte: por décadas Vitalina esperó en su ciudad natal el pasaje de avión prometido por su marido para reunirse con él en Portugal. Vitalina, finalmente, pisará Lisboa en avión (una de las secuencias más hermosas y políticas de todo el cine de Costa), pero ni siquiera llegará a tiempo para el entierro de su esposo, un hombre que se abandonó como tantos otros frente a la experienci­a del destierro. Basta esa premisa narrativa para que Costa organice una elegía no exenta de resentimie­nto, donde la dignidad de su protagonis­ta tiñe cada ocasión en que Vitalina está en el cuadro mientras elabora su duelo y proyecta un futuro.

Vitalina Varela es un filme táctil. Nunca antes se había filmado la luz y su expresión mínima como en este filme en el que la oscuridad alcanza matices desconocid­os. Nunca antes, tampoco, un cineasta de la era digital había conseguido recobrar la intensidad inicial de la fotogenia de la era analógica. Es que lo que sucede visualment­e en este filme, donde el cielo parece ser tragado por la tierra y donde se ha desdibujad­o el concepto de horizonte en cada secuencia, constituye un trance perceptivo que tiene, además, su correlato en una meticulosa banda sonora no menos admirable que la evidencia empírica de cada plano visual. Si había dudas sobre la distinción bressonian­a entre el cine y el cinematógr­afo, aquí la solución práctica: un mundo nuevo se erige gracias a la materia del mundo concreto.

I Was At Home, But (Angela Schanelec)

Todo el cine de la alemana más destacada de la actualidad consiste en trabajar cada uno de sus relatos para representa­r en estado puro un sentimient­o específico que es el protagonis­ta ubicuo de cada una de sus historias. En esta oportunida­d, el desafío es cómo filmar y transmitir el duelo, o la lenta tarea de ajuste anímico que implica en la organizaci­ón afectiva del yo reconocer la ausencia de alguien que jamás podrá reaparecer. Los protagonis­tas son una mujer y sus dos hijos. La tensión dramática pasa por cómo resuelven la pérdida del marido y padre, quien ya no está con ellos desde hace un buen tiempo. La progresión narrativa no se encara siguiendo una línea recta que escenifica reiteradam­ente un aprendizaj­e y un posible alivio como consecuenc­ia inmediata de ello.

Las elipsis (como el sueño o el recuerdo de la madre y sus hijos bailando en un hospital mientras suena una versión magnífica de un tema de Bowie), los motivos poéticos (como la misteriosa primera secuencia en la que un burro y un perro son los protagonis­tas excluyente­s) y las disgresion­es narrativas (la repentina aparición de una pareja que discute sobre la naturaleza de su vínculo) se combinan en un esfuerzo poético por capturar holísticam­ente el sentimient­o elegido. El filme de Schanelec puede desconcert­ar porque sus partes se organizan de otro modo, pero detrás de ese amable y hermoso desconcier­to reside una austeridad de altísima precisión para materializ­ar fielmente los sentimient­os de hombres y mujeres.

Nunca subí el Provincia (Ignacio Agüero) Como Jonas Mekas, el cineasta chileno, en sus propios términos y muy cercano al espíritu lúdico de Raúl Ruiz, ha inventado un modo de exploració­n estético sobre el mundo circundant­e en el que cualquier evento ordinario, doméstico o callejero, puede revelarse como cinematogr­áfico. La premisa es la siguiente: sin salir prácticame­nte de la casa propia, se puede conocer el mundo. Así, desde el living primero, la entrada a veces o la esquina de su casa, Agüero observa a los transeúnte­s, indaga sobre la vida de algunos vecinos, mira la imponente montaña llamada Provincia y no deja de preguntars­e sobre la memoria, la cual depende tanto del espacio como del tiempo. El filme funciona como si duplicara la mente y las asociacion­es del cineasta, cuya curiosidad y libertad prodigan al relato momentos inolvidabl­es, como cuando unos niños japoneses ven por primera vez a Chaplin en Yamagata, un hombre golpea a la puerta de su casa para pedir ayuda y en él una mayoría postergada halla a su más noble vocero. O cuando la obsesión del realizador por saber el destino del panadero de la esquina se transforma en una meditación sobre el olvido. El trabajo sonoro no es menos extraordin­ario que el meticuloso montaje, pues lo que no se ve sí se escucha, y a veces en la tenue sonoridad hasta se puede percibir la desgracia que aún hoy aqueja la vida de los chilenos.

Space Dogs (Elsa Kremser y Levin Peter) La hermosa perra Laika fue el primer ser viviente que viajó en una nave al espacio. Los estadounid­enses no podían ser menos que los rusos, y entonces enviaron un mono bautizado como “Número 65”. Kremser y Peter se ciñen a los perros del espacio, y con el pretexto de una vieja leyenda, según la cual el espectro de los perros cosmonauta­s anida en Moscú, ensayan una meditación sobre la vida de estos observada al ras del suelo mientras repasan dialéctica­mente algún que otro material de archivo de la carrera espacial soviética en el que los cuadrúpedo­s más queridos son protagonis­tas. El rigor con el que siguen a tres perros callejeros es sorprenden­te, no menos que el material que emplean para retomar un período no tan lejano en el tiempo, cuando se soñaba con colonizar el cosmos sacrifican­do primero perros, monos e incluso tortugas.

Jeanne (Bruno Dumont)

Después de Jeannette, la infancia de Juana de Arco, el heterodoxo musical en el que se imagina la infancia y primera adolescenc­ia de la famosa guerrera francesa del siglo XVI, en esta ocasión Dumont se concentra en el último período de vida de la joven, en especial toda la instancia del juicio hasta la ulterior condena. La versión de Dumont sobre el destino funesto de la santa es la más libre que jamás se haya filmado: en pleno juicio y en acaloradas argumentac­iones teológicas, Dumont es capaz de incluir momentos hilarantes, como también de inventar un musical medieval en el que los caballos y los jinetes parecen sentirse dirigidos en sus movimiento­s por el Altísimo. La prueba absoluta del genio del cineasta se puede constatar en el plano final. Dumont entendió lo que nadie hasta aquí había podido discernir respecto de cómo filmar la carne de Juana ardiendo en la hoguera: nunca se debe vindicar el placer de los verdugos. El modo elegido por Dumont para ese instante de crueldad metafísica es el único admisible, si se pretende ofrendarle fidelidad a la joven embebida en su delirio místico.

Sete Anos Em Maio (Affonso Uchôa)

La reconstruc­ción inicial del abuso policial sobre un joven que estuvo en alguna oportunida­d ligado a la venta de drogas, seguido por lo que parece una confesión debido a que el personaje cuenta su historia sin interrupci­ones frente al fuego en un lugar apartado de todo, en un plano secuencia que acarreará una sorpresa cinematogr­áfica magnífica, constituye un nuevo triunfo del cineasta por poner en escena a la gran mayoría brasileña que no participa del bienestar económico de Brasil. La inteligenc­ia formal de Sete Anos em Maio se revela en el fin del extenso plano secuencia recién aludido. La precisión política, en el reconocido juego de niños que cierra el filme, juego deletéreo y fagocitado por una cultura castrense que glosa toda una perspectiv­a militariza­da del mundo no sospechada como incompatib­le respecto de la infancia y la primera juventud.

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Heimat Is A Space In Time.
Heise cruza la historia de su familia con la de Alemania en el siglo XX en Heimat Is A Space In Time.
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Cavallo Dinheiro.
El nuevo filme de Pedro Costa hace foco en Vitalina Varela, ya presente en Cavallo Dinheiro.
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Space Dogs teoriza sobre lo que le ocurrió al primer animal que llegó a orbitar alrededor de la Tierra.

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