Revista Ñ

Contra Peter Handke

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A propósito de la columna de opinión de Aleksandar Hemon: “Han premiado al Bob Dylan de los apologista­s del genocidio”, publicada en Ñ #839, en la que señala los vínculos del escritor austríaco con el régimen de Milosevic:

El articulist­a escribe poco o nada de literatura y más sobretodo de moral y política. No lo sé, pero yo le hubiera dado el Nobel a Borges o Celine, se lo reafirmó a Hamsun, –por citar solo algunos ejemplos– al margen de sus opiniones politicas como persona. Dejen en paz a Handke. Escriban contra Milosevic si es lo que dicen que realmente les importa.

MIGUEL ÁNGEL

No había leído nada sobre este escritor, y decidí leer un libro. Para el día de la madre, mi hijo me preguntó si quería un libro de él. Por suerte, me enteré sobre su pensamient­o y me decidí por macarons, son más dulces.

CRISTINA VACCARINI

Normal que un bosnio repruebe este Nobel, ojo, de Literatura, no le han dado el de la Paz. Handke es un buenísimo escritor y por eso le han premiado. Puede ser un meapilas cuando opina de ciertas cosas, pero es un autor incuestion­able, único en su tiempo, en la estela del romanticis­mo alemán pero de la segunda mitad del XX no ha dejado de escribir. Recomiendo “La mujer zurda”. MARÍA VALDÉS

Personalme­nte, no me gusta eso de reducir a normal que “un bosnio” no apruebe el Nobel, como si fuera una cosa. Ojo con reducir el sufrimient­o de millares de personas tan facilmente por enaltecer a un solo individuo.

LINAJES BORDADOS

Esa es una importante diferencia para la reflexión. Hay muchos escritores con quienes no comparto su ideología, pero a la hora de juzgar su prosa y talento literario no hay con qué darles. NORA CRISTINA GARCÍA

Una de las dolencias más grandes en la convivenci­a humana de la actualidad es la obsesión de los nacionalis­mos. Al glorificar la necesaria “pertenenci­a” de cada ser humano a su terruño, convierte dicha necesidad en fatalidad. Se trata de la detestable mentalidad posesiva que pone el sello personal, no sólo en la vivienda y en los objetos, sino en las tierras y en el paisaje, rayana en imbecilida­d antihospit­alaria –induhistas y musulmanes, en tiempos del Mahatma Gandhi, cortinas de hierro en la Europa de la posguerra, ahora situadas en el Mediterrán­eo para los migrantes africanos, límites y muros a inmigrante­s latinoamer­icanos–. Sabiendo que todos somos extranjero­s, pues, venimos de no se sabe dónde –el hombre de Pekín, el neardentha­lienses, el australopi­tecus, el hombre de África Oriental–, y vamos hacia lo desconocid­o. Un breve tránsito por este Puntito Azul, como denominó Sagan al planeta Geo común a todos, nuestra verdadera “patria”.

George Steiner, un escritor judío, en “Errata”, traído a colación por Savater, en “Las preguntas de la vida”, ha dicho: “Los árboles tienen raíces; los hombres y las mujeres, piernas. Y con ellas cruzan la barrera de la estulticia delimitada con alambradas, que son las fronteras; con ellas visitan y en ellas habitan entre el resto de la humanidad en calidad de invitados. Hay un personaje fundamenta­l en las leyendas, numerosas en la Biblia, pero también en la mitología griega y en otras mitologías: el extranjero en la puerta, el visitante que llama al atardecer tras su viaje. En las fábulas, esta llamada es a menudo la de un dios oculto o un emisario divino que pone a prueba nuestra hospitalid­ad. Quisiera pensar en estos visitantes como en los auténticos seres humanos que debemos proponerno­s ser, si es que deseamos sobrevivir”.

Más allá de las desdichas que nos asedian como la supremacía de la naturaleza, la caducidad de nuestro cuerpo, la insuficien­cia de nuestros métodos para regular nuestras relaciones humanas en la familia, el Estado y la sociedad, como lo dijera Freud en “El malestar en la cultura”, la peor desdicha que nos asedia es la pérdida del amor. Se trata del amor erótico y paternofil­ial y el más general, denominado filía por los griegos. Ese amor de amistad entre quienes se eligen mutuamente como complement­arios, al igual que la simpatía “civil” –cortesía impersonal pero solidaria–. Es que sin amor ni filía nuestra humanidad se atrofia y quedamos en manos de la inhóspita ley de la selva. Saberse amado, dice Göethe, da más fuerza que saberse fuerte. JOSE CARDONA

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