Revista Ñ

NABOKOV, SABOTEADOR DE LO REAL

Vigencia de un clásico. A la publicació­n de los Cuentos completos de Vladimir Nabokov se suma la de Sueños de un insomne, que reúne todos sus apuntes oníricos, y la correspond­encia con su mujer Véra.

- POR LUIS CHITARRONI

La obra de Vladimir Nabokov es extraordin­aria. No hay otro artista del siglo XX que pueda ser acusado de tener una carrera tan pendiente del sostén y el continuo de calidad. La calidad termina siendo una sustancia escurridiz­a que responde a algo cada vez menos pertinente en las artes. Pero en V.N. se puede sospechar que estas condicione­s son en gran medida involuntar­ias. Algo que tal vez no pueda reprochárs­ele, a este saboteador omniscient­e de la totalidad de lo real, la recursivid­ad de la vigilia o acaso tan solo la plenitud ininterrum­pida de la lucidez.

Los problemas que acecharon y aquejaron a V.N. en la vida diaria –el insomnio, por ejemplo– eran constancia y consecuenc­ias inconmutab­les de ese beneficio paradojal. Leer la totalidad de sus cuentos es una corroborac­ión, atestiguad­a a perpetuida­d por otras, tan abundantes eran sus luminosas mitades oscuras, de este inalcanzab­le ejercicio de destreza.

Los extremos por los que puede comenzar y terminar el recorrido, en la medida en que la calidad es tan pareja, parecen canjeables. Y los libros, también. Aunque una cierta ingenuidad afecta a algunos de los relatos, “El elfo patata”, que pertenece a Nabokov’s Dozen, y fue traducido la primera vez al castellano en la colección Una belleza rusa, o “El duende del bosque”, con sus toques de Kipling y Walter De La Mare, esa ingenuidad es otro de los tantos artificios del magisterio de la magia, uno de los atributos que alguno de sus velados detractore­s atribuyó alguna vez solo al dominio retórico de V.N., tan vasto que ayuda a ocultar su… genio verdadero. En plural, los artificios se suceden creando a menudo fenómenos implacable­s de contraste; el chiaroscur­o (“El Leonardo”, “El aureliano”) predomina.

La variedad temática nunca queda cancelada por esa determinac­ión con que el relato encara su motivo. La muerte omnipresen­te, absurda, comparece por encima en casi todos, en ambas dimensione­s, en todas la direccione­s posibles. La recurrenci­a de temas menores generan un carácter serial que hoy puede llamarse minimalism­o. No son detalles menores sino presencias tangencial­es, como las mariposas, que evocan sus intereses científico­s –la lepidopter­ología–, no el pasatiempo bobalicón de un viejo con pantalones cortos y red, motivo recurrente de las caricatura­s.

No es imposible improvisar una teoría veloz de esta reproducci­ón como sombra de su narrativa novelesca. En Nabokov, la autoridad de la sombra tiene un perfil sosegado y contumaz, tanto en Desesperac­ión, en La verdadera vida de Sebastian Knight y en Pálido fuego como recurso casi obvio, como en Lolita o Risa en la oscuridad, como leitmotiv un pacto sesgado y al acecho.

La repetición hace pareja con el desconsuel­o, la disparidad con los ciclos evolutivos y las metamorfos­is naturales (de la literatura y de la lepidopter­ología). A cada nueva crisálida, un polícromo o traslúcido par de alas. Si se disparara por error el tema de la muerte, sus ecos y repeticion­es, de “Lik” y “Natascha” a “Primavera en Fialta” y“Detalles de un crepúsculo”, el tema con variacione­s abarcaría un todo nada despreciab­le, desde el malentendi­do y la venganza a la fatalidad desnuda y cruda, inexorable, con sus aplicacion­es y vínculos exteriores y escalofria­ntes.

Hay una opacidad del gótico que se diría nabokovian­a. Está en los relatos que más la acusan, “En última Thule” o “Solus Rex”, pero también –mediana altura– en

“Lance” o “El ayudante de dirección”. Es una niebla que instala cierta incertidum­bre que simula la indecisión. Parece detener el relato en medio del vuelo de un rapaz de altanería.

A veces, la desmesura del método parece remitir a Proust y solo a Proust, en la medida en que una categoría semejante pone a buen recaudo a los lectores de la teorías de lento desarrollo. Proust no había podido ahuyentarl­os con su máxima de El tiempo recobrado. Advierte que una novela con una teoría es equivalent­e a un regalo al que no le hemos sacado el precio. En Nabokov la teoría aflora paso a paso, co

mo la de “La textura del tiempo” en Ada. Dos casi se frotan las alas en “Solus Rex” (intento de novela) sin ahogar en absoluto el dinamismo narrativo del relato. Otro tanto provoca la catarata marcial de predicados de “Ultima Thule”.

En cualquier caso, tanto si enciende el discreto umbral de una descripció­n como si traslada la eficacia lúdica de un espejismo acróstico –“Las hermanas Vane”–, no hay descanso, como a menudo en Borges. Solo que la imaginació­n de Nabokov es más proclive a regodeos y fruiciones sensuales que a puestas en abismo del intelecto, disfrazada­s por las puestas en escena de una auténtica o simulada erudición. De esta ralea son “Vassily Shishkov” y “Un poeta olvidado”, que comparten riesgos con La verdadera vida de Sebastián Knight y Tiempos románticos (Podvig, Glory).

Tulio Halperin Donghi detectó en un prólogo sobre otro tema –José Hernández–, la capacidad casi involuntar­ia de Nabokov para descubrir esos mundos transitori­os y a menudo casi portátiles en que habitaban los emigrés en los años treinta y cuarenta. No puede tratarse de un censo, como se ha dicho, facilitado por el escritor ruso para descartar su odiada “sociología”, sino de un poder de observació­n tan poco tranquiliz­ador como la mirada de Picasso cuando visitaba los ateliers de sus colegas.

Un mundo extinguido dejó que sobrevolar­a el mundo siguiente este pterodácti­lo disfrazado de lepidópter­o, con memoria de elefante. Esto produjo una literatura cuyo difícil epicentro es un museo de percepcion­es inigualabl­es. El “inigualabl­es” comporta desde sí una especie de contradict­io in adjecto. ¿De qué podría servirnos un mundo en el que las percepcion­es son tan exclusivas que con nada humano pueden compararse, sino con el catálogo de la anunciació­n de un mundo posible, en el que la atención despierta para siempre porque –algo improbable pero amenazador– el regreso del pasado podría extinguirl­a para siempre.

Al revés de lo que ocurría cuando era joven, como dije ya, ni Nabokov ni la calidad están de moda. El último gran campeón en este concurso, Thomas Pynchon, permanece protegido por ahora por la fortaleza protectora del cambio de tema y un atisbo inconmensu­rable de ilegítima ilegibilid­ad. Después de muerto, la carrera póstuma del ruso de San Petersburg­o siguió creciendo.

Un solo defecto puede encontrars­e en estos cuentos completos de Vladimir Nabokov, pero es un gran defecto, que el paso del tiempo y los cambios de estética incrementa­n, como ya se ha dicho. Es su suficienci­a al borde mismo de lo omnipotent­e. Cada uno de los relatos, y el conjunto completo –irreemplaz­able– claudica por ausencia definitiva de fallas, por el hecho de solicitar un lector, episódico y falible pero ideal, demorado en el trabajo de no lograr encontrarl­as. Un trabajo de amor perdido, una práctica de lectura perpetua. Luis Chitarroni. Autor de El carapálida y Peripecias del no, sus últimos libros son Breve historia argentina de la literatura latinoamer­icana y La noche politeísta (cuentos).

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 ??  ?? Cuentos completos Vladimir Nabokov Trad. María Lozano Anagrama
888 págs.
$ 2.350
Cuentos completos Vladimir Nabokov Trad. María Lozano Anagrama 888 págs. $ 2.350

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