GATO BARBIERI TOCA DESDE EL CIELO
El sonidista Carlos Melero revela uno de los tesoros guardados del género local: la grabación del concierto de 1991 en el que el saxofonista se reencontró con el público argentino. El sello BlueArt acaba de editarlo en forma de disco.
Ocho de noviembre de 1991. Tras 18 años de ausencia en la Argentina, el Gato Barbieri entra al teatro Gran Rex con su habitual sombrero, anteojos negros y ese aire cosmopolita que enloquecía a sus fanáticos y a la vez irritaba a los melómanos ortodoxos. La pose del saxofonista distaba de la del clásico jazzmen: era, más bien, el rasgo de estilo de un rockstar. De pronto, Barbieri esquiva los fotógrafos y observa un Ford Falcon impecable, casi de colección, estacionado en una esquina del teatro.
–¿Me llevás a dar una vuelta? –pregunta al chofer, que lo mira asombrado, sin saber qué responder.
El Gato Barbieri permanece de pie, acaricia la chapa del Falcon, sonríe a los que se acercan a pedirle un autógrafo. Aquella noche el concierto a sala llena demora casi una hora en comenzar. El saxofonista tarda en entrar a camarines, luego bromea con sus músicos y alarga la espera. No era algo inusual: Barbieri venía de desplantes, escándalos y tropiezos en el exterior. La fama que había conseguido tras ganar el Grammy por la banda sonora de El último tango en París (1972) entró en un “tobogán” –según sus propias palabras en el documental Calle 54, de Fernando Trueba– y su cautivante presencia se convirtió en una paulatina desaparición de la escena musical, a punto tal que la prensa extranjera producía informes bajo títulos como “¿Qué pasó con el Gato Barbieri”?
Y, sin embargo, el retorno a la Argentina fue una especie de resurrección para el notable saxofonista, con tanto éxito que programó dos fechas, el 8 y el 9 de noviembre, debido a la demanda de entradas. El primer recital fue el puntapié de dos jornadas inolvidables: el chofer del Falcon de colección era el de Laura Tenenbaum, fotógrafa de Diario Popular que había pedido la cobertura por su fanatismo personal.
“Lo amaba desde la cuando estudiaba saxo de chica, me partía la cabeza su sonido pastoso –dice ahora, casi treinta años después–. Cuando me enteré de que venía, pedí hacerlo y fue difícil, porque el diario no cubría recitales de jazz. Pero vieron su figura extravagante y lo aceptaron. Esa noche el Gato estaba contento, hacía chistes en el escenario, fue amable con la prensa”.
Una de las fotos que sacó Tenenbaum esa noche es la tapa de Gato Barbieri en vivo en la Argentina (1991), material que acaba de sacar el sello BlueArt del recital del 8 de noviembre en el Gran Rex, en lo que promete ser el acontecimiento de fin de año en el mundo del jazz local (ver recuadro), obra póstuma del músico fallecido en 2016 a los 83 años. Es un disco estridente, que tiene el estilo y la forma del Gato en todos sus aspectos: seis tracks que llegan a durar de ocho a 20 minutos, según cada tema, y en los que el músico ataca con volumen alto acompañado de un exquisito cuarteto, donde parece aullar con sus clásicas notas largas y su sentido de experimentación, pero siempre sobre la base terrenal de la rítmica latina.
Allí desfilan “Canción del llamero”, “Viva Emiliano Zapata”, “Cuando vuelva a tu lado”, “La china Leoncia arreó la correntinada, trajo entre la muchachada, la flor de la juventud” y “El último tango en París”, con versiones que van de la balada al estallido vertiginoso, de espaciadas improvisaciones de jam session al jazz latino, condimentadas con rítmicas y melodías sudamericanas y ciertas armonías brasileñas, así como los habituales medley en los que fusiona un tema dedicado a su mujer Michelle con “El Arriero” de Yupanqui. Su banda de entonces, compuesta por Edy Martínez – piano y sintetizadores–, Guillermo Franco –percusión–, Robbie González –batería– y Nilson Matta –bajo eléctrico– es el telón de fondo de un ritual entre pagano y moderno con el Gato como anfitrión bajo un sonido vibrante, donde el cuerpo es incapaz de quedarse quieto ante las secuencias instrumentales, “un aquelarre del ritmo con notas furibundas del saxo”, como escribió un crítico de la época.
Así, en definitiva, era el toque Barbieri. Un saxofonista tenor que fue a formarse a Europa, a los Estados Unidos, y brilló en el free jazz de la mano de Don Cherry y luego con sus conjuntos de jazz latino, que nunca renunció a la fusión con la música de Latinoamérica –con temas colosales como “Tupac Amaru” o versiones de clásicos como “Merceditas”, al que le agrega incluso un color flamenco–, que, al igual que su colega Lalo Schifrin –exitoso luego de su música para “Misión imposible”–, conoció la fama de la mano del cine, y que en la actualidad está considerado uno de los mejores intérpretes y compositores de la música instrumental argentina de todos los tiempos, capaz de llegar a los límites más inauditos del saxo (al punto de la saturación sonora) como de aterrizar en una melodía telúrica del altiplano.
De ese modo, Gato Barbieri en vivo en la Argentina (1991) constituye la gema de una obra prolífica, a la altura de discos notables como Bolivia (1973), Chapter Four: Alive in New York (1975) y Qué pasa (1997). Un Barbieri exuberante y poco solemne, soberbio y brillante, déspota y perfeccionista, tan escéptico como revolucionario del jazz latino, pero nunca indiferente a los oídos de su público.