Relatos extraordinarios del Chaco
Exploraciones. Los textos del narrador canadiense Guillermo Perkins dan cuenta del estado de la región del norte argentino a mediados del siglo XIX.
Buscador de oro en California, promotor del ferrocarril en Chile, periodista de combate en Rosario, el canadiense Guillermo Perkins (1827-1893) está asociado a un episodio fundacional en la historia de Santa Fe: la exploración realizada entre mayo y julio de 1866 de un sector desconocido del Gran Chaco y su apropiación como parte del territorio provincial. Expedición al Chaco (Editorial Universidad Nacional de Entre Ríos) fue el informe que presentó de ese viaje por “el punto más temible pero más hermoso” de la región y también un acto de posesión. Más de un siglo y medio después de su publicación, exhumado en una edición anotada y con el facsímil del mapa que acompañaba al original, el relato reinscribe una aventura pionera y también una utopía.
Según destaca Silvia Dócola en el estudio preliminar, la imagen de la bota que suele representar a Santa Fe recién comenzó a difundirse a partir de 1888. En el momento en que Perkins emprendió su viaje, “la provincia solo era una estrecha faja costera recostada sobre el Paraná” y apenas diez años antes la frontera norte con los territorios bajo dominio indígena no se encontraba muy lejos de la ciudad de Santa Fe.
Al radicarse en Rosario hacia 1858, Perkins se convirtió en diarista, como se llamaba a los redactores de la prensa, y escribió en La Patria (1861-63), El Diario (1862-63) y El Ferrocarril (1863-65), un periódico destinado a propagandizar la instalación del Ferrocarril Central Argentino, proyecto que extendería una importante línea de colonias. Nicasio Oroño fue el editor responsable de esas publicaciones y, elegido gobernador de la provincia, lo puso al frente de la expedición al Chaco con el objetivo de mensurar y reconocer terrenos comprendidos entre el pueblo de San Javier y el Arroyo del Rey.
Perkins se fogueó en la prensa de facción, “un espacio inestable, beligerante y judicializado”, según lo define Alicia Megías. Sin embargo, pese a su relación con Oroño y con Bartolomé Mitre, a quien le debió su nombramiento como secretario de la Comisión de Inmigración, mantuvo un perfil profesional y de cierta independencia que terminó de plasmar en El Cosmopolita, periódico que dirigió entre 1864 y 1865, donde privilegió los temas económicos y comerciales y entre ellos las políticas de colonización y distribución de tierras de la provincia.
El viaje al Chaco imprime un sesgo épico a esas preocupaciones. Perkins quería promover la inmigración anglosajona –a la que jerarquiza tanto como subvalora a la población indígena, aunque aboga por su integración al plan civilizador– y por momentos describe la travesía en los términos de la conquista del oeste americano. Sus acompañantes son de hecho diecisiete norteamericanos probablemente exiliados después de la guerra de secesión, “un puñado de hombres llevando consigo carretas y animales, sin un solo soldado”, dice, pero con armas y curtidos en la vida de frontera, que avanzan “en nombre de la civilización”.
Perkins había recorrido las colonias agrícolas establecidas en Santa Fe y estaba al tanto de exploraciones previas, como las de Thomas J. Hutchinson en el río Salado entre 1862 y 1863 y las de Thomas Page en la cuenca del Plata entre 1853 y 1856 y en 1859. El informe incluyó un mapa de su propia elaboración destinado a los inmigrantes, con lo que construyó, señala Dócola, “la primera imagen de Santa Fe proyectada desde adentro, concebida por un habitante de la provincia”.
La cartografía era una pieza central en el ingente dispositivo, en tanto instrumento para la venta de tierras y publicidad de las potencialidades del área. Perkins puntualiza ante Oroño que el plano representa “un conocimiento más perfecto del resultado de nuestras exploraciones y observaciones que el que pudiera dar una relación escrita”, pero al mismo tiempo el agrimensor que lo secunda, Toribio Aguirre, deja constancia en otro informe de que debieron dar cuenta de un espacio totalmente desconocido, sin registros previos, y con la brújula y el cronómetro como único instrumental para estudiar una naturaleza virgen.
Los expedicionarios registran no solo el espacio que encuentran a la vista sino aquello que las características del ambiente permiten imaginar: una red de puertos sobre el Paraná, actividad ganadera y forestal, “una región productora de cereales en grande escala”. Perkins no escribe para el público en general sino para el gobernador, a quien dirige el informe, y el acento en las posibilidades económicas puede explicarse por las expectativas del destinatario; si bien muestra una sensibilidad particular ante el paisaje, al punto de quedarse rezagado solo para apreciar la belleza del entorno en San Javier o de hacer una observación detallada sobre las luciérnagas, su mirada contempla la transformación de esa misma naturaleza.
La comparación del paisaje local con el norteamericano es constante en su narración. El Gran Chaco, anota Dócola, había sido descripto en las páginas de El Ferrocarril “como el espejo en el hemisferio sur de los estados sureños de los EEUU en el hemisferio norte”; se suponía que a igual latitud las áreas serían similares, aunque el sur tenía ventaja por estar estructurado en torno a un gran río. La utopía de las colonias norteamericanas pareció posible en la coyuntura política de la provincia, pero con un giro de la misma coyuntura, finalizado el gobierno de Oroño, quedó frustrada. “Perkins abandona su proyecto de colonización del Chaco –recapitula Dócolay emprende con la fundación de las colonias del Central Argentino, de algún modo, su conquista del oeste”.