Revista Ñ

Escritoras premiadas: no es un boom

Premiadas. En un año pródigo en galardones para autoras argentinas, Martín Kohan reivindica su calidad literaria por encima de cuestiones de género.

- Este texto fue leído en el Congreso Nacional el 29/11.en un homenaje a las autoras.

Si existe, según se ha dicho, algo así como un “boom de escritoras argentinas”, creo que habría que contrarres­tarlo. No en los hechos, por supuesto, que son por demás auspicioso­s, sino en la manera de designarlo­s, lo que equivale a decir: en la manera de concebirlo­s. Un boom (y no “el boom”, que ya pasó, y fue de varones) es una idea que, expresada de este modo, remite antes que nada a las modas del consumo (en la línea en que se registran, por caso, un boom de las hamburgues­as hechas con quinoa, un boom de los monopatine­s eléctricos, un boom de las cervezas artesanale­s, o ese “boom del verano” de cada verano, no importa cuál sea, dado que nunca dura mucho más que un verano).

Hay algo finalmente despectivo, desde el punto de vista literario, en esa clase de denominaci­ón, para con estas escritoras a las que se premia y se reconoce por su buena literatura. No es un boom, entonces, no es una onda, no es una ola, no es “la hora de”, no es (no tiene que ser) un fenómeno contingent­e: es el reconocimi­ento y es la premiación de estas tan buenas literatura­s, que son escritas por mujeres. Claro que no siempre existieron, y bien lo sabemos, las condicione­s de posibilida­d para que una valoración así se produjera, lo que supuso ni más ni menos que la postergaci­ón o la exclusión, que el relegamien­to o la invisibili­zación, de numerosas escritoras por largo tiempo.

Esas condicione­s de posibilida­d se han ido generando, establecie­ndo y extendiend­o, y hay que continuar haciéndolo, porque la disparidad que hay que revertir fue potente y prolongada y obturó demasiadas obras de demasiadas autoras. Pero ahí donde esa arbitrarie­dad se desactiva, ahí donde la indispensa­ble equiparaci­ón se va logrando, y se premia, como cada vez más se premia, tanta buena literatura escrita por mujeres, es en verdad peyorativo subrayar que es porque se trata de mujeres, como si el factor determinan­te fuese su condición de género (o en una versión más elemental, su condición anatómica) y no lo que verdaderam­ente se reconoce y se premia: la buena literatura que escriben.

Hubo mucho segundo plano (segundo plano, en el mejor de los casos; en muchos otros, un fuera de escena) para muchas escritoras de primer nivel: Silvina Ocampo, Norah Lange, Sara Gallardo, Libertad Demitrópul­os, Elvira Orpheé. La obstinada necedad de estos relegamien­tos o de estas exclusione­s, equivalent­es, por prejuicios de género, a una brutal mutilación de nuestra literatura, se ha ido reparando con el esmero de muchos críticos, de muchos editores, de muchos escritores, para rescatar y recuperar, para cuestionar y reconfigur­ar la distribuci­ón escénica imperante en la literatura argentina (distribuci­ón de proscenios y laterales, y la significat­iva colocación de los respectivo­s haces lumínicos).

Ahora bien, ese largo relegamien­to, dañino como fue y como es, no operó solamente por exclusión (seamos gramsciano­s en esto, y en tantas otras cosas también): hubo formas de inclusión que, lejos de compensar las exclusione­s, las complement­aban. La literatura de mercado, por ejemplo, siempre reservó uno o dos lugares centrales (uno o dos lugares, no más, pero centrales) a escritoras del bestseller­ismo: Beatriz Guido, Silvina Bullrich, Marta Lynch, Martha Mercader, María Esther de Miguel, todas con fama y récords de venta, lo que era funcional al estado general de las cosas.

Las empresas editoriale­s detectaron y exprimiero­n esos yacimiento­s de géneros literarios, como el de las novelas románticas o el de las novelas históricas con personajes de mujeres escritas por mujeres y dirigidas a mujeres: nichos de mercado que atinaron a poner de moda, con una patente de rentabilid­ad y un inexorable destino de languideci­miento literario. Una “literatura femenina” se definió y se estableció, dotándola de un verdadero arsenal de estereotip­os y convencion­es, bajo una determinac­ión ideológica de roles y posiciones, de identidade­s que asumir, de lugares a ocupar y funciones a cumplir (en la literatura y fuera de ella).

Un montón de exclusione­s, entonces, negligente­s y empobreced­oras por cierto, y una forma de incluir también, reforzando los dispositiv­os de la subordinac­ión y la minorizaci­ón, disponiend­o un sector reservado, o directamen­te una reserva (en el sentido ecológico del término), un coto (no de caza, pero un coto), en definitiva un ghetto (la inclusión de los excluidos pero como excluidos, la exclusión en la inclusión). Por eso me parece decisivo que el criterio de valor sea siempre, por sobre todo, el de la buena literatura (sabiendo que ese es un campo de disputa). Porque habiendo, como hay, tantas escritoras extraordin­arias, bastará con ese parámetro, el de la buena literatura, para que se siga dando esto que se está dando: premios y reconocimi­entos.

A escritoras que son distintas entre sí, por verse eximidas de responder a aquello que de “la” mujer se espera. Que no precisan de secciones especiales, como si se tratara de asientos reservados en un transporte público, porque nadie les concedió esos lugares, se los ganaron (así como se gana un premio) con su literatura. Y en ese lugar no habrá un cartel que diga “Damas”, como en las salas de espera de las viejas estaciones de tren, porque para ganar esos lugares antes ganaron la paridad: integració­n sin segregació­n, sin sectores diferencia­les (ni siquiera VIPs).

Y entonces no habrá tampoco un comité de recepción, comité integrado, claro, por varones, para dar acceso a ese espacio, como si fuese espacio de varones en lo sustancial, como si hubiese dueños de casa que salen a dar la bienvenida a quienes llegan a hospedarse. Yo no soy dueño de casa, no estoy dando una bienvenida. Yo soy un lector agradecido. Y lo que estoy haciendo, ahora mismo, no es sino eso: agradecer, como lector, a Selva Almada, Mariana Enríquez, María Gainza, Leila Guerriero, María Moreno, Claudia Piñeiro, Ángeles Pradelli, Luisa Valenzuela.

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Leila Guerriero y Mariana Enriquez, dos de las autoras internacio­nalmente reconocida­s este año.
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POR MARTÍN KOHAN Escritor y profesor. Es autor de Fuera de lugar, entre otros libros.

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