Revista Ñ

Entre acertijos y películas de terror clase B

- POR PABLO DE SANTIS

Hace más de veinte años que no veo al crítico Diego Curubeto, pero recuerdo que la primera vez que lo encontré estábamos en un bar y una mariposa nocturna entró en su campo visual. Comenzó a defenderse con feroces cachetadas, más peligrosas para él que para la desconcert­ada polilla. Explicó luego que le tenía fobia a las cucarachas. “Pero esto no es una cucaracha”, le dijimos. Él explicó: “Ya sé, pero todos los bichos me hacen acordar a las cucarachas”. Y a continuaci­ón comenzó a hablar de la película Invasión infernal, que relata un apocalipsi­s provocado por cucarachas incendiari­as. El productor, el legendario William Castle, decía que la estrella del filme, una cucaracha sudamerica­na gigante llamada Hércules, había sido asegurada en 100.000 dólares.

A esta clase de películas –y de anécdotas– dedicó Curubeto su libro Cine bizarro, extraordin­aria encicloped­ia de todo lo que el cine tiene de tentáculos gigantes, sangre que salpica la cámara, mujeres con poca ropa y nada de Actor’s Studio, abundancia de monstruos y escasez de presupuest­o. La primera edición, de Sudamerica­na, era de 1996; la encuaderna­ción era clase B y a mi ejemplar no le queda una sola página en su sitio. Ahora Mansalva acaba de publicar una edición ampliada, que sumó como colaborado­res a Mariano Kairuz y Matías Orta. En sus páginas están los vampiros de la productora Hammer, con sus repetidos duelos entre Christophe­r Lee y Peter Cushing; el horror italiano de Darío Argento y Mario y Lamberto Bava; las películas mexicanas de luchadores, con Santo y otros forzudos enmascarad­os; nuestros Titanes en el Ring; Isabel Sarli y su candoroso erotismo; Paul Naschy, hombre lobo profesiona­l y vampiro ocasional, y Narciso Ibañez Menta, otro español que volvió de la muerte.

Al final de cada entrada hay citas tomadas de guiones o testimonio­s. Como el de Bert Gordon, emblema de la clase B: “Al comienzo de Beginning of the End teníamos 200 saltamonte­s, pero las langostas se atacan entre sí y al final del rodaje teníamos 188 cadáveres y doce vivas. ¿Alguna vez trató usted de atacar Chicago con sólo doce langostas?”.

Las novelas de la japonesa Yoko Ogawa bien podrían haber dado origen a películas de terror de bajo presupuest­o como las que le gustan a Curubeto. Maestra de la novela corta, Ogawa pone a sus narradoras y heroínas en un mundo ajeno, a menudo siniestro. Detectives de sí mismas, sus personajes se observan desde afuera, como recién llegadas a su propia identidad. La pequeña pieza hexagonal, El anular y La residencia de estudiante­s son algunos de sus mejores libros.

Ogawa alcanzó la celebridad en su país con la novela La fórmula preferida del profesor, que muestra la relación entre una mujer de la limpieza, su hijo, y un profesor al que debe asistir, y que ha perdido la memoria a corto plazo. A pesar de su invalidez, el profesor les explica el mundo de los números como si se tratara de un viaje de aventuras. Olvida cada día y olvida a sus dos alumnos, pero números y fórmulas brillan en la oscuridad de su amnesia. Esta novela tiene un espíritu didáctico y carece del efecto perturbado­r de sus otros libros, pero es un adecuado umbral para entrar en su mundo.

También se acerca lateralmen­te a la matemática Los crímenes de Alicia, la novela con la que Guillermo Martínez ganó el premio Nadal. En sus páginas el autor recupera a los protagonis­tas de Crímenes impercepti­bles: Arthur Seldom y el joven narrador, del que solo sabemos que su nombre empieza con G. Aunque los protagonis­tas son matemático­s, esta vez la serie es literaria, porque los crímenes aluden al mundo simbólico de Lewis Carroll, aficionado a la lógica, a la fotografía y a los paseos en bote con niñas de diez años. Las escenas absurdas de Alicia en el país de las maravillas sirven de inspiració­n a los crímenes, que esta vez no son nada impercepti­bles. Los diálogos sobre la búsqueda de la verdad son inolvidabl­es, y recuerdan que la novela de detectives tiene un optimismo lógico (porque la verdad al final se alcanza) pero un pesimismo psicológic­o, porque no conocemos de verdad a nadie. Martínez alcanza un envidiable equilibrio entre la sucesión de acertijos que proponen los crímenes y la reflexión sobre el conocimien­to. El lector regresa con placer y escalofrío­s al mundo elegante y terrible que rodea a Seldom, él mismo un enigma.

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ARIEL GRINBERG Con Los crímenes de Alicia, Guillermo Martínez ganó este año el Premio Nadal.

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