Luz sobre el oscurantismo
Tras resultar ganadora de un concurso que la eligió como envío argentino a la Bienal de Venecia entre decenas de proyectos, una vez materializada e la exposición la propuesta de la artista rosarina Mariana Tellería que curó Florencia Battiti suscitó varios comentarios que revelaban una cierta decepción. Algunas de las críticas que la fundamentaban referían a la oscuridad dominante en la escena armada por la artista en el Pabellón Argentino en el viejo Arsenal, tanto en términos de la escasez de luz como de sentido.
Se puede entender que esto sea considerado un inconveniente y hasta un motivo de desagrado en la era de la cultura espectáculo y la selfie. Pero del público especializado que visita Venecia cabe esperar una cierta curiosidad por hurgar más allá de esa superficie.
Lo cierto es que Tellería se tomó el trabajo de transformar el espacio del pabellón argentino hasta convertirlo en una suerte de nave de iglesia. Tapizó de espejos las columnas y acentuó un recorrido longitudinal por donde hizo desfilar siete figuras de una escala y materialidad inquietantes a la manera de una procesión monástica que integraba extravagantes seres alados, de pesadas alas y atuendos hechos de fastuosas telas oscuras y desechos varios . Allí nadie podría negar que la oscuridad tan criticada cobraba especial sentido.
Algo del clima opresivo de las películas de Luis Buñuel que apuntaban al peso de la religión en la cotidianeidad del franquismo o aquél lujoso y siniestro desfile de moda eclesiástica en la película Fellini Roma parecía emerger en la suma de asociaciones que producía la enorme instalación de la artista argentina.
Con todo, rosarina al fin, lo primero que saltó en las asociaciones fue la serie de monstruos de Berni. “El nombre de un país”, tal el nombre de la obra de Mariana Tellería que representó a nuestro país en Venecia, ¿debía por fuerza anclar en una visión que reflejara algo de nuestros modos o nuestras costumbres? Probablemente no, pero lo cierto es que esa visión oscura de pesantez religiosa que anima la presentación en Venecia probablemente lo describa y lo adjetive bastante. No es la primera vez que las cruces y los crucifijos aparecen en la obra de Tellería como algo propio de a la ornamentación religiosa que se desliza en el ámbito doméstico. Pienso en piezas como “La evolución de Cristo”, “Te” o “Estas en todos lados”, que tienen que ver con ese deslizamiento en lo cotidiano que seguramente sí alude a nuestras preferencias, modos y costumbres. Y acaso al modo en que buena parte del país (no solamente su nombre) se encuentra atravesado más por el oscurantismo que por la oscuridad.