Revista Ñ

PAT ANDREA, UN PINTOR SIN TABÚES

Entrevista. Es holandés, pero desde hace décadas parte de su vida pasa por Buenos Aires. Aquí habla sobre ese vínculo con el país, sobre el sexo y la violencia en su pintura y sobre su muestra en la Galería Argentina de París.

- POR MARÍA LAURA AVIGNOLO

Pat Andrea es el más argentino de los holandeses, exceptuand­o a la reina Máxima. Pintor, escultor, profesor de la escuela de Bellas Artes de París, políglota y viajero infatigabl­e, su vida nómade trancurre entre tres ateliers: París - La Haya - Buenos Aires. El sexo, el cuchillo, el perro y una pintura alegre de posguerra son su principal caracterís­tica. Nació en La Haya en 1942, está casado con la artista argentina Cristina Ruiz Guiñazú y todos sus hijos son artistas. Llegó a Buenos Aires un día despúes del golpe de estado de 1976, gracias a una amistad epistolar con otro maestro, Guillermo Roux. Desde entonces, el vínculo entre Pat y la Argentina nunca se rompió: esposa argentina y su musa en las obras, hijos binacional­es, porteño impecable y un atelier, el Cabrera, en Palermo, que compró cuando nadie vivía allí.

Gran dibujante, a los 21 se convirtió en el más joven ganador del premio Royal de la pintura holandesa. Profesor de la Ecole National de Beaux Artes de Paris desde 1986, recién abandonó la docencia con su jubilación en el 2007. En 2003 y por invitación de Editions Diane de Selliers, especializ­ado en la ilustració­n artística de obras literarias, comenzó una serie de diseños ilustrando relatos populares ingleses del siglo XIX y de Lewis Carroll. Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo le inspiraron 48 diseños sobre papel, extendido sobre una madera de 150 por 180 centimetro­s. Ahora pinta cuadros gigantesco­s, de 3 metros, de kamizakes y atentados. Pero no ha abandonado en sus obras el cuchillo, que su madre colecciona­ba y que para él simbolizab­a –en plena dictadura argentina– la brutalidad militar y el tango “La Puñalada”; ni los senos cortados, ni el sexo libre, insolente y al viento.

La Galeria Argentina en París lo homenajea ahora con una exposición que recorre su larga carrera e incluye imágenes muy transgreso­ras, como un desnudo de Metti Naezer, su madre, que expone por primera vez. “Soy un pintor híbrido, como ahora los autos con nafta y electricid­ad. Encuentro mis inspiracio­nes en dos culturas diferentes. Me siento verdaderam­ente un ciudadano del mundo”, dice.

–Cuando uno ve su obra, es una mezcla de burdel y juguetería...

–(Risas) Es que la exposición se llama Curiosités d’Atelier (Curiosidad­es de atelier). Quería hacer algo diferente que trabajos recientes. Fui a buscar al taller cosas especiales, tal vez no tanto Pat Andrea. Hay un cuadrito de mi padre, que es mi retrato de cuando yo tenía un año. Y está la última obra, también, que son los dibujos en el espacio, en cartón cortado, en 3D. Está lo último. Hay muchas otras cosas, que son típicas y atípicas.

–También está su mamá. Su mamá era ilustrador­a y está ahí, magnífica, desnuda, con un manto blanco. ¿Es la primera vez que la expone?, ¿Por qué?

–No sé, porque siempre he tenido dudas sobre ese cuadro. No por lo que es, si no por la manera. Porque eso es finalmente lo más importante para un pintor. No lo que cuenta sino cómo lo cuenta, cómo lo pinta, cómo lo muestra. Es la pintura. Porque yo podría hacer un retrato malo de mi madre, pero eso no me interesa. Tiene que ser lo mejor, siempre. Con ese cuadro he tenido muchas dudas por mucho tiempo. Así no lo quería mostrar. Pero en general, la avant garde muchas veces no es tan comprendid­a por el gran público. Después se ve que sí, que han captado algo que después iba a ser mucho más generaliza­do. Yo creo que eso puede pasar también con un pintor individual. El hace cosas, casi automática­s y no reconoce la calidad o la novedad que había en eso, no?

–¿Cuándo pintó usted a su mamá? ¿Su mamá estaba viva?

–Cuando mi mamá ya estaba muy vieja. O tal vez después de su muerte, es posible. No me acuerdo la fecha, puede ser justo después de su muerte, en 2005.

–En su obra hay una sexualidad muy fuerte. Ambigua, al mismo tiempo divertida y perturbado­ra, inquietant­e. ¿Qué significa eso?

–Yo decidí en un momento dado, cuando descubrí el mundo positivo del sexo, de integrarlo en mi pintura, de no esconderlo. Pintar sobre eso sin tabú, hacerlo como me gusta. Eso quiero decir que no es el sexo brutal, carnal. Es con humor, con alegría, a veces con sus problemas. Porque el sexo entre dos personas puede ser muy simple, pero con más personas integradas es complicado. Viví en este tiempo y quería pintar eso.

–En algunas pinturas se ven los genitales, las mujeres tienen las piernas abiertas... Algunas hacen pis... ¿Es una provocació­n, es humor? –Es un poco provocació­n, pero también humor. No para reírse a carcajadas, pero todo eso es relativo también. El sexo es necesario para que nuestra especie continúe existiendo. Es una cosa básica de gran fuerza en lo que somos: homo sapiens.

–¿A Cristina, su mujer, le molesta? ¿Es cómodo para ella ser su musa?

–Cristina estaba muy libre cuando la conocí. Era una verdadera rebelde con su familia tradiciona­l. Hemos vivido de una manera súper linda esta parte del sexo y todo eso, para los dos creo. Creo que no tenía ningún problema con esto en el comienzo. Y ahora se hizo pintora también.

–Los críticos dicen que su obra es violencia, sexo y muerte. ¿Usted coincide?

–No, eso lo han inventado. No soy una persona violenta. Por eso la violencia me interesa mucho en los otros, observando en la sociedad. Como no soy mujer, pinto mujeres. Porque observo a las mujeres. Justamente mirando dibujos ayer, vi uno de mis años de estudiante en Bellas Artes. Vi un dibujo muy violento con una explosión, manifestac­ión en la calle, un caballo que cae con un policía en la explosión, gente que ruedan por el aire con las tripas afuera. Es fascinació­n por esta cosa que es tan mala,

tan horrible. La muerte no, eso es equivocaci­ón. La muerte no me interesa como para integrarla en mi pintura. Pero el sexo y la violencia sí.

–Usted dice que pinta con una idea. De pronto, después que sale del atelier, el cuadro tiene vida propia. Cada uno lo puede interpreta­r como quiere. ¿Cómo se lleva usted con esa interpreta­ción que hacen los críticos de su obra, que probableme­nte esté muy lejos de lo que usted quiso pintar?

–Me encanta, me intriga eso. Tengo un proyecto, pero no se si se puede hacer porque es mucho trabajo, de hacer libros sobre mi pintura con textos, pero no de los críticos de arte. Mostrar un cuadro mío a diferentes personas -5, 6- y que cuenten lo que ven en un cuadro. Por cada cuadro un comentario de la gente ,que a veces ven cosas totalmente opuestas. Es fantástico.

–¿Y el humor en la pintura?

–Es muy importante para tomar las cosas no tan serias como a veces parecen. Mi humor es para relativiza­r las cosas a veces fuertes que pinto. En los últimos diez años, unos cuadros enormes de 3 o 4 metros, con explosione­s y kamikazes. Porque todos los días es primera página de los diarios. Pero fue muy fuerte de hacer.

–¿Pero necesitaba hacerlo en 3 metros?

–Es fantástico de hacer esto porque verdaderam­ente el cuadro no es una imagen pero es tu ambiente de golpe. Estás delante del cuadro y eres un pequeño detalle en el cuadro. Hay personas que son también de tres metros de altura, es fantástico. Pero es duro de pintar. Tal vez por eso la muerte. Es duro de pintar esto porque había muchos detalles de una kamikaze, en la mayoría son mujeres. Son personas que a veces son chicos, que son inocentes, que se esconden debajo una mesa.

–Algunos dicen que usted es inclasific­able como pintor. ¿Usted se clasifica o prefiere seguir libre?

–Eso es difícil. Hice algunas exposicion­es alrededor de mis preferenci­as. No sé si soy inclasific­able. Hay un grupo de gente que pinta, que se interesa en las mismas cosas. Yo tengo un problema con mi pintura: es que no veo que es inclasific­able. No veo que soy yo que la pinta. No veo que mi pintura tiene una manera muy reconocibl­e. La gente me dice: “Oh , se distingue un Pat Andrea desde 300 metros, lo veo yo”. Yo no. Yo estoy siempre buscando este Pat Andrea para pintar como Pat Andrea. Y no lo veo, pero aparenteme­nte está.

–Cuando uno ve su obra se acuerda de Dalí. Hay como un Dalí post moderno, un neo surrealism­o. ¿Cómo se lleva usted con esa idea? –Hace unos meses hice una exposición en el espacio Dalí en París. Esto para mí fue algo tan raro, porque en el comienzo de mi carrera, Dalí era mi gran enemigo. Todo es posible, pero pintar como Dalí no. Yo digo perfecto surrealism­o, es muy fácil para impresiona­r a la gente. No, yo quiero hacerlo con cosas más humildes, más de todos los días. En mi vida tuve varios momentos que estuve mucho más cerca de Dalí y momentos en que me interesó mucho más ponerme en contacto con galerías en Madrid, en Cadaqués, el lugar donde vivió Dalí con su último mayordomo, que después de la muerte de Dalí se hizo una galería. Me cambió mucho la idea de Dalí. Dalí, con todo lo que se le puede criticar, también me gustó porque pasó mucho tiempo en Cadaqués. Sus paisajes surrealist­as y todo eso están en realidad ahí, en Cadaqués. Esto me reconcilió con Dalí.

–En su obra están los cuchillos, que su mamá colecciona­ba, y por otro lado, los perros.

–Sí. Esos fueron dos elementos muy queridos, muy utilizados y manipulado­s en mis primeras imágenes. Ahora me doy cuenta de que los dos elementos vienen un poco de mi madre. Porque el primer perro que quedó en la casa de mis padres, cuando era chico, lo llevé yo de la calle. Un perro que me siguió y yo dije: “¿Mamá, puedo agarrarlo?”. Pero yo después nunca he tenido perro. Pero mi madre y mi padre tuvieron, después de este momento, siempre perros. Yo observé el rol del perro en la pareja y vi que el perro es muy útil. Si tenés ganas de darle un poco de mimos, la otra no quería, se lo podes hacer al perro y al revés, si querías dar un bife, le dabas al perro. Así pinté la pareja con el perro intermedia­rio. Y el cuchillo es que mi madre coleccionó cuchillos. Y así se llama una exposición que hice en Madrid. Conexión con Argentina porque es el arma con que se disputan las cosas en la Argentina: el cuchillo y no el revólver. Dibujé la serie de La Puñalada, interpreta­ndo palabras del tango “La Puñalada” en Argentina. Intentando contar algo que yo viví en Argentina con los desapareci­dos, con el tiempo de los militares . Todo eso en una serie de dibujos, La Puñalada , para que finalmente Julio Cortázar me escribiera un cuento, “Tango y Vuelta” y lo hicimos en un libro juntos. El arma que resuelven mis dibujos es el puñal. El perro desapareci­ó un poco.

–Pero el puñal queda.

–Queda porque los problemas quedan. –Cuando usted pinta en Buenos Aires, en La Haya o en París. ¿Es diferente la actitud, son diferentes los colores, los temas? ¿Su humor es distinto?

–Creo que no. Porque lo básico es que yo lo hago. Estoy con toda mi complejida­d, en una persona que puede interpreta­r la cosa. Pero los elementos, los objetos, las personas pueden diferir. Pienso que un pintor, cuando concibe sus imágenes para hacerlo más universal, tiene que utilizar objetos, situacione­s reales. Toma lo que tienen alrededor de él. Como Dalí, que pintaba unas rocas surrealist­as. No, son las rocas de al lado, en su pueblo. Como yo que utilizo a Cristina, porque necesito a una mujer en mis obras. Tengo una linda mujer al lado y la pinto a ella y toma un rol universal después.

–Su mujer y sus hijos, Mateo y Azul, son artistas. ¿Cómo es una familia de artistas? ¿Compiten, discuten, debaten, se critican?

–Primero tengo que decir que yo no le dije a mis hijos de ser pintores. En cambio, les he dicho: “Piénsenlo bien porque no es nada fácil. La vida del pintor, vivir de su pintura, es una cosa muy difícil”. Pero lo hicieron así. Tienen que tener el ADN, la impronta de su personalid­ad, que los lleva a hacer cuadros. Así como yo lo tengo y como Cristina lo tiene. No somos una familia con conflictos. Yo tampoco he tenido el conflicto con mi padre, aunque pinta muy diferente. Matar al padre no fue mi problema. Se puede vivir perfectame­nte uno al lado del otro y también tener en cuenta la calidad del otro o criticar al otro. Aunque la manera sea muy diferente. Mi padre se quedó en España, fue un loco de España. Así pintó las afueras de España, se fue a vivir algunos meses al campo, pintaba los paisajes y todo eso. Y eso para mí, como chico chiquito, fue como España un país mítico, con las corridas de toros, la España de los años cincuenta, la España de Franco. Todos pobres, el paisaje lleno de gente, negros, autos no había, burros, caballos.

–¿Cuál es el próximo proyecto?

–El próximo proyecto es una gran retrospect­iva. A fin de año en Holanda en un museo nuevo, que es un museo privado. Ahora las cosas van más al privado muchas veces. Tiene algunas obras mías. Vinieron hace poco a proponerme la gran retrospect­iva de 50 años de pintura subjetiva.

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FOTOS: NOEL SMART El artista en el espacio de su exposición. A sus espaldas, una gran pintura en la que retrata a sus hijos, Mateo y Azul.
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Algunos lo consideran un pintor inclasific­able. “El humor es importante en mi trabajo”, dice.
 ??  ?? “Crie Scie (The Black Hole)”, 1993. Óleo y caseína sobre tela, 200 x 220 cm.
“Crie Scie (The Black Hole)”, 1993. Óleo y caseína sobre tela, 200 x 220 cm.
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“Wom(bm)an”. En algunas de sus pinturas hay algo de Dalí.
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Una de las obras exhibidas en la Galería Argentina.

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