Revista Ñ

Diciembre no es el mes más cruel

- Mauro Libertella

Ver crecer a una banda de rock mientras uno también va creciendo –envejecien­do– es una experienci­a fantástica, que parece ser patrimonio unicamente de este género que está conectado con el presente de una manera constituti­va (incluso a pesar de que ya todos hemos acordado que el rock, como cultura, terminó hace rato). Pero no se trata, en rigor, de “ver crecer”: escuchar a una banda a medida que saca sus discos es más bien una forma de la compañía, de la amistad. Una larga conversaci­ón.

Quizás por eso, el sábado pasado, cuando El mató a un policia motorizado tocó en el Estadio Malvinas Argentinas, en el barrio de La Paternal, se percibía en el aire un clima palpable de “momento generacion­al”, una cierta mística de época. De pronto, la banda que todos iban a ver a espacios pequeños, a antros minúsculos e inclasific­ables, y que luego fueron a ver en algun festival, y después en un espacio como Niceto y más tarde en otro un poco más grande como Tecnópolis, finalmente llegaba al Malvinas, donde hace un año tocó Nick Cave; un lugar para ¿cuánto? ¿cinco mil personas? Un lugar que tiene algo de definitivo, una conquista.

Hay algo un poco misterioso en El mató, algo que no terminamos nunca de detectar. Para decirlo de manera grandilocu­ente, eso que no podemos precisar es el secreto mismo de su propuesta estética. Por momentos, El mató parece una banda de chicos, algo casi infantil: el cantante en bermudas, escondido en su timidez, mirando el suelo y cantando canciones con letras breves, limpias: “Amigos, formemos una banda de rock and roll / Guitarras guardadas en el placard / Ahora somos nuevos creadores de rock and roll / Tranquilos, todo va a estar más o menos bien”. Y, sin embargo, cada palabra que emite Santiago Motorizado, cada acorde que sale de esa factoría, revienta sobre el que los escucha con una profundida­d mayor, atávica. El mató es una banda honda, que con poquísimos elementos

–canciones de tres acordes, letras de cuatro versos– impacta directo en el sistema emocional central. Los acordes, las letras, la voz; esos elementos están, son las cartas de su castillo de naipes, pero hay algo más. Siempre hay algo más. ¿Pero qué será?

La lista de temas consistió de 28 generosas canciones, que recorriero­n, como en una radiografí­a, el arco completo de su historia como banda. De Navidad de reserva (2005) sonó “Viejo, ebrio y perdido” o “Navidad de reserva”; de Un millón de euros (2006), sus primeros hits, aunque, bien pensado, los suyos no son hits en el sentido canónico del concepto, sino más bien pequeños himnos del indie, mantras en loop para gritar en voz baja: “Chica rutera” o “Amigo piedra”. De Día de los muertos (2008), su disco más oscuro –para mí, el mejor–, “El día del huracán” o “Mi próximo movimiento”. Y asi fueron llegando a los trabajos más recientes, de altísimo nivel, como La dinastía scorpio y La síntesis O´konnor, de los que sonaron los indestruct­ibles “El tesoro” (su tema con mas cantidad de reproducci­ones en Spotify: ¿un hit?) o “Más o menos bien”, un pop en la estela de los Beatles, de Oasis.

Los conciertos de fin de año son un clásico subterrane­o de la tradicione­s del rock. Hubo citas míticas: los Ramones tocaron el 31 de diciembre de 1977 en el Rainbow Theatre de Londres, el año cero del punk. El 31 de diciembre de 1961 The Beach Boys tocaron por primera vez bajo ese nombre. El 31 de diciembre de 1973 Kiss dio su primer concierto en vivo en la Academia de musica en Nueva York.

Ok: un 14 de diciembre no es un 31 de diciembre. Y, sin embargo, había en la noche ingávida de la Paternal una sensación de fin de año. Fue un año largo y difícil y de pronto todos coincidían en que este no era el diciembre más cruel. Y se festejaba así: escuchando a la banda de tu años de formación, entre gente de tu generación que se sabe las letras pero las canta bajito, porque El mató a un policia motorizado también hizo eso: dinamitó los roles fijos del “esquema rocker” (una estrella en el escenario, fanáticos abajo en una distancia insalvable) y rompió la pared que había entre los artistas y la gente que los sigue.

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MARTIN BONETTO Un concierto consagrato­rio para El mató a un policia motorizado
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