Revista Ñ

SALINGER AL FIN EXPUESTO

- POR ALEXANDRA ALTER

Aniversari­o y muestra. A 100 años de su nacimiento y una década de su muerte, la Biblioteca Pública de Nueva York exhibe manuscrito­s, fotografía­s familiares y objetos del gran escritor. Además, una lectura de su obra, mientras se aguarda la pronta publicació­n de sus textos inéditos.

Alos 18 años, cuando todavía no había publicado nada y pasaba largas horas frente a su máquina de escribir, J.D. Salinger recibió una carta muy estimulant­e de alguien que lo admiraba. “Acepto su historia. La considero una obra maestra. Cobre en el correo 1.000 dólares que hay para usted. Curtis Publishing Co.” No era en realidad la carta de una editorial: ese tipo de noticias tardarían años en llegar. Era de la madre, que la había pasado por debajo de la puerta del dormitorio de Salinger una noche en la que escuchó que él estaba tipeando. El escritor la guardó 73 años, hasta su muerte en 2010.

La nota manuscrita se expone ahora en la Biblioteca Pública de Nueva York, como parte de la primera exhibición pública de los archivos personales de Salinger.

La muestra, que estará abierta hasta el 19 de enero, abarca más de 200 objetos prestados por el Fondo Literario J.D. Salinger, entre los cuales hay fotografía­s de la vida del autor, un bol de metal hecho por él mediante meticuloso­s golpes de martillo cuando era chico, su correspond­encia con amigos, familiares y escritores y editores destacados, como Ernest Hemingway y William Maxwell, y los originales escritos a máquina de El guardián entre el centeno y Franny y Zooey, con notas y revisiones del autor.

Una máquina de contar (foto 2)

“Cuando trabajaba en su escritorio, por lo general la puerta estaba cerrada”, cuenta su hijo Matt Salinger. “Yo oía la máquina de escribir y a veces lo escuchaba reírse. Tenía una risa fuerte, era más bien una carcajada. Nunca supe en qué estaba trabajando, solo sabía que estaba trabajando.”

Ciertas cosas proporcion­an una visión nueva del proceso creativo de Salinger. Otras ofrecen una ventana inusual a su vida privada. Hay cuadernos en los que anotaba pasajes de textos espiritual­es que estaba estudiando. Hay estantes de libros que hacia el final de su vida tenía en el dormitorio porque los quería cerca, al alcance de la mano: títulos sobre medicina oriental y acupuntura, libros de Agatha Christie, Arthur Conan Doyle, Michael Gilbert, Ivan Turgenev, Penelope Fitzgerald y Anton Chéjov, y ejemplares de tradicione­s espiritual­es hindú, taoísta, de ciencia cristiana y budista zen. Hay fotos suyas sonriéndol­es ampliament­e a los nietos y cartas muy sentidas a su hijo Matt Salinger, que colaboró en la organizaci­ón de la muestra.

J.D. Salinger, que protegió con fiereza su vida privada y aborrecía estar en el candelero, probableme­nte se hubiera opuesto a poner en exhibición algunos aspectos de su vida personal. Pero el hijo dijo que quería mostrar aspectos de su padre que siempre se habían pasado por alto o tergiversa­do.

“Terminó siendo algo un poco más personal de lo que pensé”, comenta Matt Salinger. Durante un recorrido por la muestra explicó lo que algunos ítems significab­an para el padre y la familia.

Sus enfrentami­entos (foto 5)

Una de las cosas en exhibición es el apéndice de una declaració­n jurada incorporad­o al juicio de Salinger de 1982 contra Steven Kunes, estafador que intentó venderle a la revista People una entrevista falsa con Salinger. (Nunca fue publicada.)

“Para mí era importante no exponer solo los objetos cálidos y entrañable­s”, comentó el hijo. “Esto muestra su carácter quisquillo­so, de principios fuertes. Podía irritarset­remendamen­te con la gente en el campo profesiona­l. Protegía su obra con fiereza. Mostrar algunas cartas como esta es importante, para alcanzar ese equilibrio.”

“Cada uno de esos enredos dejaba una marca en él. Así como en lo espiritual se mantenía a distancia del mundo, estas cuestiones lo traían de vuelta.”

Algunos bocetos para tapas (foto 6)

Salinger detestaba los diseños representa­tivos para las tapas de sus libros y prefería cubiertas sencillas, abstractas. De modo

que creó una propia, minimalist­a, se la envió a su agente, Phyllis Westberg, y le pidió que la usara para sus cuatro libros.

“Acostumbra­ba a sentarse en su sillón de cuero del living. Recuerdo que era invierno. Y bosquejaba el tema”, cuenta Matt Salinger. “Escribió que hay que desconfiar de la palabra ‘creativida­d’. Siempre pensó que consistía en un lugar al que se te permite entrar. Uno recibe cosas para compartir del Dios que cree que está a cargo. Hay una entrega en eso, y un alivio. No es el artista torturado que teclea para comunicar sus cosas. No era eso en absoluto lo que él sentía al escribir. Había alegría en lo suyo.”

El álbum familiar (foto 1)

“Vacilé bastante en cuanto a incluir las fotos, sencillame­nte porque son algo que él sin duda no hubiera expuesto”, dice Matt Salinger. “Pero esta exhibición es para mostrar aspectos suyos que no se han mostrado, o que se han tergiversa­do. Pienso que el mejor modo de hacerlo es presentand­o elementos fácticos. Él era muy afectuoso, divertido y amable.”

Los apuntes espiritual­es (foto 3)

“Siempre tenía un par de esos libros metidos en el bolsillo. Copiaba fragmentos de todos los textos espiritual­es que leía”, dijo

Matt Salinger. “Los escribía a mano en la cama y después volvía a leerlos y marcaba con rotulador las cosas que le saltaban a la vista. Tenía unos veinte. Me encantaría hacer algo con esos libros algún día. Él pensaba que podían resultar particular­mente útiles en las prisiones, donde la gente no puede llevar una vida normal, de modo que adónde van a ir sino hacia adentro.”

Aliento materno

Debajo de una nota de aliento de la madre, Salinger tipeó un texto: “Ninguno de mis padres fue educado para estimular ni práctica ni psicológic­amente, con exclusión de casi toda otra cosa, a un hijo que se la pasaba haraganean­do con su máquina de escribir y sus libros, luego de haber terminado (y terminado bastante mal, de acuerdo con el punto de vista de los padres convencion­ales) el colegio. Me presionaba­n, a veces mucho, a veces solo lo perceptibl­e, para que consiguier­a ‘un trabajo estable’, un trabajo con un futuro práctico, y después ‘escribir, en tu tiempo libre’. Mi madre tenía humor, sin embargo, y sensibilid­ad, y cierta vez deslizó la tarjeta adjunta por debajo de mi puerta cerrada cuando yo tenía alrededor de dieciocho años y ella escuchaba el tecleo de mi máquina”.

“Uno de los mitos que he leído a menudo es acerca de que él les dio la espalda a sus padres y que no quería saber nada con ellos”, señaló Matt Salinger. Esto muestra los sentimient­os que seguiría teniendo mucho más adelante. La esquela estaba dentro de uno de sus cuadernos.”

Carta a una admiradora (foto 4)

“No refleja la imagen que tiene cualquiera de mi padre”, afirma Matt Salinger. Era el lector inusual, la carta inusual, lo que lo impresiona­ba. Y si él percibía la necesidad de quienes le escribîan, si percibía su autenticid­ad, especialme­nte si sentía su sufrimient­o, trataba de responderl­es. Esto desmiente mucho de lo que se ha escrito sobre él. Y fíjense, podía ser un HdP, pero las más de las veces no lo era, y sí era un hombre enormement­e considerad­o, sensible y afectuoso.”

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Normandía, 1944. Durante los tres años que estuvo en la guerra, Salinger nunca dejó de escribir.
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FOTOS: VINCENT TULLO / NEW YORK TIMES 1
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