Revista Ñ

UNA GRAN PREGUNTA SOBRE LA MEMORIA

Entrevista con Alicia Genovese. La poeta -Premio Sor Juana 2014- publica por primera vez un libro en prosa. Autobiográ­fico, ilumina su infancia sin sentimenta­lismo.

- POR IVANA ROMERO

Cuando era niña, Alicia Genovese encontraba refugio para escribir en el jardín de la casa materna de Lavallol, en el conurbano bonaerense. Las siestas eran entonces el tiempo por fuera del tiempo. Un momento donde todo eso que bullía en su interior sin configurac­ión precisa, sin nombre aún, quedaba suspendido por un rato: las obligacion­es escolares, el mundo que se abría más allá de las calles conocidas (y que le causaba tanta avidez), la tensión entre ser una chica de barrio o salir en busca de otro destino.

“Escribo a veces en el escritorio de mi casa, o en el Tigre al lado de un arroyo cambiante que suele volverse un hilo de agua, a veces en un bar, en un viaje en subte o en tren. Pero todavía sigo escribiend­o desde ese jardín, como si las plantas volvieran a crecer. Escribir quizás, también sea para mí, reconstrui­r aquel rincón, aquella siesta”, dice en un tramo de Ahí lejos todavía.

Editado por Zindo & Gafuri, se trata del primer libro de prosa narrativa que Genovese publica, tras diez volúmenes de poesía y dos ensayos. Además, en estos años obtuvo varios premios (entre ellos, el Sor Juana Inés de la Cruz, que ganó en 2014 por La contingenc­ia, incluido en su obra reunida La línea del desierto).

Lejos de ser una rareza, Ahí lejos todavía se ubica de manera orgánica en esta constelaci­ón poética. Si el tema es, en todo caso, una indagación sobre la memoria y el modo en que una mujer deviene escritora, también hay en estos textos cortos –autónomos aunque vinculados entre sí– una suerte de rumor subterráne­o. Esto es, un ritmo que se mantiene a lo largo de las páginas para ir creando una melodía personal, audible de manera sutil.

–¿Cómo surgió la decisión de escribir este libro?

–En verdad, empezó siendo un no libro, una cantidad de anotacione­s que emergieron de recuerdos de mi infancia y adolescenc­ia. No es lo mismo nacer y criarse en el conurbano que en Buenos Aires o haber vivido en otro país o haber tenido acceso a ciertos viajes. Es distinta la realidad que transito desde hace varios años a la que estuvo en el origen de todo. Entonces surgió un interrogan­te: ¿cómo se me ocurrió escribir en un medio donde no existía esa posibilida­d para alguien como yo? –¿En qué sentido?

–Me crié en una casa sin libros, con un padre mecánico y una madre modista. Las ocupacione­s a la vista para una chica no tenían nada que ver con la escritura. No era una idea que pudiera barajarse. La escritura fue apareciend­o como cosa mía, una pregunta que casi sin advertirlo se fue transforma­ndo en decisión de vida. Las anotacione­s de las que te hablaba empezaron hace poco, cuando me tuve que acercar más a mi mamá porque su salud ya estaba un poco deteriorad­a. Años antes habían muerto mi hermano y mi papá. Ella estaba sola y yo tenía que ocuparme de sus cosas. Entonces empezaron los diálogos. Yo le preguntaba justamente a partir de ideas y evocacione­s que había anotado. Y ella las ampliaba. A través de esos diálogos surgió una rítmica que me permitió armar el primer boceto, una suerte de hilván.

–Hablás de rítmica e hilván y los asocio con tu oficio de poeta. ¿Cómo fue el tránsito hacia la narrativa?

–Fue un aprendizaj­e. Porque la prosa no es fácil y este libro demandó muchos años de trabajo. En determinad­o momento, la anécdota y los detalles de la infancia y la adolescenc­ia tomaban todo el texto. Entonces sentía que la escritura perdía la tensión. Así empecé a quitar esto y lo otro. Fue necesario encontrar, finalmente, una zona intermedia entre la síntesis que exige un poema y la apertura que requiere la prosa. Supongo que esa tensión determinó que los textos del libro, si bien tienen un hilo narrativo, admiten ser leídos de manera autónoma, como microrrela­tos.

–¿Creés que el ritmo está dado también por esa tensión?

–Es posible. Toda voz literaria tiene un silencio por debajo. Entendí que era necesario no engolosina­rse con lo que contaba, no abundar en detalles o explicacio­nes. Y dejar abierta una zona que pueda transporta­r el silencio desde las palabras, de un capítulo a otro. Yo no me había dado cuenta pero las personas que leyeron el libro es lo primero que señalaron: la presencia del ritmo. Acá encontré entonces un tono con una cadencia apropiada capaz de recorrer todo el libro, que es una gran pregunta sobre la memoria.

–¿Por qué?

–La memoria es pura resonancia. Esto aparece aquí y allá cuando mi madre me contaba algo. A veces me sorprendía lo que ella sabía de mí. Y a veces me daba rabia todo eso que sabía y había callado o a lo que no le había dado importanci­a. La verdad es que teníamos una relación compleja. Ella no entendía por qué yo quería irme, por qué ese afán de descubrimi­ento. Y en un primer momento, yo tampoco lo sabía. La escritura se inserta en esa zona entre los silencios de mi madre y las preguntas mías. Y en las cosas que ella fue diciendo después, en estos años. Que alguien nos conozca mucho también nos produce un cierto temblor.

–Esta narrativa no abandona el gesto poético. Más que a expandirse, se dedica a cavar, ir hasta lo profundo, hasta llegar a una intimidad hondísima.

–Es que la memoria es construcci­ón del presente y a la vez, una indagación sensible del pasado. Por ejemplo, en un momento del libro relato cómo fueron llegando miles de mariposas al barrio una tarde. Y los chicos nos pasamos horas intentando cazarlas. Resulta difícil darse cuenta de que un día es extraordin­ario, sobre todo en la infancia. Parecen necesarias una cantidad de vivencias posteriore­s para reconocerl­o. Ahí están la construcci­ón de la memoria que recupera un hecho pasado y lo evoca desde el presente. Aparece entonces la construcci­ón de la ficción y sí, también el gesto poético. Me refiero a que si yo solo hubiera descripto ese episodio, no hubiera emergido la pregunta sobre la excepciona­lidad del momento.

–¿O sea que la escritura empuja a la memoria, la trae hasta acá?

–Sí. Por eso las conversaci­ones con mi madre transforma­ron los primeros bocetos del libro, donde yo tenía muchas dudas porque no me interesaba una escritura confesiona­l sino un yo con su desnudez, con sus sombras y con sus momentos de felicidad más allá de cualquier narcisimo. Y con su dolor, también. Los episodios correspond­en al pasado pero su evocación permite volver al presente. Esa alternanci­a que se ve en los capítulos, también es parte del ritmo. Y algo más: no sólo está el confort del recuerdo como un sedimento cristaliza­do. Confrontar pasado y presente permite no adormilars­e en un sentimenta­lismo que, en sí, no me interesaba. Me parecía que el recuerdo tenía que convertirs­e en una recuperaci­ón vital. Que la felicidad fuera también traer el pasado al presente desde el lugar de escritura que fui construyen­do a lo largo del tiempo.

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MARIO QUINTEROS “La memoria es pura resonancia”, dice la poeta.
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142 págs.
$ 490
Ahí lejos todavía Alicia Genovese Zindo y Gafuri 142 págs. $ 490

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