Para rendirle pleitesía sólo al destino
Narrativa. Pasaje al acto trata con delicadeza las relaciones familiares y amorosas, la locura y los saltos al pasado y al futuro.
Alguna vez, el escritor Daniel Guebel dijo o escribió en algún lado (es lo mismo) que tomar una decisión es “un instante de locura”. Es comprensible porque implica una vinculación, a su modo, lúcida con el futuro: desde la inconsciencia. Ahora bien, y sobre todo en términos racionales: ¿es posible encararlo de otro modo? ¿No hay un verdadero salto de fe en toda idea de un mañana?
La protagonista de la segunda novela de Virginia Cosin está en un momento en el que ese lapso de inconsciencia no puede llevar ese salto adelante, no puede activarlo y ya veremos (en el transcurso de la lectura del texto) por qué.
De ahí un título tan preciso y casi quirúrgico de ese estado en el que la acción en sí misma (al fin y al cabo: decidir y actuar en consecuencia) puede parecer lo más peligroso. Pasaje al acto, entonces, como un modo de visualizar y retratar un estado de parálisis, de vida en puntos suspensivos, de flotación. Desde esta quietud (que se consuma porque ella está internada, temporalmente, en un instituto psiquiátrico), si bien no es posible imaginar un día después, lo que sí puede hacer esta protagonista es mirar hacia atrás. ¿Para qué lo hace? No busca una respuesta significativa, simplemente es un repaso, un conteo –¿un goteo caótico?– de experiencias y una manera de atravesar el tiempo.
Pero quien sí busca respuestas es la persona que lee. Porque resulta perturbador pensar lo cerca que está cualquier ser humano de llegar a ese lugar que parece inalcanzable hasta que finalmente sucede: la locura. Sin romantizarla de ningún modo, Cosin aborda el estado de su protagonista con mucha delicadez y va desplegando los matices de una personalidad femenina compleja que busca su lugar, su espacio, su zona de realización sin tener ningún norte claro, ni siquiera una brújula que le marque un camino. En ese recorrido que parece a la deriva se acumulan los mandatos: familiares, sociales, económicos, de género. La protagonista los esquiva todos y cada uno de ellos porque la estabilidad no es algo a lo que le rinda pleitesía. Dice cerca del final: “Ya no sé más cómo se hace o qué se hace con esto que duele. Tan cansada, tan aburrida del dolor, de mí, de mí doliente. Soy siempre la misma queriendo ser otra.”
Y si bien la protagonista va a ciegas en eso que algunos llaman “destino” (del amor de su vida dice: “Ahora me doy cuenta que perderlo no fue tan terrible.”) hay algo que mantiene: la lectura (Madame Bovary de Flaubert, que acá funcionaría como espejo y zona de aprendizaje) y la escritura (toma notas en cuadernos que les deja su madre como quien intenta sostener a resguardo una parte de sí).
Con esos pocos elementos está construido este viaje de Virginia Cosin: el de alguien que busca en las palabras (y aquello que significan para los simples mortales) los rastros de una civilización que parece perdida: la propia.