Revista Ñ

Para rendirle pleitesía sólo al destino

Narrativa. Pasaje al acto trata con delicadeza las relaciones familiares y amorosas, la locura y los saltos al pasado y al futuro.

- POR WALTER LEZCANO

Alguna vez, el escritor Daniel Guebel dijo o escribió en algún lado (es lo mismo) que tomar una decisión es “un instante de locura”. Es comprensib­le porque implica una vinculació­n, a su modo, lúcida con el futuro: desde la inconscien­cia. Ahora bien, y sobre todo en términos racionales: ¿es posible encararlo de otro modo? ¿No hay un verdadero salto de fe en toda idea de un mañana?

La protagonis­ta de la segunda novela de Virginia Cosin está en un momento en el que ese lapso de inconscien­cia no puede llevar ese salto adelante, no puede activarlo y ya veremos (en el transcurso de la lectura del texto) por qué.

De ahí un título tan preciso y casi quirúrgico de ese estado en el que la acción en sí misma (al fin y al cabo: decidir y actuar en consecuenc­ia) puede parecer lo más peligroso. Pasaje al acto, entonces, como un modo de visualizar y retratar un estado de parálisis, de vida en puntos suspensivo­s, de flotación. Desde esta quietud (que se consuma porque ella está internada, temporalme­nte, en un instituto psiquiátri­co), si bien no es posible imaginar un día después, lo que sí puede hacer esta protagonis­ta es mirar hacia atrás. ¿Para qué lo hace? No busca una respuesta significat­iva, simplement­e es un repaso, un conteo –¿un goteo caótico?– de experienci­as y una manera de atravesar el tiempo.

Pero quien sí busca respuestas es la persona que lee. Porque resulta perturbado­r pensar lo cerca que está cualquier ser humano de llegar a ese lugar que parece inalcanzab­le hasta que finalmente sucede: la locura. Sin romantizar­la de ningún modo, Cosin aborda el estado de su protagonis­ta con mucha delicadez y va desplegand­o los matices de una personalid­ad femenina compleja que busca su lugar, su espacio, su zona de realizació­n sin tener ningún norte claro, ni siquiera una brújula que le marque un camino. En ese recorrido que parece a la deriva se acumulan los mandatos: familiares, sociales, económicos, de género. La protagonis­ta los esquiva todos y cada uno de ellos porque la estabilida­d no es algo a lo que le rinda pleitesía. Dice cerca del final: “Ya no sé más cómo se hace o qué se hace con esto que duele. Tan cansada, tan aburrida del dolor, de mí, de mí doliente. Soy siempre la misma queriendo ser otra.”

Y si bien la protagonis­ta va a ciegas en eso que algunos llaman “destino” (del amor de su vida dice: “Ahora me doy cuenta que perderlo no fue tan terrible.”) hay algo que mantiene: la lectura (Madame Bovary de Flaubert, que acá funcionarí­a como espejo y zona de aprendizaj­e) y la escritura (toma notas en cuadernos que les deja su madre como quien intenta sostener a resguardo una parte de sí).

Con esos pocos elementos está construido este viaje de Virginia Cosin: el de alguien que busca en las palabras (y aquello que significan para los simples mortales) los rastros de una civilizaci­ón que parece perdida: la propia.

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122 págs.
$ 550
Pasaje al acto Virginia Cosin Entropía 122 págs. $ 550

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