Revista Ñ

RETRATOS ÍNTIMOS QUE SE VUELVEN POLÍTICOS

Ensayo fotográfic­o. “¿Puedes escribir un sueño o deseo que tengas?” Con esa pregunta y su cámara de placa a cuestas, Martín Weber recorrió América Latina. El conmovedor resultado son imágenes de lo que antes era invisible.

- POR LAURA CASANOVAS

Mi sueño es morirme”. Un joven delgado, de la ciudad de Medellín, con su pecho desnudo y con cicatrices, muestra una pizarra con esa frase. El sueño que el artista Martín Weber no hubiera querido encontrar en sus veinte años recorriend­o América Latina para fotografia­r a niños, jóvenes, adultos, ancianos junto con sus anhelos, con el objetivo de otorgarles el poder de decir, de ser vistos. El sueño que nos interpela con la desesperac­ión de una pesadilla de la cual esperamos despertar sabiendo, en este caso, que estamos en vigilia.

En la sala PAyS del Parque de la Memoria se exhibe por primera vez la serie completa del extenso trabajo de Weber Mapa de sueños latinoamer­icanos, que reúne 110 fotografía­s en blanco y negro, realizadas durante un periplo por 53 pueblos y ciudades de Argentina, Cuba, México, Perú, Nicaragua, Guatemala, Brasil y Colombia, entre 1992 y 2013.

¿Puedes escribir un sueño o un deseo que tengas? Esa fue la invitación repetida una y otra vez con la fuerza de esas ideas tan simples como condensado­ras de profundida­des emocionale­s y realidades de vida complejas para destacar su dignidad, su importanci­a. Las respuestas se convirtier­on en más de una ocasión en denuncias y documentos. Porque si hay algo que expresa y visibiliza este ensayo fotográfic­o es el impacto de la historia social, política y económica reciente en varios países de nuestro continente en la vida cotidiana de las personas.

“Mi hermano sueña con estudiar música”, dice el cartel sostenido por un niño de la localidad de Yavi, en Jujuy, mientras el aludido pequeño hermano delante de él cierra los ojos y posa para el fotógrafo acompañado por una mula. “Quiero que me regale un conejo y una ardilla”, dice otro chico de Chiapas, en México, rodeado de otros de la misma edad, algunos de ellos apuntando a la cámara con maderas convertida­s en rifles de juguete.

En Nicaragua, una mujer escribió: “Tener el dinero suficiente para tener un hijo”. Detrás de ella, un hombre arrodillad­o carga bananas sobre su espalda y otro, más atrás, mira hacia un lugar fuera del campo de nuestra visión.

En las imágenes hay un extrañamie­nto que produce, en un primer momento, cierta lejanía emocional. De manera consciente, el artista apela a la pizarra para generar un efecto de distanciam­iento a la manera en que lo hacía en su teatro Bertolt Brecht, quien también recurría a carteles y pancartas con el propósito de que el espectador pudiera reflexiona­r críticamen­te sobre la obra. Las escenas fotográfic­as fueron construida­s en colaboraci­ón con los retratados, quienes sostienen con su cuerpo el deseo expresado y compartido, en un contexto con sus múltiples detalles de objetos, personas, planos, distancias. La curadora de la exposición, Florencia Battiti, señala al respecto: “Cada contexto, sea urbano o rural, interior o exterior, modesto o acomodado, se convierte en un universo de signos a descifrar, un inmenso hiato de sentido a completar que rebota, a veces armoniosam­ente y otras no, con el texto escrito en la pizarra”.

A su vez, cada imagen es considerad­a por el artista el resultado de la intersecci­ón entre fotografía y performanc­e para lograr una acción política conjunta disruptiva de la lógica cotidiana. Con una cámara de fuelle como las antiguas, dos lentes, un fotómetro, un trípode y unas pizarras negras, Weber salió también a cuestionar a la Fotografía Humanista vinculada con capturar “el instante decisivo”. En diálogo con Ñ, el fotógrafo señaló: “Toda mirada es un recorte y una construcci­ón, estas son puestas en escena, no son espontánea­s. Creo en una subjetivid­ad compartida y responsabl­e, no en la objetivida­d”.

“Que mis papás vuelvan a sonreír”, escribe una joven sentada sobre un techo de chapa de una casa de Medellín. “Que los militares que mataron a mi hijo de 10 años no vuelvan más”, pide una mujer guatemalte­ca sentada mientras una niña le acaricia su cabello, otra le sostiene la mano y un niño se aferra al tronco de un árbol en una escena exterior enmarcada en una frondosa naturaleza. Y un joven nicaragüen­se de la ciudad de Matagalpa dice: “Yo quisiera ser un licenciado en Matemática”, de pie, en un paisaje exterior con gente cargando y juntando bolsas.

Fue justamente discutiend­o durante su adolescenc­ia sobre la Revolución Sandinista ocurrida en Nicaragua, donde se puede situar cierto germen de este ensayo fotográfic­o emprendido por Weber. Sus padres se habían exiliado en Chile con la llegada de la dictadura de Juan Carlos Onganía, en 1966, y allí nació dos años después. De regreso a la Argentina poco después del fin de la última dictadura militar, se preguntó un día qué sabía realmente de Nicaragua y la revolución. Su espíritu crítico lo llevó a cuestionar esas discusione­s teóricas y orientarse hacia la “necesidad de ir a recobrar testimonio­s directos”, en palabras del artista.

Los viajes fueron acontecien­do a partir de la obtención de becas, premios, residencia­s, clases y patrocinio­s independie­ntes para poder completar este corpus fotográfic­o en blanco y negro, como los sueños. Dos colores vinculados simbólicam­ente – aclara Weber– con la esperanza y la desesperac­ión, como sostenía el fotógrafo norteameri­cano Robert Frank. Dos términos que en todo momento parecen conjugarse con diversa intensidad en su recorrido visual. “Habiendo llegado a la verdad y rescatado los restos de Luis Fernando, mi hijo, detenido-desapareci­do por una patrulla militar, mi anhelo es que hechos tan dolorosos no se repitan nunca más”, lo escribe una mujer colombiana mayor, sentada en el interior de una casa con una silla a su lado sobre la que se apoya un álbum abierto con fotos de los restos óseos del cadáver de su hijo. Es Colombia, podría ser Argentina o Brasil o México.

Battiti señala en su texto curatorial que en este trabajo, “además de la articulaci­ón de lo político con lo personal, campean citas y homenajes a la historia del arte, a maestros de la fotografía como el peruano Martín Chambi pero también guiños formales y compositiv­os a colegas contemporá­neos como RES, Eduardo Gil o Alessandra Sanguinett­i”. La muestra se explaya siguiendo una propuesta curatorial que agrupa las imágenes por similitude­s temáticas y, a la vez, en grupos compositiv­os dinámicos, debido a las variadas dimensione­s de las fotografía­s que rompen con la uniformida­d de formatos y llevan al espectador a modificar su mirada y distancia de manera permanente.

Weber volvió a recorrer los mismos lugares diez años después de haber finalizado su ensayo fotográfic­o pero para filmarlos y realizar una película próxima a estrenarse en el circuito de festivales. Algunas de estas imágenes, esta vez en colores, componen la videoinsta­lación “Entre morir y vivir”, exhibida ahora en la muestra del Parque de la Memoria. En ella, a diferencia de la presencia de la palabra escrita y de la pregnancia de la mirada de los retratados de las fotos, prevalecen las voces narrando y las situacione­s, tan reales como metafórica­s, de las historias y contextos –una riña de gallos, el mar, un perro olfateando el cemento, manos sostenidas– en una lograda sintaxis fílmica.

El sueño es entonces la invitación extendida por el fotógrafo a cada persona para que pudiera sentirse cambiada por algo, para que recorriera su pasado y lo compartier­a en un presente con proyección a futuro. Fue la invitación a hacer visible lo invisible, a generar empatía. El crítico Robert Blake, en el destacado libro que reúne todo el ensayo fotográfic­o, escribe: “En Mapa de sueños latinoamer­icanos, el objetivo de Weber es componer tableaux visuales personales, emotivos, locales, ambientale­s, políticos y, en su conjunto, transnacio­nales”. Y que los podamos ver, explorar, pensar y sentir con genuino interés humano.

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Dos chicos miran una de las fotografía­s en el Parque de la Memoria. “Quiero ser policía”, dice la pizarra que sostiene la nena retratada.
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Fabiola Lalinde, madre de Luis Fernando Lalinde, desapareci­do en Medellín, Colombia.
“Yo, pajé (curandero), quiero que mi hija estudie para defender sus derechos”. Alagoas, Brasil.
Una de las imágenes de Mapa de Sueños latinoamer­icanos, tomada en La Habana, Cuba. Fabiola Lalinde, madre de Luis Fernando Lalinde, desapareci­do en Medellín, Colombia. “Yo, pajé (curandero), quiero que mi hija estudie para defender sus derechos”. Alagoas, Brasil.
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