EL SWING MODERNO DE LA CANCIÓN AFRO
Junto con su Big Band, la cantante Elizabeth Karayekov cierra el 2019 con un concierto que lleva a un sonido orquestal los temas populares de los años 50.
Hay quienes empiezan una carrera profesional de grandes, a contrapelo de lo que sugiere el tópico del artista convencional. Elizabeth Karayekov es una de ellas. A los 24 estaba en un coro de gospel hasta que descubrió a Mahalia Jackson. Pero, sobre todo, a Ruth Brown, “Miss Rhythm”, la dama del rhythm and blues que brilló en los 50 y que, tal vez, sea un suerte de eslabón perdido en el olimpo de grandes intérpretes de la canción afroamericana como Billy Holyday, Ella Fitzgerald y Sarah Vaughan.
“Le debo todo a Ruth, es una genialidad”, dice Elizabeth, en un alto de un ensayo con su Big Band compuesta por 14 músicos, tratando de otorgar justicia con su máxima referente. “De más joven me dediqué a mi carrera de bióloga, y la expresión artística la hacía en paralelo –explica, sobre su irrupción como cantante–. Y cuando terminé el doctorado sentí el deseo de meterme de lleno con el canto. Lo que más me interesó fue cantar en inglés y trasportarme a esa época dorada de la canción afroamericana. Y esa época es la que traemos al presente, una especie de sonoridad moderna que se alimenta de ese toque antiguo, de Big Band”.
Elizabeth Karayekov, de 38 años, cierra el sábado 28 de diciembre con un ciclo de conciertos que dio este año en Bebop Club, uno de los espacios más prestigiosos del jazz, donde participaron invitados como Manuel Wirtz, Mavi Díaz y Antonio Birabent. Sin embargo, la propuesta de la artista porteña va más allá del género. “Lo que planteamos es jugar con temas que no son propios del estilo de gran orquesta, como canciones de Aerosmith, Génesis, Guns N’ Roses, Michael Jackson y Madonna. Le damos un color sepia y los llevamos a un viaje por el túnel del tiempo”, dice la cantante, que además es la productora y realizadora de sus shows.
–¿Y cómo es eso?
–Con arreglos de Ernesto Salgueiro, que también toca la guitarra y está en la dirección musical, lo que hacemos es llevar esos temas que están en la escucha popular a un sonido orquestal, en la línea del rhythm and blues de los 50. No soy compositora, me asumo como intérprete, entonces me expreso a través de la selección del repertorio y quiero transformar esas canciones que provienen del pop, del rock, del blues, que todos alguna vez oímos en la radio, hacia algo nuevo pero yendo hacia el pasado.
–¿Y por qué elegiste esas canciones?
–Parto de un agrado personal, es algo que como artistas no debemos renunciar. Es posible que no les guste a todo el mundo, por supuesto, pero la idea es llevar la Big Band a un público masivo a partir de la recreación de esos temas en inglés que están en el acervo popular. Siempre digo que es común hacer el camino inverso, o sea, recuperar canciones viejas y ponerles una sonoridad más actual. Ojo, también hay temas de los últimos tiempos, como uno de Beyoncé, pero todo matizado por la línea interpretativa de la orquesta, que no sólo es una experiencia de escucha sino también de movimiento, de baile. Es lo que hicimos en nuestro único disco, Miss Tape, que está dedicado a Ruth Brown.
Grabado en los legendarios estudios ION bajo el método de crowdfunding y con la participación como invitados del trompetista Miguel Ángel Tallarita y la armoniquista Sandra Vázquez, Miss Tape escapa a la etiqueta de un mero disco de covers. Con un interesante juego melódico, Elizabeth Karayekov despliega su soltura y versatilidad como cantante en inglés –donde se destaca la pronunciación del idioma original de las canciones–, con un notable registro que va de “Can’t buy me love” de Los Beatles a “Cryin” de Aerosmith, de “Lately” de Stevie Wonder a “Why”, de Annie Lennox. Y todo con un sutil acompañamiento de la Bing Band, al estilo de viejas orquestas como la de Ray Charles, donde suenan trompetas, trombones, saxos, piano, guitarra, contrabajo y batería. Allí forman, casi como un equipo de fútbol comandados por su líder femenina: Ernesto Salgueiro, Iván Carrera, Valentino Salami, Gastón Rodella, Milton Rodríguez, Gonzalo Pérez, Ezequías Aquino, Claudio Scolamiero, Pablo Fortuna, Marcelo Andrada, Sebastián Fahey, Nicolás García Chamorro y Julián Fernández Castro.
Karayekov es, de su generación, una de las mujeres –junto a Delfina Oliver, entre otras– que ha llevado el estilo de las adaptaciones musicales a una composición escénica que hace del despliegue visual un rasgo fundamental del espectáculo. –¿Cómo definirías a la experiencia en vivo? –Disfruto pasarlas por el cuerpo y hacerlas propias. Una cosa que tenemos muy en cuenta es lo estético. La Big Band tiene un impacto sonoro, es como que te golpea, no te deja quieto. A los que no nos conocen les digo que es un espectáculo integral, donde hay muchas líneas melódicas, colores de los instrumentos sonando al unísono. Para el oyente es una experiencia placentera. Pero también hay una cosa un tanto teatral, no es sólo escuchar. Por eso le damos lugar a la calidad visual a través del cuidado escenográfico. En mi caso hay un trabajo sobre
lo gestual, sobre las poses, y todo lo que acompaña al decir del canto, que es absolutamente corporal.
–Decís que la propuesta es una especie de viaje en el túnel del tiempo, ¿por qué te interesan los 50?
–Me maravilla la expresión de las grandes artistas de la época, que eran una suerte de lady crooners. Te ponés a escuchar en vivo y la idea es recrear un ambiente, una escena de aquella época, del cine, del surgimiento de la tele, del musical, esa mezcla de elegancia, del baile y la alegría, de lo popular. Es algo que sale y entra de lo musical, porque estas mujeres no sólo cantaban sino que entretenían, había despliegue corporal. De hecho, hace poco empecé a formarme en baile, estoy tomando clases de swing. –¿Y cómo viven la recepción del público? –Vengo trabajando con la Big Band desde 2016 y este año crecimos como nunca pese a la mala situación económica. El despegue lo tuvimos el año pasado en La Trastienda, donde 400 personas presenciaron un mayor despliegue escénico con un cuerpo de seis bailarines, fue uno un momento bisagra de la banda. Y este año nos mantuvimos todos los meses en Bebop, y eso que no somos tan del riñón del jazz. Y, sin embargo, la recepción ha sido fantástica, a sala llena. –¿Cómo les gusta ubicarse dentro del jazz? –Dentro del mundo del jazz siempre contamos con invitaciones para los festivales y los clubes de jazz más importantes de Buenos Aires. Músicos como Mariano Loiácono nos han recepcionado de forma estupenda, y eso que cruzamos los límites de lo estrictamente jazzístico. Por eso apuntamos a un público que quizás no sea tan devoto del jazz, pero intentamos captarlos hacia el ritmo de la Big Band con esos temas que conocieron alguna vez en la radio con un sonido que no se habrían imaginado nunca escuchar.
–¿Te sigue cautivando el rhytm and blues o estás proyectando otros estilos?
–Soy fan de los estilos afroamericanos, y es donde más cómoda me siento. Cuando arranqué, tenía una banda de siete músicos y ya perfilaba para ese estilo retro. Lugo surgió la idea de amplificar, y entonces profundizamos en esa etapa de la historia musical, los 50 y 60, cuando los géneros convivían mezclados: el rock, el blues, el jazz, el rock. Eran todos parte de lo mismo.