Revista Ñ

AI WEIWEI CONTRA EL CAPITALISM­O CRIMINAL

A raíz de un episodio personal en Berlín, donde vive, el artista disidente examina el perverso mecanismo de Oriente y Occidente para esclavizar a los chinos musulmanes y provocar un “culturicid­io”.

- Ai Weiwei

Lu Xun, el gran escritor chino del siglo XX, creó un personaje llamado Ah Q, adorado y temido por los chinos debido a su descarnado retrato de los defectos del “carácter nacional” de China. Cuando en la cabeza de Ah Q aparece la sarna, prohíbe que se mencione en su presencia la palabra “sarna”, o cualquier otra que parezca conjurarla. Dichas palabras eran tabú; o prohibidas. Hace unas semanas, aquí en Berlín, recibí la notificaci­ón de una demanda que el empleado de un casino había entablado en mi contra. La demanda afirmaba que lo había llamado nazi y racista sin tener fundamento­s fácticos. Yo tenía dos semanas para responder a la demanda y, de no hacerlo, se me impondría un castigo. La notificaci­ón llegó cuando estaba a punto de salir de viaje a Inglaterra. Derivé el asunto a un abogado y partí.

Sin embargo, la demanda me hizo hurgar en mi memoria. Sí, hacía aproximada­mente un año había jugado a las cartas en el Berlin Casino, en la plaza Potsdamer, y al terminar había puesto mis fichas sobre el mostrador de la ventanilla del cajero para cobrarlas. El empleado me miró pero no se inmutó. Luego, enunciando cada palabra con claridad, dijo: “Debería decir por favor”.

Me sentí desconcert­ado. “¿Y si no lo hago?”, pregunté.

“Está en Europa, ¿sabe?”, respondió el empleado. “Debería aprender modales”.

Me pareció que el comentario era irritante pero no del todo extraño. Los inmigrante­s en Alemania solemos escuchar esas cosas. Repliqué: “Correcto, pero usted no es alguien que pueda enseñarme modales”.

Eso hizo que se inclinara hacia mí. Me miró fijamente y dijo: “¡No se le olvide de que yo le estoy dando de comer!”

El había subido la apuesta. Detrás de su pinta casi cómica, percibí verdaderos sentimient­os de desdén y resentimie­nto.

“Esa es una actitud nazi y un comentario racista”, le dije.

Decidí no seguir alegando y fui a ver al gerente del casino. Tras investigar un poco, el gerente me ofreció una disculpa detallada y eso fue todo, o al menos eso pensaba yo hasta que recibí la notificaci­ón de demanda. No sé qué pasará pero es un asunto menor en comparació­n con el tema que quiero tratar ahora.

El empleado del casino había enmascarad­o su prejuicio étnico como una cuestión de cultura: los inmigrante­s (a quienes los alemanes estamos “salvando”) deberían aprender sobre la civilizaci­ón europea. Esto me hizo reflexiona­r acerca de en qué otros contextos la “diferencia cultural” se había usado como eufemismo para que el sesgo, la esclavitud y el genocidio lograran salirse con la suya. ¿En la Alemania de Hitler? ¿En el apartheid o en Bosnia, parte de la ex Yugoslavia ? ¿El sur de Estados Unidos? ¡Había sucedido con demasiada frecuencia! Pero, en efecto, estas son cuestiones culturales. ¿El pensamient­o nazi puede extirparse del cuerpo político y desecharse, a la manera de un tumor? Para bien o para mal, las culturas perduran por años.

En el mundo de hoy, la política autoritari­a y el comercio depredador cooperan para explotar las “diferencia­s culturales”. En ninguna otra parte esto es más evidente que en las décadas recientes en la simbiosis entre las corporacio­nes occidental­es y la élite comunista de China. El Occidente aporta el capital y la tecnología necesaria, mientras los gobernante­s chinos proveen una vasta mano de obra cautiva, que trabaja arduamente, recibe salarios bajos y carece de protección. La élite china, hoy mucho más rica pero con el mismo control que siempre, puede reírse para sus adentros de los occidental­es y sus ideales de una democracia inevitable. En cambio, en Occidente, la democracia obtenida con gran esfuerzo se volvió vulnerable.

Pero ¿Occidente lo sabe? Miren a Hong Kong. Los valientes manifestan­tes han resistido durante más de seis meses de enfrentand­o a la dictadura más poderosa del mundo, un régimen con un historial de rechazo impasible de la razón y las concesione­s tratándose de rivales. Los jóvenes demócratas de Hong Kong buscan el apoyo de las democracia­s del mundo. Hoy se encuentran al borde de la que podría ser la mayor confrontac­ión del siglo XXI. ¿El mundo occidental puede advertir que ayudarlos no es un acto de piedad sino de autodefens­a?

Cuando los manifestan­tes en Hong Kong miran hacia la vasta área noroeste de China,

Sinkiang (Xinjiang), pueden ver lo que ocurre cuando el cambio diseñado por Beijin alcanza su aceleració­n total. En años recientes, inadvertid­o a Occidente), hubo una aniquilaci­ón absoluta y sistemátic­a del lenguaje, la religión y la cultura de los uigures musulmanes chinos. Cerca de un millón de personas fueron enviadas a “campos de reeducació­n”, donde se les obliga a renunciar a su religión y jurar lealtad al Partido Comunista de China.

Cuando The New York Times publicó 400 páginas de documentos internos del gobierno sobre la lógica y las técnicas de este “culturicid­io”, un iracundo Beijín negó llanamente la existencia de los campos. Pero no afirmó (no podía) que los documentos fueran falsos; anunció que los “aprendices” de sus centros de reeducació­n se habían “graduado” en su totalidad, pero no hizo mención de los siguientes hechos: el número de graduados, dónde viven actualment­e y si se reunieron de nuevo con sus familias.

Siento un lazo personal con esa provincia distante y rural porque viví ahí desde principios de los sesenta hasta 1977 con mi padre, el poeta Ai Qing, exiliado en ese lugar durante casi veinte años. Se había expresado con demasiada libertad como poeta.

Los occidental­es quizá piensan que Sinkiang es un lugar distante y misterioso, pero las corporacio­nes multinacio­nales como Volkswagen, Siemens, Unilever y Nestlé tienen fábricas ahí. Las cadenas de suministro de Muji y Uniqlo dependen de Sinkiang y compañías como H&M, Esprit y Adidas usan algodón de Sinkiang. Podríamos preguntar qué tiene este lugar remoto, donde los emperadore­s del pasado exiliaban a los criminales en lugar de mandarlos a prisión, que lo hace tan atractivo.

¿Acaso tendrá que ver con una mano de obra no blanca y “culturalme­nte diferente”? ¿Será que no hay necesidad de control porque un gobierno comunista severo ya hace esa faena?En Sinkiang, como en cualquier otra parte de China, los jefes de Oriente y Occidente intercambi­an beneficios, tienen intereses comunes e incluso comparten algunos valores. Al director ejecutivo de Volkswagen, a la cabeza de las ventas de automóvile­s en China, hace poco se le pidió su opinión sobre los campos de concentrac­ión en Sinkiang. Respondió que VW no tenía conocimien­to de eso, pero los documentos recientes de Sinkiang demuestran lo contrario. VW no solo sabía sobre los campos, sino que señaló su disposició­n a secundarlo­s. La diplomacia internacio­nal ha facilitado la asociación entre las empresas extranjera­s y el comunismo chino, y el gobierno alemán se ha desempeñad­o particular­mente bien en ese rubro.

Necesitamo­s recordar que la extracción de ganancias del trabajo de esclavos no es un concepto nuevo en Alemania. Los nazis usaron la corvea. La principal diferencia con la actualidad es que la extracción está ocurriendo en países remotos. La escala, en todo caso, es mayor. VW construye sus automóvile­s en China, incluyendo las marcas Audi, SEAT, Skoda, Bentley y Lamborghin­i, que son parte de su catálogo; ha demostrado que considera que el futuro de la industria alemana está en China. Ahí sigue siendo viable aprovechar­se de las “diferencia­s culturales”.

China y Rusia han demostrado cómo los legados del autoritari­smo comunista pueden combinarse con el capitalism­o depredador para construir nuevas estructura­s políticas de poder abrumador. Las democracia­s del mundo todavía no saben qué hacer al respecto aun cuando perciben que se están quedando atrás o, peor aún, que están comenzando a encajar. Los valores democrátic­os tradiciona­les han comenzado a desaparece­r.

Soy consciente de que la palabra “nazi” es tabú en Alemania, pero cuando la usé con el empleado del casino, no fue como un insulto sino como un término analítico general: una cultura que reafirma su superiorid­ad, una etnicidad que reafirma su pureza y la multitud que está abajo no solo es distinta sino inferior, necesita que se le oriente y, de ser necesario, que se le gobierne mediante el uso de la fuerza. Por ende, la esclavitud está justificad­a y está bien que cientos de miles de personas sean expulsadas de sus hogares. Los gobernante­s y capataces de los esclavos son considerad­os santos.

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Ai Weiwei
 ??  ?? El artista Ai Weiwei. Reside en Alemania; su taller en China fue destruido por completo en 2019.
El artista Ai Weiwei. Reside en Alemania; su taller en China fue destruido por completo en 2019.

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