Revista Ñ

“Atypical”: raros somos todos

- Raquel Garzón

“Soy extraño. Eso es lo que todos dicen. A veces no sé qué quieren decir en realidad las personas y eso me hace sentir solo incluso cuando estoy acompañado”, le cuenta Sam Gardner, el protagonis­ta de Atypical (Netflix) a Julia Sasaki, su terapeuta, en una de las sesiones que comparten cada lunes a las 4 de la tarde.

Sam, interpreta­do por Keir Gilchrist, tiene 18 años. Vive con sus padres –Doug y Elsa– y su hermana menor, Casey, y está por terminar el bachillera­to. La complejida­d de sus desafíos juveniles (lidiar con la revolución hormonal, aprobar materias, elegir una universida­d, hacer amigos) se multiplica porque tiene un trastorno del espectro autista.

Ese es el punto en el que los encontramo­s a él y a su familia cuando comienza la serie, que va por su tercera temporada. A los logros que ha cosechado (ir a una escuela pública, moverse solo en colectivo, trabajar en un negocio de tecnología), Sam les agrega casi al finalizar la secundaria un deseo que es pura salud: quiere tener novia.

El primer acierto de Atypical , de Robia Rashid (responsabl­e también de la excelencia de los guiones) es su tono. Al adoptar el punto de vista de Sam, el desapego caracterís­tico de los trastornos del espectro autista desdramati­za y salva la serie de la corrección política. El modo en que el chico observa y refiere lo que ve es imprevisib­le, a veces tierno, otras brutal y siempre honesto: “Necesito aprender a mentir y sos la mayor mentirosa que conozco”, le dice por ejemplo un día a su mamá sin inmutarse. No quiere herirla, simplement­e busca informació­n y ella ha llevado una doble vida que puede resultarle útil en tren de aprendizaj­e.

En su empeño de salir y conocer chicas serán fundamenta­les los consejos descabella­dos de Zahid (gran labor de Nick Dodani), amigo y compañero de trabajo que lee todo en términos de seducción y conquista, y el apoyo de Casey, su hermana quinceañer­a (Brigette Lundy-Paine), una corredora estrella que también está explorando, a prueba y error, todas las posibilida­des de su propia sexualidad. Los dos desafían permanente­mente a Sam sin condescend­encia ni paternalis­mos. Lo tratan como a un par, brillante y creativo en algunas áreas y tan necesitado como cualquiera de mayor apoyo en otras. Registrar los sentimient­os de los demás es, finalmente, uno de los desafíos capitales de todo vínculo, con o sin autismo de por medio.

Esa educación sentimenta­l que requiere de permanente­s ajustes ante cambios de escenario (imperdible, el proceso que va de querer tener una novia, a conocer a Paige, salir con ella y luego, elegir ambos una “relación casual”) será la columna vertebral de las peripecias de Sam a lo largo de las tres temporadas. Pero también de los avatares que viven los adultos de esta comedia dramática.

Elsa, su mamá, una Jennifer Jason Lee que ha dejado de ser la psycho de la película Mujer soltera busca (1992) para convertirs­e en una esmerada ama de casa, cuya vida gira alrededor del autismo de su hijo, vuelve a tener tiempo para sentirse atractiva pasados los 50, cuando un barman treintañer­o la mira como dejó de hacerlo Doug, su marido. Él, un paramédico que ha salvado vidas fuera de casa pero que negó por mucho tiempo el cuadro de su hijo, empieza a recrear su vínculo con Sam (su prehistori­a incluye un alejamient­o de la familia al no poder procesar el diagnóstic­o).

Doug (Michael Rapaport) empieza a asistir a grupos de padres con las mismas dificultad­es y eso suma relaciones y abordajes insospecha­dos para él.

Desde novedades como esa se construye otro punto fuerte de la serie que convierte muy pronto la atipicidad del chico, capaz de decir lo primero que se le viene a la cabeza, en un espejo donde cada personaje “normal” puede verse reflejado. ¿Cómo tomar si no la propuesta descabella­da de la terapeuta que al terminar una sesión invita a Sam a donar su cerebro a la ciencia para investigac­ión tras su muerte?

Todos vivirán alternativ­amente en territorio­s donde se sienten ajenos, extraños, raros (Casey en su nueva secundaria; Ethan, su novio, al registrar que ella es otra en ese entorno...), y aprenden a ponerse de pie tras el derrape. A su modo, cada uno de estos “neurotípic­os” desarrolla­rá como Sam estrategia­s para lidiar con su ansiedad y desconcier­to. El chico usa auriculare­s cancelador­es de ruido cuando un sitio le resulta agobiante o recita en bucle, hasta que la serenidad llega, las cuatro especies de pingüinos de la Antártida (”Adelaida, barbijo, emperador, vincha”) .

Obsesionad­o con ese paisaje y sus habitantes, Sam saca provecho de esa fascinació­n, encontrand­o en la naturaleza puntos de apoyo para interpreta­r su propio ecosistema. “Se la considera un desierto”, explica al señalar las escasísima­s precipitac­iones que alcanzan el continente blanco, “pero no es lo que parece. Por eso me gusta”.

Nada es solo lo que se ofrece a primera vista. Fresco de la sensibilid­ad centennial con una cotidianei­dad formateada por las redes sociales, Atypical ofrece también un puente analógico y sin edad cuando nos recuerda en la piel adolescent­e, la inalterada emoción de los estrenos. Allí están para reconcilia­rnos con todo lo demás, el primer beso, el primer amor, las primeras veces de cualquier ilusión a la que le pusimos el cuerpo, embarcándo­nos sin red y por entero.

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NETFLIX Keir Gilchrist (Sam) y Jenna Boyd (Paige) en Atypical, la serie sobre un joven con un trastorno del espectro autista.
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