Revista Ñ

Tres trans atigradas

Entrevista a Marianella Morena. Después de convivir con un grupo de mujeres trans, la directora uruguaya cuenta el proceso de creación de su obra.

- I.S.

Una comida, un baile y una declaració­n como vertientes del encuentro íntimo. Así como la directora y dramaturga uruguaya Marianella Morena convivió en una residencia artística en medio del campo con un grupo de mujeres trans de Rivera (en la borrosa frontera de Brasil y Uruguay), Naturaleza trans replica esa cotidianei­dad inasible a través de testimonio­s directos que transparen­tan la cercanía. Espiamos a través de una cerradura.

Antes de su llegada a Buenos Aires, Morena cuenta el modo en que el proceso radical que dio como resultado la obra que se estrena en el FIBA (y volverá luego al Teatro Solís de Montevideo) cambió su mirada sobre el mundo, como artista y ciudadana. –La obra es muy sincera respecto de su gestación. –Había una necesidad imperiosa de transmitir algo de lo vivido. Fue una experienci­a que nació de vivir juntas y de la cercanía con el otro, y quería mantener ese contacto, más allá de lo escénico. Compartir la comida, lo cotidiano, como hacíamos durante la residencia, cuando el ensayo era lo doméstico y lo doméstico era lo escénico. Esta experienci­a sirve para abrir un puente. Se tienen que seguir pensando modalidade­s de inclusión. Trabajar con proyectos testimonia­les es un medio para que el teatro atraviese e incorpore al otro.

–Dada la especifici­dad del material, parecés colocarte en un lugar mucho más de editora que de dramaturga, en términos de discurso sobre las realidades de las chicas trans.

–No, claro. Ellas reciben un cuerpo que no las representa y luego representa­n otro cuerpo: esa es su historia. Yo solo organicé el material, toda la matriz dada por la frontera territoria­l, biológica, léxica, natural. Todo surge de ahí.

–¿Hubo resistenci­a a la hora de acompañar un proceso que te deja afuera tanto en términos de género como de lenguaje y estrato social? –La modalidad de trabajo fue la que permitió que las resistenci­as se fueran ablandando. Si no hubiéramos convivido, no sé si hubiéramos llegado a cierto grado de honestidad, de vaciamient­o, de limpieza, de poder conectarno­s los unos con los otros. Esta cuestión de ella, él, elle: la multiplici­dad de géneros nos puede agobiar. La convivenci­a te deja en un lugar horizontal, porque estás desayunand­o, cenando o bailando reggaeton a la luz de la luna. Si no, te empezás a institucio­nalizar, adoptás un perfil académico. Me gusta quedar con el hueso, con algo más simple, más concreto, más frontal, y no con toda la ingeniería del lenguaje. De lo contrario, estamos cambiando para generar lo mismo de vuelta, lo rígido. Y eso puede ser peligroso. La inclusión es eso: sumar permisos, licencias en lo poético, en lo conceptual, en lo jurídico, en lo real.

–Al tratarse de personas sin formación artística, ¿cómo trabajaste la repetición del trabajo actoral?

–Las dirigí como actrices, si no es imposible, y queda todo en una cuestión amateur de taller. Estaban muy entusiasma­das por hallar una herramient­a para tener voz, así que con el paso del tiempo fuimos encontrand­o un idioma común.

–¿En qué medida lo emparentás con tus puestas y obras previas, que tienen mucho trabajo de lenguaje?

–Es la obra de teatro documental más pura que hice. Me interesa transitar territorio­s en los que no me sienta tan cómoda o tan segura. Responde a la pregunta de qué significa ser un artista hoy en día. Qué es crear y no repetir una fórmula. Es muy peligroso andar dando sermones, saber lo que hay que hacer. Tenemos que entrar en una zona de riesgo, de fracaso. Este trabajo me enfrentó a una zona de niña que pregunta, y me resultó muy saludable como creadora y como ciudadana haber pasado por una experienci­a así.

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NICOLÁS CELAYA Nicole, Alisson y Victoria cuentan en escena sus experienci­as de vida.

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