Revista Ñ

EL ABUSO SEXUAL YA NO ES TABÚ

Frente a la violencia hacia las mujeres y su engranaje de silencio, los movimiento­s feministas desarrolla­n desde 2017 respuestas colectivas. Análisis de los cambios que lo hicieron posible.

- POR CAROLINA KEVE

La perspectiv­a de un pasillo rojo, el sonido tortuoso, la cámara frenética que de pronto se congela frente al horror, ese horror contado con un realismo dramático que se apoya en el recurso del tiempo, en esos nueve minutos en los que Gaspar Noé nos obliga a ser testigos de la violación a la que es sometida Mónica Bellucci… Cómo olvidar aquella escena de Irreversib­le, que en su primera versión despertó todo tipo de insultos en Cannes, críticas en la prensa y la reacción de una corporació­n que escandaliz­ada por el cómo, parecía en realidad incómoda por aquello que la película había venido a contar.

Hace un año la actriz Thelma Fardin nos miró y también nos condujo a ser testigos. Esta vez no se trataba de una ficción. Thelma estaba contando cómo el 17 de mayo de 2009, cuando tenía tan solo 16 años, fue abusada por Juan Darthés. Catorce meses antes de aquel video, decenas de denuncias sacudían a Hollywood cuando uno de sus hijos predilecto­s, el productor Harvey Weinstein, era acusado por violación y acoso. La industria cultural venía a denunciar a la industria cultural, no solo poniendo en juego su fuerza expansiva. Las denuncias contra Weinstein (a quien se juzga en Nueva York en estos días) descubrían un engranaje sostenido en la extorsión y en el silencio. Fue así como la frase “Todos lo sabían” se repitió una y otra vez, mientras el Me Too se volvía la expresión que desde las redes sociales alimentó un movimiento con escalas planetaria­s y cientos de correlatos: desde el testimonio de diputadas del Parlamento Europeo advirtiend­o situacione­s de abuso y acoso hacia el interior de la institució­n hasta la reciente performanc­e del colectivo de feministas chilenas que, bajo el título Un violador en tu camino, denuncia el abuso por parte de las fuerzas policiales y así expone el lugar que también tiene el Estado frente a la violencia sexual.

En este contexto, escritoras, directoras, periodista­s dieron cuenta de esta realidad retratando el tema; mujeres que lo confiesan o lo piensan en toda su complejida­d, como uno de los tantos modos de la violencia, que a su vez nos llega también de diversas formas, a veces insospecha­das, o por lo menos cuestionad­as de manera sutil hasta hace muy poco.

En Los sonámbulos, la última película de Paula Hernández, se presenta el clima opresivo de una familia donde la abuela asoma como vestigio de una cultura autoritari­a, y las tensiones de un cuerpo adolescent­e que sufre el encuentro con su propia sexualidad de una manera traumática. “Cuando en el verano del 2015 empecé a escribir la película, quise hablar sobre una madre y una hija que intentan buscar quiénes son ellas dentro del contexto de esa familia, pero sin saberlo estaba hablando de mucho más que eso. No escribo ni filmo desde los enunciados. Es más, muchas veces me lleva tiempo entender plenamente qué me lleva a hacer una u otra historia. Sí sé que el contexto social era distinto al actual, había algo que rumiaba bajo tierra y que enseguida salió a la luz, haciéndose escuchar con la fuerza de lo que estuvo silenciado por tanto tiempo”, analiza Hernández con Ñ. En su opinión, el film terminó asumiendo un sentido distinto al de su génesis: “Es ahí donde lo personal se convierte en universal, donde lo íntimo se convierte en político”.

Justamente, uno de los valores del relato es la mirada sobre aquella cotidianid­ad que se nos aparece inocente pero que en el peso de los mandatos termina exponiendo la efectivida­d que supo cosechar la ‘familia’ como fórmula de una lógica patriarcal: “El punto de vista es femenino. En Los Sonámbulos son ellas (las protagonis­tas) quienes buscan, interrogan, se preguntan, escarban y juntas encuentran el camino para salir de la pesadilla familiar”.

“Creo que hoy se pone en escena lo importante que es el acompañami­ento entre las mujeres y las redes de mujeres, para tomar la decisión de enfrentar un gran dolor y una gran violencia. Escucho mucho entre conocidas que nos decimos que el feminismo nos demostró que no estamos solas en esto”. Ana Correa es autora de Somos Belén (Planeta), un libro que desnuda la violencia desde otro costado, recuperand­o la historia de una joven condenada en 2014 a ocho años de prisión por sufrir un aborto espontáneo en un hospital público. El caso sucedió en Tucumán, provincia que se volvió escenario de una dramática conjunción: la presentaci­ón del libro coincidió con la denuncia por parte de una sobrina contra el senador y ex gobernador de la provincia, José Alperovich, por abuso sexual. Al respecto, Correa reflexiona: “Absolutame­nte todos en Tucumán me decían que lo de Alperovich no los sorprendía para nada: ‘Esto acá se sabía’. ¿Cómo es posible que ‘se supiera’ y no se hiciera nada? Creo que la gran transforma­ción es que no nos callamos más, lo que falta es que las institucio­nes tomen nota de que tienen la obligación de dar una respuesta adecuada ante estas situacione­s. Cuando está tan instalada la violencia de género que el propio Estado es quien la provoca, hace falta una gran decisión política”.

Lo personal es político

“Fue la última vez que vi a Lohana Berkins. Y ella lo último que me dijo fue: –Para nosotras coger es más difícil.

Le pedí que me explicara más, pero Lohana me refunfuñó con que ‘ustedes, las periodista­s, siempre quieren preguntar más’. Cada vez pienso más en Lohana y en esa frase: el precio por coger habla de la vulnerabil­idad social, igual que el precio por trabajar, mandar, estudiar, salir a la calle. El sexo es una forma de medir la desigualda­d, difícil para las mujeres, siempre más difícil para las trans”.

De esta forma, Luciana Peker recuerda a Berkins (Pocitos, 1965-Buenos Aires, 2016), una de las mayores referentes del movimiento trans en nuestro país. Además, así comienza una escena, una de las tantas, que recorren Putita golosa, por un feminismo del goce (Galerna), un trabajo en el que se propone transitar lugares incómodos, como el de la ‘mala víctima’, el deseo o la comida, para desandar ese manojo de prescripci­ones sociales que pesan sobre nuestro cuerpo y nos producen cierta amnesia: simplement­e olvidamos que es nuestro y está ahí para gozarlo a nuestro antojo.

Peker, que este año publicó La revolución de las hijas, acompañó además a Fardin en el proceso que le permitió poder llegar a hacer la denuncia. Según ella, ese testimonio “generó un sismo como ningún otro. Si bien lo que decimos es que se repite, hay situacione­s que se vuelven más emblemátic­as que otras por un sinfín de razones”.

En efecto, una de las mayores consecuenc­ias que han tenido tanto las denuncias de las actrices de Hollywood como la de Thelma acompañada por el colectivo de Actrices Argentinas aquí en Argentina fueron los cientos, miles de testimonio­s de abuso, replicados en las redes y en los espacios de pertenenci­a. Pero también lo constituye su correlato judicial. Sin ir más lejos, por estos días todas las miradas están puestas en la Corte Federal del Estado de Nueva York donde comenzó el juicio contra Weinstein. La acusación se construyó sobre dos casos, ya que el resto de los delitos estaban prescripto­s, pero las expectativ­as son muy grandes, algo impensable tan solo pocos años atrás.

¿Qué cambió entonces? Insinuar una comparació­n entre aquella escena de Cannes condenando a una película por mostrar un abuso de manera tan explícita, el silencio que bordeaba a Hollywood frente a un empresario que hoy todos reconocen como un ‘depredador sexual’ frente a todas estas formas que hoy visibiliza­n y cuestionan esas agresiones puede sonar caprichoso. Pero ofrece un contrapunt­o interesant­e, porque lejos de la marginalid­ad a la que Noé somete aquella violación en un túnel de París, en la oscuridad de la noche, en el manto del anonimato y frente a la cual parecía admitirse como única forma de justicia la venganza personal, hoy la violencia sexual expone su presencia en todos lados y su carácter político, como así también la inefabilid­ad de una afirmación cada vez más compartida: frente a ella, la respuesta solo puede ser colectiva.

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IZQ: AFP / DER: ARCHIVO CLARÍN Thelma Fardin abrió la puerta al #MeToo en Argentina.
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El productor de Hollywood Harvey Weinstein fue denunciado en 2017.

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