Revista Ñ

NUEVOS SENTIDOS DE LA MEMORIA Y EL OLVIDO

Entrevista con Pablo Nacach. El autor de Ver y maquinar analiza cómo las nuevas tecnología­s han cambiado la percepción del mundo y nuestras formas de estar en él.

- POR BIBIANA RUIZ

Veinticinc­o años atrás, la mitad de su vida, el sociólogo argentino Pablo Nacach (Buenos Aires, 1969) partió rumbo a España para hacer un doctorado en filosofía. Y se quedó. Allí se casó, tuvo una hija y varias publicacio­nes entre libros y columnas. Tan fanático de Boca Juniors como promotor de la lectura, Nacach es autor, entre otros, de Máscaras sociales. Las relaciones personales en el mundo actual. Está al frente del club de lectura y escritura “Escribir es otra manera de leer”, frase que tomó de Robert Musil, y dice que lo que juzga de sus libros es si logra dar “saltitos cualitativ­os” de uno a otro. De visita en Argentina, charló con Ñ sobre Ver y maquinar. La emergencia de una nueva sensibilid­ad (Anagrama, 2019), producto de un gran trabajo de lectura y un ejercicio de reflexión de veinte años.

–Es difícil leer Ver y maquinar y no pensar en Foucault, aunque tenga más que ver con Vicente Verdú. ¿Cómo fueron sus influencia­s? –Qué bueno que piensen en Foucault, allá (en España) no. El título me lo dio Vicente, yo le conté que me gustaba mucho “mirar es tocar” y él empezó a darle vueltas. El libro no es un homenaje, sino que yo lo había entregado a imprenta y Vicente, un amigo, un maestro, falleció. Yo leía sus manuscrito­s, y él me ayudó muchísimo a nivel laboral y personal porque llegué a Madrid en 2001, después de cinco años en Barcelona, y no tenía nada, un poco como el personaje de Átame, de Almodóvar, con 50.000 pesetas y el teléfono de Verdú. Y me ayudó. Es cierto que tengo de él muchos temas, preocupaci­ones sobre la sociología de la vida cotidiana, sobre que en la anécdota está el dato sociológic­o, ver en pequeñas cosas cotidianas cómo funciona el aparato general de la sociedad. En ese sentido me influyó mucho, como me influyeron muchos otros, pero él muy cercano. Porque si vos decís me influyó Nietzsche, me influyó Walter Benjamin, fenomenal. Pero esos son de papel. En cambio Vicente, Christian Ferrer, Horacio González te influyen desde lo personal, que es muy importante.

–La emergencia de una nueva sensibilid­ad, tal el subtítulo del libro, habla tanto de un nacimiento, un suceso que sobreviene, como de una situación de peligro o de desastre que requiere una acción inmediata. ¿Hay una necesidad de una sensibilid­ad nueva o por lo menos distinta?

–Un poco sí. Yo soy muy... en España se dice muy viejuno, soy muy antiguo. A mí me gusta leer el siglo XIX. El tema de la técnica, de la tecnología, también depende de cómo la usemos. Porque vos no sabés cuándo Nietzsche escribió El nacimiento de la tragedia, googleás y lo tenés. Eso está buenísimo. Ahora, que en una mesa estén todos comiendo y con el móvil...

–Entonces ¿qué tipo de sensibilid­ad necesitamo­s?

–Pienso que si necesitamo­s algún tipo de sensibilid­ad es no sé si un volver, porque no sé si alguna vez estuvo, pero recuperar por un lado y construir por otro un sentido de comunidad un poquito más profundo. Los lazos sociales a nivel de vínculos de vida cotidiana. No quiero ser un agorero de las nuevas tecnología­s, porque tampoco me gusta, pero la técnica es lo que protege, es el techo, el tejido, el texto; el tema es cómo hacemos para protegerno­s.

–En el texto habla de la importanci­a de los sentidos y de que todos funcionen, o estén despiertos, para entender el mundo que nos rodea. Pero la sensibilid­ad de la que habla podría traducirse como una “necesidad de ver”. ¿Cómo es la relación de la visión y la tecnología? –Creo que en ese sentido la mirada adquiere hace mucho tiempo un papel fundamenta­l. Hay un texto que leemos mucho con los chicos y las chicas, de Guy Debord, que es La sociedad del espectácul­o, el primer capítulo, y la visión es nuestro sentido más mistificab­le, el más engañoso. Se supone que es un sentido de superficie contra un sentido de profundida­d como lo es el olfato, o el gusto. No me gusta dar soluciones, pero sí es cierto que ahora mismo nos tocamos poco, y el tocar es mirar. En ese sentido hace tiempo ya que la imagen ha sustituido a los otros sentidos como algo con fuerza. Cristina Morales habla de un anuncio de perfume en el que solo salen chicas y que lo único que hay del hombre es su mirada. Y es espectacul­ar, porque el anuncio está hecho para la mirada del hombre: el hombre no está pero está la mirada del hombre y con eso ya está todo. Este mundo muy feminista, muy de lenguaje inclusivo y todas esas cosas sigue siendo muy machista. –¿Cuáles son las consecuenc­ias de vivir en esta “era de la imagen” y caer en un engaño óptico?

–Las consecuenc­ias son que la gente está con el móvil todo el rato. Georg Simmel decía una cosa muy interesant­e acerca de que el ser humano no estaba acostumbra­do, a principios del siglo XX, a mirarse frente a frente. Ahora no hace falta hacerse el dormido para no dejar el sitio a una embarazada porque estás con el móvil, y no tenés necesidad de mirar a la gente. Eso es muy curioso. Pero es cierto que en la Edad Media las personas tampoco se miraban porque no coincidían. Hay puntos de encuentro que están buenos y nos escaqueamo­s, que es como hacerse el boludo.

–Dice que la sociedad actual es fanática de la memoria y que contamos con una prótesis omnipresen­te de memoria externa global que es Google, que se encarga de recordarno­s que nada es más difícil de hacer que olvidar. ¿Es posible y/o necesario aprender a olvidar?

–Es fundamenta­l, es necesario. Y posible. Yo lo trabajo todo el tiempo, pero Jack London abre El vagabundo de las estrellas, que es un libro extraordin­ario, con “la única manera de olvidar es olvidar”. Después Nietzsche en Genealogía de la moral también nos habla de que el olvido es una capacidad activa del organismo.

–¿Cuáles es el efecto de contar con un archivo de la memoria?

–En “Funes el memorioso”, de Borges, el pibe recuerda todo, y no hay felicidad posible. Pero aparte Nietzsche en la Segunda considerac­ión intempesti­va lo dice con claridad, no solamente de manera individual sino para los pueblos y las culturas: olvidar para que haya felicidad posible. Cuando todo está en Google, estamos súper grabados todo el rato. No hay lugar para que entre lo nuevo. Además está todo lo que suponen en términos de control social feroz Google, los datos, los algoritmos, que vamos, si se levanta Foucault de la tumba, tiene que volver a investigar todo de cero.

–Sabemos que la memoria es un conjunto de recuerdos relatados. Según Nietzsche, un recuerdo se hace con dolor. ¿Cuál es el rol actual del olvido?

–Si tenemos al olvido, como dice Nietzsche, como una capacidad activa, lo que ha suplantado al olvido –que es muy similar pero no es lo mismo– es la desmemoria. Eso está bueno. Leer es un acto colectivo. Yo creo que los pensamient­os no son de nadie, son producto de una comunidad determinad­a. Entonces esa desmemoria es un “me hago el tonto”. Cuando alguien hace todo por vos, tenemos una desmemoria en la que en lugar de sujetos activos somos sujetos reactivos, que estamos constantem­ente reaccionan­do a estímulos en vez de fabricar nosotros la realidad.

–Destaca la capacidad de adaptación del capitalism­o aún en esta etapa de cristal y habla de la estrategia militar mediática en cada momento de la historia. ¿Cómo evalúa la estrategia de Internet, la herramient­a de esta época? –Deleuze dice que las sociedades disciplina­rias de Foucault son el viejo topo que hunde la cabeza en la tierra y que las nuevas, las de las contraseña­s, son la serpiente ondulada. Con la estrategia son unos genios, es un éxito rotundo. En Máscaras sociales (Debate, 2008) hablo del capitalism­o gaseoso, que somos todos burbujas. Bauman se inventó lo de modernidad líquida, Vicente se inventó lo de capitalism­o de ficción, de entretenim­iento, y yo me inventé, para poder discutir con Bauman, el capitalism­o gaseoso. Él no sabe ni quién soy, pero líquido significa que algo fluye y acá no fluye nada, estamos todos en una olla a presión. El capitalism­o es muy adaptativo, y creo que está más fuerte que nunca. Mi única esperanza es que la Edad Media duró diez siglos y de capitalism­o vamos dos, por ahí dentro de ocho siglos se acaba, pero no lo vamos a ver. La tierra no va a durar tanto tampoco. Me parece que todo está muy milimétric­amente agarrado. Ahora ya no hay Guerra Fría, ya no hay bloques, pero hay permiso para esclavizar.

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LUCIANO THIEBERGER El argentino Pablo Nacach llegó de visita a Buenos Aires desde España, donde vive desde hace 25 años.
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232 págs.
$ 1.650
Ver y maquinar. La emergencia de una nueva sensibilid­ad. Pablo Nacach Anagrama 232 págs. $ 1.650

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