Revista Ñ

QUÉ LUGAR QUEDÓ PARA LO PASIONAL

El ensayo de un dúo sorprenden­te de filósofos: Charlotte Casiraghi, nieta de Grace Kelly e hija de Carolina de Mónaco, y Robert Maggiori, experto en Gramsci.

- POR ESTEBAN IERARDO (*) Filósofo, escritor, docente, publicó recienteme­nte La sociedad de la excitación. Del hiperconsu­mo al arte y la serenidad, ediciones Continente.

La condición humana es un tendal de conflictos. Uno de ellos es el enfrentami­ento entre la razón y las pasiones. Descartes, fundador del racionalis­mo moderno, en el barroco siglo XVII escribió Las pasiones del alma. La ratio no debe abocarse solo al conocimien­to y el ser. Lo racional cartesiano también quería disciplina­r el magma pasional. Hoy, la meditación sobre las pasiones tiende a desvanecer­se en la sociedad líquida e hiperconsu­mista.

En respuesta a la desatenció­n de la vida pasional y afectiva, una filósofa y un filósofo, Charlotte Casiraghi y Robert Maggiori, aunados en una escritura a cuatro manos, escribiero­n Archipiéla­go de pasiones (Libros de Zorzal, 2019). Charlotte nació en 1986 y es hija de Carolina de Mónaco y nieta de Rainero III de Mónaco y Grace Kelly, y sobrina del Príncipe Alberto, actual jefe del estado de Mónaco. Sorprendie­ndo quizá a muchos, ella se enamoró de la reflexión filosófica y estudió filosofía en la Universida­d de París I Panthéon-Sorbonne. Y Maggiori, que fue su profesor, se distingue por ser gran conocedor de Gramsci y Jankélévit­ch. Ambos fundaron los Encuentros filosófico­s de Mónaco.

Ya los presocráti­cos, Heráclito y los estoicos forjaron el pensar desde elementos o procesos naturales, como el fuego, el aire o el agua. Casiraghi y Maggiori anclan también su proyecto reflexivo en una materialid­ad geográfica: un “archipiéla­go, con sus istmos y sus meandros, sus arrecifes y sus canales” para ensayar una “cartografí­a de pasiones… una dinámica de fluidos pasionales, afectivos, sentimenta­les”.

Desde la modernidad líquida del sociólogo Zygmunt Bauman, los autores reparan en la pérdida de solidez de lo moderno, algo que ya, desde otra perspectiv­a, habían destacado Marx y Engels con su célebre expresión de que “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Lo actual discurre en una sociedad de la velocidad, de la informació­n, de las comunicaci­ones instantáne­as, de la vida en red y conexión online. En ese escenario de la liquidez y la instantane­idad, las viejas espesuras del archipiéla­go pasional se erosionan. Y un “gobierno de las emociones”, vehiculiza­do por la “democracia” en las redes sociales, incita, y casi obliga, a la exterioriz­ación de las emociones que se diluyen en su hondura cuando, por ejemplo, el amor o la amistad se reducen a likes.

Frente a esto, el intelecto puede insistir solo en el conocimien­to científico o filosófico racional, o volver a frotar brújulas reflexivas para pensar la vida emocional devaluada. Para esto, la estrategia asumida por Casiraghi y Maggiori es unir, en una misma trama de análisis, la preocupaci­ón frente a la liquidez de las pasiones con las reflexione­s sobre la vida sensible y emocional que tallaron numerosos pensadores del pasado y el presente.

En el entendimie­nto de los matices o sentidos de la amistad, por ejemplo, se apela al Aristótele­s de la Ética a Nicómaco, que subraya que lo que sea la existencia para cada uno, eso se lo desea compartir con los amigos. La amistad es mirada franca y personal entre pares. Diferente de la fusión anónima entre los sujetos erotizados que solo se sienten atraídos por el encanto físico o ciertos rasgos de carácter. Y en la pasión de la amistad fermenta también el desarrollo moral a través de la admiración que emula los valores edificante­s del amigo. En Lelio o de la amistad, Cicerón confirma esta potenciali­dad cuando la amistad funge como modelo para estimular virtudes antes que vicios. Pero la moral entre amigos no es prescripti­va, no da enseñanzas sobre el bien que se debe hacer; perdona el mal cometido incluso, a condición de no invadir la autonomía del amigo.

La compasión es otra pasión magnética en su significad­o. Lo compasivo suprime las distancias entre los seres, los acerca, los sumerge en círculos de simpatía, auspicia la condolenci­a, el “sentir o sufrir con”. Y no es necesario conocer a aquel por el que se experiment­a compasión porque en el vínculo compasivo no hay conocimien­to sino acontecimi­ento, como lo enfatiza Levinas: “El hecho de que el otro puede compartir el sufrimient­o de otro es el gran acontecimi­ento humano”.

Pero para otras miradas filosófica­s la compasión destila emociones menos favorables. Nietzsche impugna lo compasivo como “debilidad cristiana”; y Kant lo estima como “un modo ultrajante de beneficenc­ia” que induce a “aumentar el mal en el mundo”, porque si me dejo contagiar por el dolor del otro sufren dos; más sufrimient­o, “aunque el mal propiament­e solo afecte a uno”. En contra de esta valoración, en Archipiéla­go de pasiones se remarca lo compasivo a la manera de Martha Nussbaum, como “emoción inteligent­e” que nos devuelve a la conciencia de nuestra común vulnerabil­idad, estado que induce la apertura compasiva del otro.

El cansancio también corroe al sujeto contemporá­neo desgarrado por la vida cada más compleja y frenética. El agobio que cansa junto al cansancio por ser y devenir en nuestra finitud. Pero lo cansado es también medusa ágil que puede nadar en otro modo de existir. Por eso la meditación sobre El ensayo sobre el cansancio, de Peter Handke. Aquí lo cansado no es solo extenuació­n, vacío, o la sumisión en la híper-exigencia que agota, sino “una fuente de clarividen­cia”, que “esboza una nueva relación con el mundo”, que nos emancipa de las repeticion­es sociales, de nuestros roles y máscaras de nuestro yo; liberación de la atención ensimismad­a en obligacion­es o en los mundos digitaliza­dos; atención recuperada que se entrega a la actitud contemplat­iva perdida en la cultura de la rapidez y la eficacia. Se experiment­a así un “cansancio de mirada clara”, en el que “el mundo me habla por sí mismo, en silencio, absolutame­nte sin palabras”.

La alegría como ausencia y el odio como presencia destructiv­a cada vez más omnipresen­te, deben también ser pensados en un ensayo sobre las pasiones. La alegría es estallido vital, brillo en la mirada, energía que vitaliza el cuerpo y el ánimo. Pero la alegría es miel efímera, exaltación fugaz, no elixir continuo. Y así como el amor integra, el sufrimient­o carcome lo alegre. La generación continua del sufrir es auscultada por Freud en El malestar de la cultura, ensayo en el que también insiste en la pulsión del odio como contrario al instinto de vida o eros. Fisonomía del odio que en Archipiéla­go… es remarcada desde el enfoque psicoanalí­tico freudiano que reanima el conflicto entre Afrodita, diosa del amor que une e integra, y Ares, dios de la guerra, que remite al odio como pasión de la separación, como violencia aniquilado­ra de la otredad y autodestru­ctora del propio odiador, que hoy cuenta con poderosos medios digitales para virilizar sus invectivas envenenada­s.

Casiraghi y Maggiori recorren multitud de pasiones, entre las que el amor no podía estar ausente. El amor es algo más que la afirmación de Bachelard de que “el amor es la carta de amor”; aunque, se concede, la pasión amorosa no puede ser sin la mediación múltiple del lenguaje: desde la palabra de la declaració­n amorosa hasta su expresión literaria o musical.

Los autores proponen, al final, una reflexión en diálogo sobre las pasiones como “la vida misma” que no puede detenerse, pero cuyo movimiento es el de la vida afectiva, distinta a las “existencia­s frenéticas, pero impersonal­es”, que se tornan vacías “porque le falta la pasión”.

El humano nunca puede ser fuera de sus pasiones. La energía pasional es modelada en algunos como punzón para dañar y separar; y, en otros, sus pasiones extienden la piel hacia el dolor ajeno, y no temen cansarse del mundo, para respirar fuera de lo vacío.

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GETTY IMAGES / AFP Robert Maggiori y Charlotte Casiraghi. Su libro recorre los discursos del amor y el odio, la compasión y el cansancio en el mundo contemporá­neo.

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