A quien quiera oír
Ensayo. Nueva edición de El sonido, un clásico de Michel Chion, estudioso del cine y la música.
¿Es la música un sonido aparte? ¿Se puede hablar de “efectos” del sonido? ¿Hay que encerrar el sonido? ¿Qué es el ruido? Las preguntas que suelta el compositor, docente y realizador francés Michel Chion son de apariencia capciosa (y tal vez lo sean, al menos en parte), pero persiguen objetivos concretos. Esta tercera revisión de su emblemático ensayo iniciado en 1998 es una disección pormenorizada, aunque no cerrada, del sonido y las formas y condiciones en que lo percibimos. Es el trabajo de toda una vida, que Chion ha volcado en composiciones de música concreta, películas experimentales, investigaciones académicas y artículos que exploran las formas de la audición en la modernidad.
La mirada abarcadora de Chion no se circunscribe a los músicos: El sonido es un trabajo destinado a cualquiera que se interese por las implicancias del sonido, sus fuentes y los factores sensoriales y culturales que inciden en nuestra forma de percibirlo y registrarlo. Para Chion, el sonido es una materia físicamente definible, pero a la vez inasible y “confusa”. Para empezar, nuestro oído es incapaz de percibir muchas de las frecuencias que una fuente sonora puede emitir. Pero además, años de abordaje científico y poético han coadyuvado a dotar al sonido de facultades y rasgos que se le han impregnado al punto de haberse naturalizado. Como especie, hemos tenido que rodear al sonido de lenguaje para poder definirlo, delimitarlo, asimilarlo. Y, al mismo tiempo, el lenguaje es sonido, en tanto está constituido por fonemas.
El sonido, entonces, es objeto de la disciplina que el compositor Pierre Schaeffer llamó aculogía, y que Chion decide continuar bajo sus propios términos. El tejido sonoro como materia significante es su entendimiento basal, y el núcleo de las reflexiones, propuestas y conceptos originales que ocupan el libro. Pero, a diferencia de otros discípulos de Schaeffer, Chion se declara partidario de la mixtura de teoría y práctica al hablar del sonido puesto que lo contrario, asegura, “nos parece artificial”.
De hecho, y más allá de dedicarse a un objeto difícil como el sonido, el autor busca empatizar con el lector más allá de las competencias de éste. Por ejemplo, al iniciar su trabajo por un aspecto cada vez más problemático en el presente de sobreestimulación sonora en el que vivimos: los sonidos que uno no está seguro de haber oído, y/o los que retardamos en nuestra atención por haber pasado a formar parte del “paisaje sonoro” (concepto que Chion desafiará), un todo confuso donde los sonidos se funden unos con otros.
La musicalidad como marco para el sonido es otra preocupación central: con su extensa experiencia en la música de vanguardia, Chion proble
matiza el concepto de ruido y pone en apuros la noción de ruidismo en la música del siglo XX. Una música que, dice el autor, hizo de ángel “reduciendo el sonido a datos físicos puros” y de bestia queriendo abstraerse en una dimensión conceptual y complejo “que redujo lo que la separaba del ruido”.
Pero tal vez lo que más interese a Chion es el sonido como parte de un cuadro más grande, el cine. Las películas como lugar de cohabitación de los sonidos, y como campo de pruebas de sus diferentes roles significantes: desde el reemplazo paródico de notas claves de una melodía en el cine de Spike Jonze a las acciones idénticas que suscitan respuestas sonoras distintas que Chion decide bautizar como “Efecto Shining”, en homenaje a Stanley Kubrick.