Revista Ñ

Comedia light para disfrutar sin culpa

Mi nombre es Dolemite. Eddie Murphy vuelve a la pantalla, ahora a través de Netlfix, para recuperar la memoria de un antihéroe adorable.

- POR FEDERICO ROMANI

En más de un sentido, Mi nombre es Dolemite significa una noble reivindica­ción para sus hacedores, el actor Eddie Murphy y el director Craig Brewer. A Murphy, el siglo XXI lo encontró muy lejos del éxito, sumido, más bien, en fracasos de taquilla estrepitos­os que casi sepultaron su bien ganado prestigio en los años 80, cuando protagoniz­ó clásicos inoxidable­s como De mendigo a millonario (1983) y Un detective suelto en Hollywood (1984). Brewer es casi un ignoto para el público argentino, que no pudo ver Hustle & Flow (2005), se perdió su serie de culto Empire y casi padeció su espantosa remake de uno de los grandes placeres culpables de todos los tiempos, Footlose, en 2011. El rescate de Murphy y Brewer tiene como coartada la recuperaci­ón de la mítica figura de Rudy Ray Moore, precursor de la comedia stand-up afroameric­ana y cineasta de culto en la línea de John Waters, a quien Scott Alexander y Larry Karazewski (guionistas del Ed Wood de Tim Burton) elevan a la categoría de figura pop y emblema racial/generacion­al, a tono con esos salvatajes que la cultura norteameri­cana de masas se permite de vez en cuando.

No es que Moore estuviera completame­nte olvidado, pero lo cierto es que convenía sacudirle cierta capa de polvo. Empleado de una disquería, presentado­r en clubes de comedia del circuito under en los primeros años 70, desarrolló su propia rutina humorístic­a a través de la recuperaci­ón de una forma de vaudeville basada en rimas de doble sentido, que Moore rastreó en las leyendas urbanas tejidas alrededor de Dolemite, mítico proxeneta y outsider cuyas “hazañas” vivían en el imaginario popular pura y exclusivam­ente a través de la tradición oral.

Moore lo tomó como su alterego, adoptó el vestuario chillón y estridente del estilo pimp y alcanzó la fama mediante la grabación de actos de comedia. Cuando las compañías discográfi­cas rechazaron el material por considerar­lo obsceno, él comenzó a editarlo y distribuir­lo por sus propios medios. Esto lo convierte en uno de los primeros artistas verdaderam­ente independie­ntes de todos los tiempos.

Pero había más. En 1975, inspirado por la moda “blaxploita­tion” (ese subgénero de películas de acción, terror y comedia, producido para el consumo casi exclusivo del público afroameric­ano) que había alcanzado cierto éxito de taquilla gracias a productos como Shaft (1971) y Superfly (1972), y decepciona­do, a la vez, por lo melifluo y acomodatic­io –según la particular concepción de Moore, claro- de propuestas como la remake de The Front Page de Billy Wilder, Dolemite decide filmar una película, protagoniz­ada por él mismo y producida gracias al ensamble de uno de los equipos de filmación más precarios e improvisad­os de la historia del cine.

La filmación de aquella Dolemite (1975) concentra lo mejor de la película de Murphy y Brewer. Si Jackie Brown (1997) de Quentin Tarantino había arrojado sobre el blaxploita­tion una mirada entre melancólic­a y reflexiva, Mi nombre es Dolemite comparte esa inclinació­n sentimenta­l, pero desde un registro bien diferente. Ni Murphy ni Brewer pretenden descongest­ionar un género que fue muy criticado por la visión que ofrecía de la comunidad afroameric­ana, y según la cual los hombres eran todos proxenetas y las mujeres, todas prostituta­s. Orgullosa de ser pura superficie –pero sin por ello ocultar algunas capas de inteligent­e reflexión estética e histórica– y sanamente libre como para no borrar o “modificar” con culpa el contexto que le dio sentido a la época que retrata, Mi nombre es Dolemite es cine adaptado a la dimensión emocional de espectador­es específico­s que no juzgan moralmente a los personajes y prefieren acompañarl­os hasta el final, para ver qué les pasa. La recompensa vale la pena: el viaje en limusina de Moore y su troupe hacia el estreno de Dolemite, la película, es uno de esos momentos de pura alegría cinematogr­áfica que, paradójica­mente, el cine se permite cada vez menos.

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El protagonis­ta de Un detective suelto el Hollywood se unió al director Craig Bewer para homenajear al cineasta Rudy Ray Moore, conocido en Estados Unidos por su personific­ación del comediante Dolomite.

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