Emociones que son más contagiosas que el coronavirus
Entrevista con Corine Pelluchon. La filósofa francesa señala que la crisis sanitaria y ecológica fue anunciada y nos exhorta a un acuerdo ambiental y global inmediato. Reclama una convivencia respetuosa con el reino animal.
Hace pocos días leía una entrevista de la Agencia Efe con el psiquiatra español Jorge Tizón y una de sus definiciones me quedó grabada y me persigue permanentemente en estos días de confinamiento: “No hay nada más contagioso que las emociones, ni siquiera el coronavirus”. Y sí, claramente, lo que abunda y se esparce son las emociones propias y ajenas, y justamente esas que no son mías, me las apropio y las reproduzco. El encierro se prolonga y la psiquis se manifiesta para todos, con o sin terapia por medios electrónicos.
Las emociones se potencian ante la vida que gira en círculos o en la cuadratura de un monoambiente. El peso de una expresión como distanciamiento social no hizo más que acentuar estados de soledad. La psicóloga María Agustina Paternó Manavella, señaló que “el distanciamiento social obligatorio ha modificado completamente nuestros hábitos y vida cotidiana, provocando un espectro variado de reacciones”. Imágenes apocalípticas vienen a la mente y son de todos los tamaños e intensidades. ¿Dónde picarán las balas? El cerebro se encuentra en un pico de actividad ya muy estresante. No quiero que pase el tiempo porque no quiero quedarme con un otoño menos, un manojo de sensaciones que se perderán para siempre sin haber logrado nada. Y al mismo tiempo, quiero que pase el tiempo y esta pesadilla desaparezca ya.
De eso hablé con mi analista vía Skype, del tiempo que se escurre entre las manos y del sol único e irrepetible de un abril que nunca más sentiremos. Pensar el tiempo es vivirlo y aprovecharlo, no dejar que se esfume simplemente. Eso concluí minutos después de terminar mi sesión.
“El impacto emocional se debe principalmente al hecho de tratarse de una situación disruptiva y traumática a partir de lo abrupto. Sentimos ansiedad ante el encierro, angustia, desgano, tristeza, irritabilidad, soledad, incertidumbre, inseguridad, impotencia y trastornos del sueño”, resaltó Paternó Manavella quien también multiplica emociones con sus palabras. No siempre son un bálsamo, a veces no van por el canal correcto y pueden ser interpretadas quién sabe cómo. El miedo como emoción es aquel que no queremos volver a sentir. Y justamente en estos días se plasma como el temor al contagio, a quedarse sin provisiones básicas, a no tener un médico disponible.
Cuando vemos que hay quienes no cumplen con las normas de convivencia que el virus termina imponiendo nos preocupamos: un humano sin barbijo se vuelve un terrorista, un hombre o mujer bomba. El miedo se hace fuerte pero también provoca y obtiene una respuesta que gestiona otras emociones como la solidaridad, el apoyo social y el reconocimiento hacia el personal de salud. Y también genera monstruos capaces de amenazar a cualquiera que lleve un ambo de médico o enfermero con un mensaje por demás esquizo: quiero que me cures pero que te quedes bien lejos.
En momentos en que el virus puso en jaque la idea y la práctica de la globalización, hay algo que evidentemente la reivindica y es el estado de la salud mental del planeta. Solo en Estados Unidos, el virus ha afectado psíquicamente a la mitad de la población, según una encuesta de Kaiser Family Foundation. “La gente está experimentando niveles muy altos de ansiedad”, declaró Sonya Lott, una psicóloga de Filadelfia que se especializa en tratar duelos, que es lo que en su visión está viviendo el mundo. “Es el miedo a lo desconocido, ya que nunca antes hemos tenido una situación como esta”, añade. Se refiere a una sensación de pérdida profunda en muchos niveles. “Lo único que hemos experimentado en Estados Unidos que se ha acercado a esta pandemia son los atentados del 11 de septiembre”, dice Lott. “E incluso entonces, podíamos correr a casa, estar juntos y abrazarnos. Ahora ni en casa deberíamos estar abrazándonos”.
Tizón sostiene que una emoción que se desparrama del lado positivo de los sentimientos en estos días es la del apego. De ella han derivado las iniciativas de solidaridad y cuidados entre personas. El psiquiatra lo relaciona con la discusión filosófica que ya “subyacía” antes del coronavirus: “Queremos ir al mundo neoliberal del sálvese quién pueda o cuidarnos los unos a los otros y al medio ambiente para que el planeta no vuelva a ir en nuestra contra”.
La facultad de Psicología de la UBA implementó un servicio gratuito a quienes necesiten “manejar la ansiedad o cualquier otro malestar psicológico provocado por el aislamiento”. La atención telefónica, que se realiza con reserva de identidad, ayuda a manejar la ansiedad y el malestar psicológico. Trabajan para contener la catarata emocional. Dos emprendedores argentinos desarrollaron una aplicación en la que más de 5.000 psicólogos, consejeros y voluntarios de todo el mundo ofrecen gratuitamente su tiempo de escucha a quienes necesitan contención emocional durante la cuarentena. Se llama “Aquí estoy” y fue creada por Juan Pablo Villani (34) y María Zinn (29), con voluntarios no solo de Argentina, sino también de otros 31 países y regiones. “La aceptación que tuvimos fue enorme. Buscamos primero a los voluntarios que quisieran y pudieran ayudar desde sus casas, y en 24 horas se anotaron 2.000. Ahora ya son más de 5.000, de los cuales casi la mitad son psicólogos, counselors y coaches”, señala la agencia Télam. Los voluntarios que ofrecen su escucha pueden elaborar su perfil con una fotografía y descripción acerca de sí mismos; los usuarios pueden ver el perfil de los voluntarios y contactarlos por videollamada o dejar un mensaje para encontrarse luego. También –hay que decirlo–aumentó el número de llamadas a las líneas telefónicas de ayuda para suicidas.
La pandemia es muy poderosa pero no puede evitar que haya gente que decida morirse por otros motivos que no sean el virus que está por todas partes. Son muy pocos los que pueden despedir a su gente cercana cuando se mueren, tengan o no el virus. La alteración de rituales como el de despedir a quien se muere provoca angustias muy pesadas. En el otro extremo, perderse las primeras semanas en la vida de un bebé también provoca dolor por no poder estar ahí, en los momentos clave de familias y amigos. Los cumpleaños por Zoom juegan con las emociones y más de uno terminó besando la pantalla.
Angustia el pensar que cuando salgamos de esta cuarentena. el tiempo transcurrido quedará en un agujero negro, será un recuerdo monótono y breve en el que habremos envejecido y en el que nos habremos perdido, al igual que gran parte de la humanidad, la posibilidad de un goce que no sabemos, en realidad, si existe, pero igual nos duele su ausencia.
Un oso se pasea orondo por Monterrey, una medusa se desplaza elegante por los canales de Venecia, delfines y ballenas hacen piruetas en playas antes masivas como Cancún, en el litoral argentino bagres y surubíes se divierten en grandes bancos sin conocer las redes de pesca. Focas, leones, canguros, monos, tapires, ciervos, cabras colonizan las urbes desiertas. El coronavirus ha provocado una anomalía en el –antes– indestructible orden social, una ruptura en la cadena de jerarquías y estructuras políticas y económicas que arden por volver ya a su estadio anterior. “Los animales vuelven a tomar su lugar. Eso subraya el hecho de que en general no les damos lugar, tanto en las ciudades como en nuestras vidas. No les permitimos existir, fragmentamos, destruimos su hábitat y, evidentemente, cuando los humanos se retiran, ellos tienen más espacio”. Conmovida, define esta situación la filósofa francesa Corine Pelluchon, confinada en su casa de campo en Bourgogne, a una hora y media de tren rápido desde París. Su obra cruza los derechos y los problemas de los animales, la salud ambiental y la vulnerabilidad humana. Es autora de Manifiesto animalista (disponible en eBook en castellano) y en mayo publica su libro nuevo Réparons le monde. Humaines, animaux, nature (ed. Rivages/Poche).
Pelluchon se especializa en filosofía política y ética aplicada (ambiental, animal y médica). Se volvió una referencia obligada en Europa para entender lo que está pasando desde el punto de vista ecológico y sobre la convivencia de los humanos con la naturaleza. Estuvo en Buenos Aires en 2015 en la primera edición de La Noche de la Filosofía y su presencia fue muy comentada por el impacto que tuvo la conferencia que dictó sobre los derechos de los animales titulada “Ecología y existencia”. En esta entrevista realizada por videollamada, la profesora de la Universidad Gustave Eiffel relaciona la pandemia actual con la crisis ecológica, teme resurgimientos nacionalistas y advierte sobre la vulnerabilidad humana. –¿Qué es lo más notable que esta pandemia mundial puso en evidencia? –Fundamentalmente, nuestra vulnerabilidad. También el hecho de que estemos expuestos a agentes infecciosos y que el humano, a pesar de su técnica, de su inteligencia y su ingenio, es extremadamente frágil. Se demuestra que las personaso no pueden dominar a otros seres vivientes, explotarlos como se les da la gana, sin pagar nunca las consecuencias. Todas las personas, en la medida en que tienen miedo por su salud y la de sus seres queridos, toman consciencia de esta vulnerabilidad común porque este virus afecta a los ricos, a los pobres, a las personas conocidas, a las desconocidas. Es verdad que para la gente mayor esto es más difícil, que cuando sos pobre vivís peor el confinamiento y que las consecuencias económicas de la pandemia son peores aún. Se pone en evidencia que en los países ricos hay más medios sanitarios para tratar a la gente, mientras que en África no; no sé qué pasará con los refugiados, las desigualdades han crecido mucho pero el virus afecta a todo el mundo. Los humanos de nuestra época olvidaron cosas esenciales como la fragilidad, la mortalidad, la vulnerabilidad, la comunidad de destino que
tenemos todos. Las personas están ligadas a los animales, el virus atraviesa las fronteras de la especie y el humano es mucho más frágil en relación al virus que los propios animales.
–Hay razones de fondo: ¿cómo ha incidido el cambio climático en este cuadro?
–Somos responsables en razón del uso enorme de energía, del crecimiento demográfico, de la erosión, del descuido de la biodiversidad, del cambio del régimen de lluvias, en fin, de la crisis climática que es el mayor peligro de nuestra época. La crisis sanitaria del coronavirus y la crisis climática no son la misma cosa, pero hay vínculos. La contaminación, la degradación de ecosistemas, el hecho de que el agua sea mala, de que haga demasiado calor, el uso de pesticidas, todo eso genera enfermedades, sufrimientos y crisis sanitarias que, a su vez, vuelven a generar más enfermedades, desplazamientos de poblaciones, etc. Mucha gente se enferma y se muere por culpa de la contaminación. Todo esto se vuelve un problema de salud pública. El segundo vínculo son las interacciones aberrantes con otros seres vivientes. Por ejemplo,
se deforesta, se agotan recursos que privan a los animales salvajes de vivir en su hábitat, los obliga a acercarse a nosotros, y nos traspasan el virus. Así pasó en los años 90 con el SARS. Arrancar al pangolín (mamífero con una armadura compuesta de escamas) de su hábitat, exportarlo y venderlo en mercados como los de Wuhan, en donde hay también murciélagos que no tienen nada que hacer allí, y que son portadores del virus, nos expone a estas enfermedades. Tenemos la responsabilidad humana en el modelo de desarrollo, de consumo, de forestación, todo eso tiene consecuencias ecológicas que, a su vez, tienen consecuencias sanitarias. Ahí está el vínculo, pero es al mismo tiempo diferente. El antropoceno genera efectos globales, ligados al peso demográfico, el tráfico aéreo, al intercambio de materias e incide en la atmósfera. Y todo esto toca menos la conciencia de la población, porque “el descongelamiento del glaciar es algo lejano”, por ejemplo. Pero la gran diferencia es que la crisis sanitaria toca a cada uno en su propio cuerpo. La relación no es abstracta, no es el miedo de que la humanidad perezca a causa del antropo
ceno, es el miedo individual de contagiarse. Este es un motor importante para cambiar las mentalidades.
–¿Qué antecedentes importantes encontrás de grandes miedos planetarios?
–Hiroshima y Nagasaki nos advirtieron del posible apocalipsis, de que la bomba atómica fuera la posibilidad de extinción del mundo, y sin embargo los humanos viven así y continúan viviendo así, porque no nos toca. Las personas saben que hay un peligro, un riesgo de apocalípsis ligado a la bomba atómica, al calentamiento global. Pero siguen consumiendo carne sin parar, los gobernantes siguen haciendo políticas productivistas, extractivistas. Mientras que ahora este pequeño virus hace que cada uno tenga miedo en su propio cuerpo, ve que afecta su ciudad, su pueblo, y además arruina al país. Se decía que luchar contra el cambio climático requería mucho dinero y ahora vemos que era mucho más barato que lo que estamos viviendo ahora, que va a implicar crisis económicas y la ruina de un montón de empresas. Ni siquiera los ricos podrán vivir dos veces. Lo estamos viendo en todos los continentes. La humanidad se va a pegar un duro golpe económico pero se recuperará. Si seguimos actuando así, tendremos un montón de crisis, climáticas, sanitarias, etcétera.
–¿Cómo y dónde se encuentran los que podrían liderar el cambio de esta situación?
–La salud ambiental hace que la conciencia se convierta en conciencia encarnada, incorporada. Para llenar el espacio entre la teoría y la práctica, entre la conciencia y la acción, hacen falta los afectos. El miedo es un afecto –también el miedo por la propia vida–; todo esto hace que se convierta en algo corporal, encarnado, y puede empujarnos a cambiar las propias representaciones, afectos y, espero, comportamientos. A nivel individual, uno ve que hay medidas políticas tomadas por cada uno de los países, y después, a nivel europeo, y a nivel mundial. Esta pandemia puede ser un disparador, una toma de conciencia. Pero soy muy prudente, porque después de Auschwitz, Hiroshima, Fukushima la humanidad no cambió mucho. Y los lobbies son muy fuertes para seguir en este camino loco. Desde hace veinte años hablo de la vulnerabilidad del vínculo entre el humano y la naturaleza, de la transición de los modelos de desarrollo más justos y ecológicamente sostenibles. Esto, para lograr que la transición ecológica sea un eje político e incluso un proyecto de emancipación; no un gobierno del miedo, sino un proyecto que haga que tengamos otros deseos, más autónomos, para salir de modelos de consumo que nos imponía el mercado y que no corresponden. Para mí hay cuatro pilares en la transición ecológica.
–¿Cuáles son esos pilares?
--Uno, la protección del medio ambiente, la lucha contra el calentamiento global, la protección de los ecosistemas. Dos, la justicia social, las condiciones de trabajo pero también la redistribución del impacto de la contaminación, esto es la relación Norte–Sur: son los más ricos los que contaminan, y los países del sur la sufren, como África. Tres, la salud: no hay crisis climática, de aumento de temperatura, sequías o inundaciones, que no provoque problemas de salud. Y al final, la relación con los animales. Las especies salvajes, las especies domésticas. Justamente la cría intensiva que ocurre en países como el tuyo, genera una catástrofe para los animales, deforestaciones, dado que a menudo el ganado europeo y americano es alimentado con soja transgénica y para sembrar se deforesta, etcétera. Todo esto está ligado a la transición ecologista, a otro modelo de desarrollo que articula estos cuatro ejes de una manera no ideológica, este es el futuro. No quiere decir que hay que imponerlo de un día para el otro, pero hay que transformar este modelo de consumo y los modos de producción.