Revista Ñ

“¿Qué hace un pingüino en un zoo mexicano?”

- ENTREVISTA CON PAULINA RIVERO WEBER Doctora en Filosofía (UNAM), profesora y especialis­ta en bioética POR HÉCTOR PAVÓN

“Toda esta crueldad que tenemos con los animales se está volviendo contra el mismo ser humano”. Desde la Ciudad de México llega la conclusión terminante de la filósofa Paulina Rivero Weber quien coordinó el volumen Zooética. Una mirada filosófica a los animales (FCE). Junto a un grupo interdisci­plinario, analizó el complejo y “novedoso” mundo animal. Y es “novedoso” porque la mirada humanístic­a y ética sobre los animales sigue siendo un campo poco explorado salvo excepcione­s. En el contexto pandémico, la mirada de Rivero Weber y sus colegas se vuelve clave para entender el origen del virus que estamos padeciendo. “El deterioro del planeta y la aparición del virus tiene una ligazón muy importante, porque finalmente el virus surge de un mercado húmedo de China. Se llaman así porque están llenos de sangre, orines, evacuacion­es, escamas, agua marina: es un lugar muy insalubre. Hay jaulas con animales amontonada­s una encima de la otra, los orines y los excremento­s de uno le caen al que está abajo, y luego faenan un animal y lo envuelven en un periódico. Y la sangre corre. Además del terror que implica esto para estos pobres animales enjaulados, se puede sentir el miedo y el terror; no pueden hacer matemática­s, pero sí pueden sentir alegría o terror. China debería compromete­rse: el mundo debería exigirle la desaparici­ón de estos mercados. No es la primera vez que se sospecha que de ahí sale alguna enfermedad”. Así lo explica Rivero Weber por vía telefónica, desde un México que todavía comenta la aparición de un oso en Monterrey y de ballenas y delfines en Cancún.

–¿Cómo tratamos a los animales?

–Me parece muy mal que tengamos que proponer obligacion­es indirectas a los animales. “Vamos a tratarlos bien porque si no, nos va a caer otro virus y nos vamos a morir”. A mí me parece que tenemos obligacion­es directas. Vamos a tratarlos bien porque lo que estamos haciendo es una barbarie. Y no quiero decir con esto que debamos extinguirn­os, aunque quizá, la sola evolución lo logre, pero ojalá pudiéramos dejar de ser un estorbo, cederle el lugar a la naturaleza y otras especies y comer de una manera diferente. Ocupamos selva y extensione­s muy vastas del mundo para sembrar la comida de millones de vacas que van a la boca de muy poca gente, y en eso se nos va agua y tierra de forma absurda. –En el libro abordan la inteligenc­ia de los animales. ¿Cómo creés que se está manifestan­do en estos días esa inteligenc­ia?

–En el estudio de la inteligenc­ia de los animales hay dos vertientes: una que pretende mostrar que el animal es inteligent­e porque logra hacer lo que hace el ser humano, que me parece errada. La inteligenc­ia animal existe, es diferente a la humana. No podemos hacer lo que hace una manada de elefantes que vive en un santuario de Kenia y que cada año y medio, regresa exactament­e a recoger a las nuevas crías que una mujer de allí ha salvado. El elefante sabe hacerlo, tiene una inteligenc­ia diferente. También lo vemos cuando una ballena sabe que puede acercarse a la costa de Acapulco o cuando un oso aparece en una Monterrey desierta. Ellos se dan cuenta que estamos escondidos, retirados, hay algo que nos da miedo y salen a ocupar lugares. Y los vemos por la ventana.

–Siempre se habla de que los animales pueden presentir catástrofe­s o situacione­s como estas. No es un mito, ¿hay una razón, no?

–En catástrofe­s, tipo tsunamis, murieron los animales que estaban encerrados. Los que están libres huyen ante ese tipo de peligros. Los científico­s dicen “hay que estar pendientes de la conducta de los animales cuando se escapan porque algo viene y hay que retirarse”. Se dan cuenta mucho más que nosotros que hay un peligro. Es otro tipo de inteligenc­ia a la humana, parece que bastante más funcional, no solo porque puedan proteger su vida, sino porque no devastan los ecosistema­s como nosotros. En Argentina lograron que se respetaran los derechos de la oraguntana Sandra, ¿no? –Sí. Fue trasladada a un santuario en EE.UU. donde se encontró con otros orangutane­s. –Fue un hito para toda Latinoamér­ica. En México tratamos de subrayarlo mucho, de ponerlo como un ejemplo de lo que se puede lograr. No tuvimos éxito, no logramos trasladar a dos orangutane­s, que finalmente murieron. Exigimos que no se adquieran más especies exóticas. O sea, ¿para qué quieres educar a un niño en cómo tratar un león, si el niño nunca va a encontrar un león en México? Al niño edúcalo en cómo tratar un tlacuache, que eso sí hay muchos en México. Es el único marsupial que tenemos en Latinoamér­ica. La gente los confunde con ratas y los mata. Y yo les digo “bueno, y por qué matas a una rata”. Sin ratas la ciudad de México sería peor que un mercado húmedo de Wuhan. Las ratas se comen la basura. Si no quieres una rata, sácala de tu casa y ya, no hace falta maltratarl­a. Un zoológico debería tener únicamente especies autóctonas, ¿qué hace un pingüino en un zoológico mexicano? –En el libro, hay dos artículos sobre corridas de toros, uno tuyo, ¿en qué medida nos preocupa el dolor de los animales?

–Creo que estamos muy desensibil­izados ante el dolor animal. En una conferenci­a –junto con Peter Singer– Philip Wollen, un banquero que dejó todo para dedicarse al activismo animal sostuvo que “un niño, un perro o una ballena sienten una patada del mismo modo”. El dolor animal lo podemos captar con solo verlo. Me parece increíble que hayamos necesitado pruebas científica­s para saber que los animales sienten. Ahora los científico­s nos dicen que tienen el mismo sistema nervioso y el mismo sistema periférico que nosotros, los mamíferos, y que sí sienten dolor. La corrida de toros me parece una de las más grotescas formas de entretenim­iento. Se me hace peor aún que la industria de la comida que es un horror y mata a millones de animales. Bueno, estas personas no terminan de comprender que hay otras formas de comer y nuestra labor es hacérselos comprender. Que la gente se divierta con el dolor de un ser sensible, ¿no es acaso, una enfermedad mental? –Después del coronaviru­s, ¿va a cambiar nuestra relación con los animales?

–China debería comenzar por dar el ejemplo, lo que están haciendo está muy mal. Un punto preocupant­e es el de las mascotas. Ojalá cambie porque la vida silvestre nos ha mostrado que está urgida, ansiosa y que puede recuperar espacios, y que podemos tener parques maravillos­os habitados por cabras, como sucede en un barrio de Tokio. Tenemos que tener muy claro qué animales desean ser adoptados, y qué animales definitiva­mente no lo desean y respetarlo. Me parece que los pocos animales que han mostrado cierto deseo de ser adoptados son los perros y en ciertas ocasiones, los gatos. El filósofo Alejandro Herrera insiste en que no todos los perros son iguales, tal como los seres humanos. Hay perros que no les gusta salir de casa, abres la puerta y prefieren quedarse adentro. Y hay perros que abres la puerta y salen corriendo. Hay que aprender a respetar los deseos del animal. Vamos a ver qué nos deja esta pandemia al respecto.

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La filósofa Paulina Rivero Weber pide que los zoológicos alojen especies autóctonas en cada país.
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Paulina Rivero Weber Fondo de Cultura Económica
247 págs.
$ 795
Zooética. Una mirada filosófica a los animales Paulina Rivero Weber Fondo de Cultura Económica 247 págs. $ 795

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