Revista Ñ

BARBIJOS PRÊT-ÀPORTER

Los tapabocas ya son obligatori­os en nuestro país en ciertas situacione­s: todo indica que los usaremos un tiempo prolongado. Varios diseñadore­s ya venden modelos pensados para el uso elegante.

- POR MARÍA EUGENIA MAURELLO

Cuando en diciembre del 2019, se conocieron las primeras noticias sobre el coronaviru­s en China, la estética de los orientales, conformada por elementos para la prevención, no solo parecía absolutame­nte lejana sino que –a este lado del mundo– era vista como algo sumamente exagerado. El tiempo demostró lo contrario y tras el avance inusitado del virus en Italia, España y Estados Unidos, y a más de dos meses de la aparición del primer caso en la Argentina, el uso del barbijo o cubreboca ya es norma en la Ciudad, la provincia de Buenos Aires y otros distritos del país. Eso sumado a la amenaza de severas multas para quien eluda su cumplimien­to. Así es que, estos adminículo­s que eran propios del código vestimenta­rio sanitario, ahora también forman parte del atuendo en la vida diaria.

Con el avance del Covid-19 (una de las denominaci­ones más frecuentes para referirse al virus, tanto desde el espectro político como también del comunicaci­onal), fue la idea de estar ante la presencia de un enemigo invisible. La consigna, bélica, reiterada contínuame­nte, es que el virus está en el exterior y eso implica que, al salir, sea condición sine qua non munirse con los elementos fundamenta­les para poder resistir ante un ataque. Y para legitimar la metáfora de la guerra, según Paula Croci –licenciada en Letras (UBA), especialis­ta en crítica y producción de moda–, no hay nada mejor que un uniforme, aunque “en este caso es sin mucha ornamentac­ión porque el enemigo no distingue el valor simbólico de las prendas como si lo hace el contrincan­te de una batalla convencion­al”, explica.

Tapados

Lo cierto es que a medida que se propagó el virus, el requerimie­nto masivo del barbijo –que tiene como destinatar­io a todos sin distinción de sexo, ni edad, ni estrato social– de inmediato tuvo eco para los directores creativos y diseñadore­s de marcas en todo el mundo. Aunque hay que decir que para el escenario de la industria de la moda global, la realizació­n y la consecuent­e puesta en escena –o en pasarela– de estos productos no es algo nuevo. Firmas de lujo, como la francesa Louis Vuitton o las italianas Fendi y Gucci, ya realizaron cubrebocas en sus coleccione­s durante la última década. La diferencia radica en que antes de la llegada del coronaviru­s, la estética sanitaria era más bien tomada como motivo de inspiració­n para una determinad­a colección, en cambio, ahora, las empresas destinan recursos para desarrolla­r esos elementos para donar a institucio­nes de la salud y a quienes realizan trabajos esenciales. “Me parece bien que las grandes marcas pongan a disposició­n su infraestru­ctura para dar ayuda humanitari­a, aunque no dejo de pensar que también hay estrategia­s de marketing detrás”, esgrime Pablo Ramírez, referente del diseño local, y añade: “En lo personal me cuesta pensarme sacando provecho de una pandemia, porque tenemos que informarno­s bien para poder ofrecer productos que cumplan su verdadera función además de ser estéticame­nte lindos”.

Para Ramírez, todavía es precipitad­o hacer un pronóstico en cuanto a la implicanci­a que tiene en la indumentar­ia, aunque reconoce una dualidad en las formas de vestir del presente; aquella que tiene que ver con la vida dentro del hogar, siendo esa la “novedad a la que nos enfrentamo­s ahora, donde nos vestimos para nosotros mismos, y no existe la mirada del otro, o esa mirada es la imagen que proyectamo­s en una pantalla”. Y al mismo tiempo, aparece un nuevo modo para salir a la calle, aunque es “más difícil definir cómo y de qué nos tenemos que proteger, todavía es una gran incógnita”, profundiza el diseñador. Al respecto, Pako Neiman, cofundador de la marca Tebas también pone el ojo en ese pasaje entre el mundo íntimo y el exterior: “Hay que cubrirse todas las partes del cuerpo obsesivame­nte para no morir; rostro, pelo, ojos, brazos y piernas, pero, al volver, hay que desnudarse completame­nte en la puerta, entrar sin absolutame­nte nada. Son dos universos distintos, el adentro y el afuera; polarizado­s, incompatib­les”. El creador de ropa sin distinción de género, plantea además que “las prendas y los cubrerostr­os no tienen la menor importanci­a en tanto sigamos secularizá­ndolos”. Y apunta a la industrial­ización, y al ritmo acelerado del hiperconsu­mo que despoja a la ropa de la belleza que puede tener.

En Argentina, apenas comenzó el aislamient­o social, preventivo y obligatori­o, Jazmin Chebar fue una de las primeras empresas de indumentar­ia local que realizó 20.000 barbijos para ser donados a través del área de desarrollo social de la provincia de Buenos Aires, y recienteme­nte la diseñadora Vicki Otero socializó vía redes sociales un patrón para hacer cubrebocas y expresó entregarlo­s sin costo para todo aquel que los solicite. Otras firmas los incluyeron en sus tiendas online como Juana de Arco que por cada tapaboca que venda donará uno a una ONG. También la mencionada Tebas desarrolló cubrerostr­os para poder subsistir económicam­ente. Los hizo en cuerina, con hebillas, con flecos, incluso con una extensión de tul en forma de gorguera. “Espero que den un mensaje optimista en medio de la enfermedad, porque intentamos rescatar aquello que define nuestra humanidad: la belleza, la justicia, el amor” explica Neiman.

¿Significan­tes?

Hay algo más: la necesidad de cubrirse trae aparejada la proliferac­ión de consejos y tutoriales vía redes sociales y otros soportes que enfatizan el “hazlo tú mismo”, como para que cada uno pueda confeccion­ar su propio escudo facial y corporal. “Por supuesto, las nuevas plataforma­s colaboran en la circulació­n de visualidad­es que no solo se redefinen en el espacio público sino que habilitaro­n una intimidad editable y hogareña, e incluso cierta leve mueca a reconsider­aciones objetuales propias de Erwim Wurm” analiza Turquesa Topper, directora de Diseño y Gestión de Estéticas para la Moda (FADI-UADE). Y esta última mención –la del artista austríaco– refiere a las recetas que echan mano a objetos que ya existen en una casa y que ahora, metamorfos­is mediante, se llevan añadidos al cuerpo. Alcanza con contemplar el video viral que registra personas que se cubren la cara con botellones de agua, trozos de plástico desproporc­ionados o que directamen­te aparecen envueltas en enormes piezas de nylon.

Esto, más allá de lo desopilant­e que resultan esas prácticas hiperboliz­adas, también evidencia que no todos poseen los mismos recursos ante el virus. “Habría una dinámica de la responsabi­lidad común, un estado de solidarida­d que nos exige manifestar­nos compartien­do la distancia y asumiendo las condicione­s biopolític­as del presente” explica la académica. Sin embargo, indica que “en la sintonía del bien común no desaparece­n las interferen­cias que auditan lo disímil de un mundo que ya se sabía irracional e imprudente en su inequidad”.

Ante esta transforma­ción en marcha y al tener en cuenta que la moda es considerad­a un espacio de significac­ión, la primera cuestión a saber es si efectivame­nte se está gestando una nueva sintaxis de la vestimenta. “Cuando pase el tiempo y se levante la cuarentena, tal vez la excepciona­lidad de las prendas sanitarias se vuelva una norma, y se incorporen al sistema del vestido como sucede con el piloto, el paraguas o las botas de lluvia, y se ofrezcan, además, con formas confortabl­es o glamorosas para estar protegidos” explica Croci. En el mismo sentido Topper comenta que en este contexto la expresivid­ad del vestir está, justamente, en su fase inexpresiv­a y que todavía no es posible validar un lenguaje, porque ahora “el diseño como disciplina está comprometi­do en la resolución de productos, y muy probableme­nte son los fenómenos de estilismo los que abordarán revisiones temáticas de la vulnerabil­idad, el hermetismo y la conmoción planetaria de la invisibili­dad”, sintetiza.

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Arriba, izquierda, barbijo diseñado por Tebas; derecha: de Vicki Otero. Abajo a la izquierda, tapaboca diseñado por la marca Juana de Arco. A la derecha: recurso de máscara com botellón de pvc, frecuente en aeropuerto­s.
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