Revista Ñ

Hidra Mora

- POR HEBE UHART

Pase, Hidra Mora. ¿Hidra es el apellido?

–El nombre. Mi papá me lo puso porque es un nombre griego.

Estaba muy contenta con el nombre y de que le sirviera para emparentar­se con los griegos: iba a rendir examen de Filosofía. De Hidra resaltaban sus ojos y sus pulseras antimufa; sus ojos eran ansiosos pero confiados, como si ella hubiera adquirido una confianza que superaba cualquier experienci­a. Sus pulseras de la suerte, que en otros chicos aparecen en su mínima expresión y lucen como elegante convención juvenil, en ella lucían evidentes, eran muchas, grandes, algunas trenzadas. –¿Preparaste algo en especial?

–No, pregúnteme. Cuando me preguntan arranco mejor.

Se preparó para arrancar, corriendo una pulsera hasta el codo.

–A ver, Tales.

–Tales pensaba que todo estaba hecho de agua.

–¿Por qué?

–¿Cómo por qué?

–Daba una explicació­n.

–Bueno, él lo sentía así. Como Heráclito, que decía que todo estaba hecho de fuego.

–¿Cómo lo explicaba?

–Bueno, en ese tiempo ellos pensaban así. No existía la ciencia como ahora. –¿De qué época son?

–Bueno, la época... Eran todos presocráti­cos. Yo sabía la época... Yo para las fechas...

Dijo lo de las fechas sonriendo, como si su olvido fuera un gracioso rasgo de su persona. Recién entonces reparé en sus zapatillas: su otra ropa era corriente, aceptable, pero sus zapatillas tenían taco, un diseño complicado y abigarrado­s colores, eran unas zapatillas que irían mejorando con el tiempo y el desgaste; pero nuevas eran tan notorias que sólo podían correspond­er a un ataque de pasión de su dueña por ellas.

Entonces dijo:

–¿Era Heráclito el del cambio? Sí, porque Parménides era el del ser.

–¿Y por qué era el del cambio? –Obvio, porque todo cambia. Yo estaba cansada y no quería aplazarla; ya había aplazado al anterior. Me empecé a acordar de una canción “Cambia, todo cambia”, al principio el canto suena en tono dubitativo y después repite la frase como cerrando, concluyend­o.

–En Filosofía no hay nada obvio –le dije.

Ella contestó rápidament­e.

–Claro.

Y a mí me sonó “obvio”. Le dije: –Ahora decime algo sobre la polis griega. –Bueno, era una ciudad tan libre y de tanta enseñanza que Pericles se la mostraba a todos para que la vieran.

Empecé a imaginar a Pericles diciendo: “Venga, señor, venga señora, a ver la polis” como los que reparten anuncios de un espectácul­o o restaurant­e. Miré de nuevo a Hidra Mora: su piel era la de una persona mal alimentada durante varios años; su espalda estaba ya un poquito encogida; no tenía pechos. Imaginé la casa en que creció ella: un gran descajete. Segurament­e comían arroz para el estreñimie­nto y frutas para la diarrea; siempre habría un desorden que debía ser ordenado, pero cuando se ponía orden, este no surtía efecto; se producía un descalabro mayor. Sus ojos movedizos y su actitud decidida me hacían pensar que ella participó desde chica en la ordenación del cosmos doméstico, con resultados azarosos.

–Bueno –dije– ¿qué te interesó o te llamó la atención de todo lo que leíste?

–Descartes –dijo–. Se lo expliqué a mi mamá. Dígame ¿era soltero?

–Sí –dije.

–¿Y Tales, era soltero?

–Bueno, los datos acerca de Tales son contradict­orios... Incluso hay interpreta­ciones muy distintas de sus teorías. Ella dijo:

–Ah.

Era un “Ah” entre mustio y reticente, como si dijera: “Ya me parecía que en todo eso había unos cuantos bolazos”. Para consolarla, le dije:

–Bueno, Hidra Mora, tenés un cuatro. No estaba aliviada ni trunfante. Me dijo: –Pregúnteme más.

–No, está bien.

 ?? JUANO TESONE ?? Como la de su admirado Felisberto Hernández, la obra de Uhart es inclasific­able.
JUANO TESONE Como la de su admirado Felisberto Hernández, la obra de Uhart es inclasific­able.

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