Las leyendas y las mil vidas de un fabulador
Luis Sepúlveda (1949-2020). Víctima del coronavirus, el escritor chileno murió en España, donde residía desde hace varios años.
A Luis Sepúlveda le atraía la épica de las batallas y las utopías latinoamericanas. Ex miembro del GAP (servicio de seguridad del presidente Allende), título que le gustaba lucir, el escritor chileno que residía en Gijón era parte de la generación que militó en el sueño revolucionario en los años 70. En una de sus últimas columnas para Le Monde Diplomatique, dedicada a su esposa Carmen Yáñez, anotó: “Fueron estudiantes, mineras, sindicalistas, obreras, artesanas, actrices, guerrilleras, hasta madres y parejas en los ratos libres de la Resistencia. Porque las Mujeres de mi generación sólo respetaron los límites que superaban todas las fronteras”.
Ingresado el 29 de febrero en el Hospital
Universitario de Asturias, el autor murió producto de las complicaciones del coronavirus a los 70 años. Tras participar en el festival literario Correntes d’Escritas, celebrado en Póvoa de Varzim, en Portugal, se sintió mal y fue el primer caso diagnosticado en Asturias.
Desde la publicación de El viejo que leía novelas de amor, en 1988, Sepúlveda desplegó una obra cruzada por las leyendas, que alcanzarían incluso a su propia vida. Apegado a su memoria y atraído por las historias de viajes, así como por los personajes perdedores o en lucha contra el sistema político y económico, Sepúlveda logró una amplia audiencia de público, especialmente en Europa. Formado en los discursos anti imperialistas de los 60 y 70, Sepúlveda era autor de frases de resonancia popular: “América Latina limita al norte con el odio y no tiene más puntos cardinales”, decía.
Algunas de las historias que solía contar y que han comenzado a reproducirse en los obituarios, chocaban con la realidad. Eran parte de la leyenda que él mismo se construyó. Las historias de piratas y bandidos, las épicas revolucionarias y los relatos de exploradores estimulaban su imaginación. Esas narrativas inspiraron su obra y le otorgaron un sentido a su propia vida, que él solía definir como “la biografía de un fugitivo”.
Luis Sepúlveda tuvo mil vidas, todas cruzadas de un aire de leyenda: su historia cuenta que a los 16 años se empleó en un barco ballenero; que aprendió literatura haciendo mistelas en casa de Pablo de Rokha; que después hizo teatro con Víctor Jara y que fue guardaespaldas de Salvador Allende. Tras el golpe militar fue detenido y torturado y en el exilio vivió con los indios shuar en la Amazonia y participó en la Revolución Sandinista.
Su historia literaria mencionaba también que su primer libro obtuvo el Premio Casa de las Américas de Cuba en 1969 y que nueve años más tarde logró el Premio Rómulo Gallegos, veinte años antes que Roberto Bolaño. Los datos de la realidad, en cambio, dicen que el premio cubano de 1969 lo obtuvo Antonio Skármeta, y que en 1978 el Rómulo Gallegos no se entregó. De cualquier modo, Sepúlveda era un fabulador y en sus relatos solía fundir historia y ficción, mitos y realidad.
Sus numerosas vidas le dieron forma a su narrativa: su paso por la selva amazónica inspiró El viejo que leía novelas de amor, publicada en 1988; su viaje en el barco ballenero sería la base de Mundo del fin del mundo, y una visita a Tierra del Fuego, siguiendo los pasos de Francisco Coloane, fue la base de Patagonia Express. También incursionó en el romance policial con Diario de un killer sentimental e incluso la narrativa infantil de resonancia ecológicas con Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar.
Autor de un estilo llano y poco sofisticado, de trazos gruesos, en su obra las secuelas asociados al golpe de Estado y las violaciones a los derechos humanos fueron un tema recurrente. “Un escritor siempre está con sus fantasmas y, cuando comienza a escribir, estos, por supuesto, salen a la luz, para bien y para mal”, decía.