Revista Ñ

Dados una anciana y un carrito

Poesía. El escritor e inmunólogo checo Miroslav Holub debió blindarse contra el régimen soviético. Su estilo sobrio no deja por eso de ser deslumbran­te.

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Napoleón

Niños, cuándo nació Napoleón Bonaparte, pregunta el maestro.

Hace mil años, dicen los niños. Hace cien años, dicen los niños. El año pasado, dicen los niños. Nadie lo sabe.

Niños, qué hizo Napoleón Bonaparte, pregunta el maestro.

Ganó una guerra, dicen los niños. Perdió una guerra, dicen los niños. Nadie lo sabe.

Nuestro carnicero tenía un perro que se llamaba Napoleón, dice Frantisek.

El carnicero le pegaba y el perro murió de hambre el año pasado.

Y todos los niños sienten pena ahora por Napoleón.

Breve reflexión sobre una anciana con carrito

Dados una anciana y un carrito, es decir, el sistema de una anciana A y un carrito C,

el sistema se mueve del umbral U a la esquina E, de la esquina E a la piedra P, de la piedra P al bosque B, del bosque B al horizonte H.

El horizonte H lugar es donde termina la visión y empieza la memoria.

Sin embargo el sistema se mueve a velocidad constante v, por una vía constante, por un mundo constante y por un destino constante, reanudando su impulso y su sentido por sí mismo.

Es un sistema relativame­nte independie­nte, en los parajes de horizonte a horizonte, siempre una anciana con carrito.

Y así se forma de una vez para siempre aquella unidad geodésica, unidad de la peregrinac­ión de ida y vuelta, unidad del otoño, unidad del pan nuestro de cada día, unidad del viento y del bajo cielo, unidad del hogar en la distancia, unidad así como nosotros perdonamos, unidad del anochecer, unidad de las huellas y el polvo, unidad de la vida cumplida amén. (Trad. C. Cid Abasolo y Šárka Grauová)

Mosca

Posada en el tronco de un sauce observaba un trozo de la batalla de Crécy, rugidos, resuellos, gemidos, taconazos y caídas.

Durante la decimocuar­ta carga de la caballería francesa se apareó con un mosco ojopardo de Vadincourt.

Se frotaba las patas a los lomos de un caballo destripado, reflexiona­ndo sobre la inmortabil­idad de las moscas.

Se posó, aliviada, en la lengua azul del duque de Clairvaux.

Cuando hubo caído el silencio y sólo el susurro putrefacto rodeaba los cuerpos y un par de brazos y piernas, respingand­o, se fajaban aún bajo un haya, comenzó a poner huevos en el único ojo de Johann Uhr, armero del rey.

Y en esas la devoró un vencejo que huía de Estrées en llamas (Trad. Carlos Cid Abasolo y Šárka Grauová)

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