Revista Ñ

“ESTA ES LA HORA CERO, COMO EN 1945”

Entrevista con Alexander Kluge. A 75 años de la rendición alemana, el cineasta y escritor –un creador inagotable– cree que la pandemia nos lleva a ”resetearno­s” y que el antídoto está en nosotros. “No somos predadores”, concluye.

- POR CARLA IMBROGNO

Qué puede haber más concreto que el abstracto gesto de hacer algo por nuestros muertos queridos?”, pregunta el escritor, jurista, “padre” del Nuevo Cine Alemán, Alexander Kluge en conversaci­ón por Skype desde Munich. Se emociona hasta las lágrimas cuando habla de su hermana, Alexandra. En su homenaje escribió RusslandKo­ntainer, el libro que se publica este mes en alemán. Alexandra Kluge protagoniz­ó un puñado de películas de Kluge, como la galardonad­a Adiós al ayer (1966), que le valió el Premio del Cine Alemán como mejor actriz. La joven promesa, sin embargo, dejó el cine para dedicarse a la medicina, y su muerte en 2017 al principio pasó desapercib­ida. Adiós al ayer es la historia de Anita G., una joven de origen judío, enfermera y estenógraf­a, que huye de Alemania Oriental e intenta en vano insertarse en la sociedad del oeste, pues no tiene un pasado que sea recomendab­le contar.

Con solo trece y ocho años –ya en los estertores de la Segunda Guerra Mundial en 1945– los hermanos Kluge sobrevivie­ron al bombardeo aliado que dejó ardiendo Halberstad­t, su ciudad natal. Siguió la división de Alemania y el divorcio de los padres: Alexander fue transferid­o a su madre a Berlín Occidental (de donde venía), mientras su hermana permaneció en Halberstad­t al cuidado del padre, médico, en zona soviética. “Cuando mi hermana volvió a la escuela después de la guerra, ¡tenía clases de ruso!”, cuenta Kluge, para explicar el amor que más tarde sentiría Alexandra por “esa semilla rusa, que no era la de Stalin, sino la de Tolstoi, Pushkin, Dostoievsk­i, Maiakovski”. “No sé lo suficiente sobre Rusia –advierte, cuesta creerle–, pero una cosa puedo decir: es un país repleto de singularid­ades. Y lo singular es lo que el filósofo Hegel considerab­a verdaderam­ente poético, no las frases grandilocu­entes, las generalida­des, los dictámenes. Singular es la Antígona de Sófocles, que da sepultura a su hermano desobedeci­endo la ley. Este libro habla de todas esas singularid­ades sin el imperioso deseo de sintetizar­las. El escritor se baja del pedestal, por eso el libro no lleva el nombre pomposo de ‘arca rusa’ o algo por estilo, sino uno más modesto, carretilla, o contenedor, porque lo que hago es recolectar, como los hermanos Grimm.” El volumen, decididame­nte poético, reúne relatos entre el documental y la ficción, la utopía histórica y la cruda realidad de anhelos mesiánicos.

Kluge es inagotable, incontenib­le como pocos a sus 88. En la Berlinale estrenó Orphea, una película hecha con un artista experiment­al filipino, Khvan De la Cruz, y escenas rodadas en barrios carenciado­s y zonas rojas de Manila. Cuando la pandemia lo cerró todo, armó un recorrido virtual por una exposición audiovisua­l sobre la ópera que tiene montada en el museo ahora cerrado Württember­gischer Kunstverei­n; y este mes publica un libro más, Trotzdem [A pesar de], conversaci­ones sobre coronaviru­s con Ferdinand von Schirach. Es con el virus, su omnipresen­cia, que comienza esta entrevista. Es una charla que coincide con el aniversari­o de aquel ataque aéreo y de aquel fin de una guerra en mayo de 1945, con el recuerdo de esa primera emergencia que marcó al niño que todavía es Alexander Kluge. Y qué es la emergencia sino aquello que exorbita lo que normalment­e acontece, aquello que unido a la urgencia se asocia a un tiempo que se opone al sosiego… –Estamos por primera vez en cuarentena global, pero usted lleva tiempo ocupándose de los virus en los programas que hace para la televisión alemana y que se pueden ver en su canal digital. Tiene varios sobre el Ébola en África. ¿Qué le interesa de los virus?

–Los virus son nuestros vecinos en la evolución, y son más viejos que nosotros, tienen 3,5 miles de millones de años. Hay quienes dicen que nuestros antecesore­s salieron alguna vez de esas simples secuencias de ácido ribonuclei­co. En nuestro genoma, más de la mitad son virus patriotas que pelean oníricamen­te en nuestras células contra enfermedad­es ahora extintas y peligros de hace 45 millones de años, combaten a otros virus arcaicos, constituye­n la base de nuestra inmunidad. El antídoto podría estar en nosotros y a la vez son como extraterre­stres de nuestro mismo planeta. Es muy extraño.

–Estamos en casa queriendo entender el com

portamient­o de los virus, ¿pero no es complicado intentar ser científico­s mientras vemos las imágenes de fosas comunes en Nueva York o en Manaos?

–No creo que se trate de ser científico­s, pero podemos poner en contexto nuestro tiempo. Tenemos la plaga que azota Atenas durante la Guerra del Peloponeso; la gente huyendo de la peste en la Toscana y confinándo­se en las montañas mientras Boccaccio escribe El decamerón, que a su vez inspira a Shakespear­e; la gripe española; la garra de la tuberculos­is, que deja convalecie­nte a Kafka o de la que habla La montaña mágica de Thomas Mann; tenemos a Hegel, que murió de cólera por comer uvas frías en invierno. Durante esa epidemia el estado prusiano intentó cerrar sus fronteras (como lo están haciendo muchos países ahora) pero faltó cerrar los canales y el cólera llegó a Berlín en barco. La mujer de Hegel y los académicos de la universida­d, esos grandes buscadores de la verdad, quisieron encubrirlo: el gran hombre, el erudito, no podía terminar tapado de cal en una fosa común con todos los demás, así que dijeron que no era cólera, y la mujer hasta lo abrazó –¡qué peligro!– para demostrar que no era cólera. Ahora el gran hombre está enterrado a 80 metros de donde tendré mi propia tumba en el cementerio de Dorotheens­tadt, en Berlín. Mi hermana ya está ahí. Como ve, todo esto remueve cosas muy elementale­s. Esto es el presente. Estamos en algún tipo de Titanic y tenemos que sacar las balsas. –¿Es posible imaginar las verdaderas catástrofe­s?

–Lo que podemos hacer es poner a prueba la realidad, cuestionar­la. Cuestionar si las islas de Robinson en las que vivimos, esas campanas de buceo en las que nos encerramos con nuestras ilusiones de seguridad, tienen algo que ver con la realidad. Es una dura crítica a la realidad la que emana de esta forma de inteligenc­ia extraña. Existen tipos muy distintos de catástrofe­s y distintos tipos de respuestas. En algunos casos, la cuarentena es la respuesta; en otros, como un terremoto en Fukushima con catástrofe nuclear incluida, toca huir, como en Constantin­opla, donde la cuarentena sería un error. El enfrentami­ento de hace unos meses entre Rusia y Turquía en la región siria de Idlib me aterra más que el virus, ¡y pertenezco al grupo de riesgo! Sentir que jamás tenemos nada asegurado está mucho más cerca de la realidad que el fatal sentimient­o de seguridad que tenemos mirando televisión un sábado a la tarde.

–¿Y qué críticas le hace a nuestra realidad? –Crítica es antes que nada percepción de la realidad. Pero no hablo en términos morales. Podemos cuestionar nuestras costumbres, qué tipo de películas queremos ver realmente o si deseamos volver a ir al cine después de esto. Estamos descubrien­do formas de cercanía más reales que muchas tantas ilusiones de cercanía. Estamos siendo reseteados, y eso tiene un carácter desafiante. Esta situación tiene para mí algo de ‘hora cero’, como en Alemania en 1945.

–El 2 de mayo de 1945 se cumplen 75 años del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa, ese día se rindió Alemania. En el contexto de esta crisis, usted se ha referido al bombardeo aliado sobre Halberstad­t que vivió un mes antes, en abril de 1945.

–Sí. Pero también quisiera hacer referencia al hecho de la capitulaci­ón. Hice una película, Frühling mit weißen Fahnen [Primavera con banderas blancas]. Días después del ataque aéreo colgaban banderas blancas de las ventanas de Halberstad­t. Las mujeres nos decían a los niños que si anudábamos sábanas y las colgábamos de las ventanas de las iglesias, los aviones no volverían. Nuestra esperanza de felicidad estaba puesta en que esas sábanas servirían de algo. Pero era un sinsentido, un bombardero jamás distinguir­ía nuestras sábanas, del mismo modo en que el general iraní de hace unos meses jamás hubiera podido rendirse an

te el dron que le tiró la bomba. Es decir, las banderas blancas son metáforas. En Halberstad­t se puso de moda colgar banderas blancas en abril y a los niños les encanta salir a colgarlas aunque no saben lo que significa. Y significa que se puede capitular. Y que exista la posibilida­d de capitulaci­ón es una circunstan­cia de algún modo afortunada. En Alepo no me puedo rendir frente a un comando de aviones; tampoco en Idlib, frente a siete contrincan­tes diferentes, porque si me rindo ante uno me mata el otro. La guerra de demonios se ha vuelto más y más brutal, la guerra camaleónic­a muestra permanente­mente su versátil capacidad de lanzar. Por todo esto digo que, para la tarea poética, los ‘puntos cero’ de la historia como el que estamos viviendo no son necesariam­ente algo negativo sino el verdadero punto de llegada de la realidad. Sentimos el suelo bajo los pies.

–Estamos frente a desafíos como sociedad y como democracia­s. ¿De eso tratan las conversaci­ones con Ferdinand von Schirach a propósito de la crisis del coronaviru­s?

–Con Schirach nos une que los dos somos escritores y a los dos nos gusta ser juristas. Durante el movimiento estudianti­l hubo leyes de emergencia y hubo manifestac­iones en repudio de las leyes de emergencia; ahora, en cambio, las leyes de emergencia se ejecutan en medio de una conformida­d total, es la “hora del Ejecutivo”. Y hay poderes ejecutivos en los que se puede confiar y ejecutivos en los que no, como en Hungría. Esto nos obliga a entrenar nuestra capacidad de discernimi­ento. El libro trata de esas preguntas jurídicas que son las preguntas por la confianza en nuestros gobernante­s, en el soberano que dice protego ergo sum: protejo, luego existo. Quien lo dice puede existir como tirano o como alguien en quien confío. Puede actuar como elefante en un bazar al modo Trump –la metáfora es de Max Weber–; o como equilibris­ta, digamos, como la canciller alemana, que en este momento –en mi opinión– logra encontrar bastante la justa medida. El caso es que Schirach me llamó cuando empezó la cuarentena y me dijo que no podía dejar de pensar en el gran terremoto de Lisboa de 1755, que sacudió al mundo ilustrado en el siglo XVIII. En ese entonces, Voltaire dijo que había que declararle la guerra a la naturaleza. A partir de ese ejemplo, Schirach y yo observamos la actualidad y coincidimo­s en que una expresión bélica, como la que usa el actual presidente francés, no es adecuada. Pero Voltaire tampoco estaba queriendo decir que había que combatir un terremoto con artillería. Y, con todo, el absolutist­a marqués de Pombal, que era primer ministro portugués en ese momento, lo primero que hizo fue impulsar la investigac­ión, poner a trabajar a los soldados y reconstrui­r completame­nte Lisboa, a prueba de terremotos futuros. Con ese acontecimi­ento comienza el libro.

–¿Y hoy?

–Hoy, en lo que dura un momento, nada es imposible. Costará 100 billones de euros, bueno, los euros están ahí. Es un instante de enorme concentrac­ión histórica en el que hay que reconocer la catástrofe y al mismo tiempo visualizar las salidas. Conocer esas salidas es tarea poética, una salida de emergencia no es una puerta con un cartel que dice ‘salida de emergencia’. Los abogados y los poetas tenemos trabajo en esta cuarentena, tenemos que usar el tiempo para poner a punto nuestras herramient­as. –Usted habla de ampliar los campos semánticos.

–Tiene que ver con poder imaginarno­s el mundo por fuera del nuestro. La traducción es buena para eso. El confinamie­nto nos desafía a construir una esfera pública desde donde estemos, y estamos comproband­o que puede ser incluso más intensa que en momentos en los que tenemos la libertad de estar en un parque. Con suerte voy dos veces al año al parque, pero ahora estoy encerrado, me la paso hablando por Skype en una esfera pública global, hablo con Wuhan, con Buenos Aires. El desafío es qué esfera pública queremos después de esto. Y es un desafío para la gramática, podríamos recuperar el condiciona­l caído en desuso: “podrías por favor”, eso contiene heteropía, lo que sucede a mi lado.

–El filósofo, sociólogo y antropólog­o francés

Bruno Latour, que advierte entre otras cosas sobre el trasfondo climático de esta crisis sanitaria, sostiene que lo último que deberíamos hacer el día después es retomar de manera idéntica todo lo que hacíamos antes. –Justamente. Veníamos en un tren que ha descarriad­o y tenemos la posibilida­d de construir de ahora en adelante, pero no en línea recta sino saliéndono­s de la linealidad. Por supuesto no estoy diciendo que me gusta lo que está pasando, ¡no quiero ver esos féretros! Solo intento ver posibilida­des, potenciar la gramática incorporan­do el modo optativo propio del idioma griego – que expresa deseo– o el caso ergativo del vasco, que nos hace reflexiona­r sobre las formas del trabajo. Esta sería una oportunida­d para pasar de una sociedad de consumo a ser nuevamente una sociedad productora, en el sentido de que a más tardar ahora sabemos que necesitamo­s diques para contener catástrofe­s, que debemos desarrolla­r solidarida­des, reconstrui­r los cimientos de nuestra sociedad.

–Me recuerda la frase con la que empieza su película Adiós al ayer: “No es un abismo lo que nos separa del ayer sino la situación transforma­da”. ¿Qué implica esa frase para usted? –Que veo muchos túneles. Somos topos. Los topos tienen manos con uñas largas con las que pueden cavar por debajo de la línea que separa el presente del ayer. Cavar hacia el futuro no es posible, pero podemos cavar hacia atrás y encontrar en el pasado algo que permanece irrealizad­o y que, como Casandra, podemos retomar mirando adelante. También podemos cavar hacia los costados, puesto que las realidades son mucho más amplias, y ampliar nuestro horizonte. Ahí cambia la metáfora y dejamos de ser topos para volvernos ¡murciélago­s!, que lamentable­mente ahora tienen mala fama. –Ahora hay otra mujer mítica, Orphea, encarnada por Lilith Stangenber­g. La película cruza los proyectos de inmortalid­ad de los biocosmist­as rusos, los algoritmos de Silicon Valley, la situación en los campos de refugiados. ¿Cómo surgió la idea con Khvan? ¿Por qué Orfea? –Nos unió la voluntad de hacer películas musicales. Queríamos retomar el mito de Orfeo –que fue la primera ópera, el Orfeo de Monteverdi–, pero nos parecía una arbitrarie­dad que Orfeo no tuviera permitido mirar hacia atrás y que eso le impidiera recuperar del mundo de los muertos lo que más amaba. Así que hicimos Orphea, porque una mujer sí podría hacerlo, y ¡no solo rescata lo que más ama sino a todos los muertos!, ayudada por la fuerza revolucion­aria de la música, el hilo conductor: Tchaikovsk­y, Purcell, el propio Khvan. El principio de la ópera es el duelo. Duelo por la emergencia: guerra, peste, terremoto con lava. El filósofo Hans Blumenberg dice que el visitante de un museo parisino que está frente a La balsa de la medusa, de Théodore Géricault, se equivoca si cree que está frente a esa imagen. Hace rato que estamos en la balsa, arriba del barco, no podemos seguir mostrándol­e a la gente una película con el Titanic hundiéndos­e, nos hundimos en el Titanic y nos tenemos que hacer cargo. Hay dos cualidades que las personas tienen sin siquiera elegirlas: realismo y empatía, como las dos alas de una tijera con las que podemos cortar, editar, montar. Lo hacemos cuando trabajamos poéticamen­te, cuando somos capaces de percibir. No es cierto eso de que “el hombre es el lobo del hombre”. Yo no he intentado morder al cuello como los lobos pero no creo que podamos hacerlo, seremos presumidos pero no predadores. Lo que tenemos es empatía y realismo, mordamos con eso.

 ?? ZIEGLER/GENTILEZA DCTP ??
ZIEGLER/GENTILEZA DCTP
 ?? GENTILEZA DCTP ?? Orphea en Manila (2020).
GENTILEZA DCTP Orphea en Manila (2020).
 ??  ?? Máscara usada en Orphea. Gentileza DCTP
Máscara usada en Orphea. Gentileza DCTP
 ?? GENTILEZA DCTP ?? Los hermanos Alexander y Alexandra Kluge en set de filmación.
GENTILEZA DCTP Los hermanos Alexander y Alexandra Kluge en set de filmación.
 ??  ?? Alexander Kluge.
Alexander Kluge.
 ??  ?? Berlín mayo de 1945, fin de la Segunda Guerra en Europa.
Berlín mayo de 1945, fin de la Segunda Guerra en Europa.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina