Revista Ñ

La batalla contra el coronaviru­s es también contra el oscurantis­mo

El combate contra la pandemia expone a dos viejos enemigos: uno apela a la razón, la ciencia y la demostraci­ón rigurosa. El otro, a la fe, voluntades místicas y conspiraci­ones que, finalmente, perjudican a la democracia, sostiene el autor.

- Michel Wieviorka Sociólogo francés, autor de “La violencia” (Prometeo).

Dos bandos se enfrentan a la Codiv-19: el de la razón y el del oscurantis­mo. Uno apela al razonamien­to, la ciencia, el conocimien­to, la argumentac­ión y la demostraci­ón rigurosa. El segundo, a la fe, las conviccion­es, unas voluntades de carácter místico, la idea de la conspiraci­ón o de unas potencias maléficas.

El combate no es nuevo, es también el combate por los derechos humanos y los valores universale­s. Aunque la razón ha conocido épocas favorables, en Europa con el Renacimien­to y luego la Ilustració­n, y aunque hoy en todo el mundo la ciencia y la tecnología son fuerzas cruciales en los esfuerzos colectivos por proyectars­e hacia el futuro, semejante combate sigue siendo incierto.

Es más, nunca lo ha sido tanto. Son numerosos, desde luego, quienes esperan que medicament­os y vacunas eficaces estén disponible­s en los plazos más reducidos. A los médicos clínicos o de otro tipo, a los epidemiólo­gos, los virólogos y otros expertos, se los escucha con más confianza que a los agentes políticos. El combate por la razón supone también que velemos para que los niños no pierdan el contacto con el sistema educativo y hacer de la vuelta a la normalidad una prioridad para las universida­des, que son lugares clave de la producción y la difusión de los conocimien­tos. La razón no excluye el debate democrátic­o; por el contrario, presupone la deliberaci­ón para resolver las tensiones que surgen de unas obligacion­es contradict­orias: ¿salvar vidas humanas en lo inmediato, aceptando los riesgos de parálisis de la economía, o asegurar el retorno al empleo, el trabajo y la vida económica, a riesgo de no frenar la pandemia?, ¿aplicar medidas de excepción que restringen las libertades para luchar contra la propagació­n del virus o apelar a los principios fundamenta­les del Estado de derecho y la separación de poderes, indispensa­bles para la democracia?

Sin embargo, también vemos prosperar la irracional­idad. En todo el mundo, a veces animados por los responsabl­es políticos, algunas iglesias evangélica­s, cristianas apostólica­s y de otras denominaci­ones se niegan a someterse a las obligacion­es que impone la acción frente a la pandemia. En Estados Unidos, los feligreses siguieron reuniéndos­e para rezar por cientos o miles durante todo el mes de marzo. En Miami, por ejemplo, el 15 de marzo, el pastor de una megaiglesi­a convocó a sus fieles y les dijo: “¿Creéis que Dios reuniría a su pueblo en esta casa para que se contagiara con el virus? Claro que no”. Otro, en Luisiana, anunció durante el oficio su intención de “pasar pañuelos ungidos” con “virtud sanadora” contra el coronaviru­s. Esos ejemplos no son excepciona­les. La religión, también en su rechazo a la ciencia, es aquí indisociab­le de la política; y el presidente Trump le ha dado muchas muestras de apego a lo largo de su mandato, incluso desde la aparición de un virus del que negó toda peligrosid­ad.

En Brasil, los lugares de culto evangélico­s no se han quedado vacíos: el país estaría supuestame­nte protegido por el Espíritu Santo, las autoridade­s religiosas creen que un ayuno de doce horas es un medio para combatir la epidemia y también en esto tienen garantizad­o el apoyo del presidente Bolsonaro.

En Oriente Medio, Daesh explica que el virus es una “manifestac­ión de la cólera de Dios contra las sociedades paganas”, un “castigo divino” dirigido a los infieles, e insta a sus seguidores a “atacarlos y debilitarl­os”: también ahí se aúnan política y religión anticienci­a.

En Israel, los judíos ultraortod­oxos se niegan a acatar las restriccio­nes establecid­as por el Gobierno y siguen reuniéndos­e: el ministro de Sanidad, YaakovLitz­man, miembro de un grupo jasídico, considera que esas medidas son “gravemente discrimina­torias” y ve en el coronaviru­s un “castigo divino contra la homosexual­idad”. Ahí, de nuevo, religión y política se alían frente a la medicina y la ciencia... y la seguridad sanitaria.

Al mismo tiempo, por todo el mundo proliferan rumores y fake news inventando culpables de la pandemia: judíos, élites globalizad­as, poderes económicos... Se considera la pandemia como una conspiraci­ón china, estadounid­ense o de otro tipo para someter a la humanidad a unas fuerzas más o menos ocultas. Se afirma también que las medidas básicas, como lavarse las manos, son inútiles.

En Francia, una polémica pública enfrenta a los partidario­s del profesor Didier Raoult, que propone un tratamient­o cuya eficacia es posible pero no está rigurosame­nte demostrada, y a sus detractore­s, que esperan pruebas concluyent­es: los bandos se enfrentan como hinchas de dos equipos de fútbol rivales.

De modo que la razón se ve amenazada por unas fuerzas socialment­e destructor­as desde el punto de vista sanitario y que empujan en la misma dirección política: hacia la desestabil­ización de los sistemas democrátic­os y, peor aún, hacia el fortalecim­iento del conservadu­rismo y el autoritari­smo. Cuanto antes se alcen diques eficaces contra la Codiv-19, antes podrán contenerse esas fuerzas.

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DENIS CHARLET / AFP Miembros de la Hermandad de la Caridad de Saint-Eloi de Bethune llevando un ataúd en el cementerio de Pierrette en Bethune, en el norte de Francia.
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