¿Dónde está el centro del arte mundial?
Hace casi veinte años, Andrea Giunta publicaba Vanguardia, internacionalismo y política (Arte argentino en los años sesenta), obra que hoy ya es una referencia obligada sobre la historia del arte local. Aquel libro presenta dos rasgos que todavía pueden reconocerse en Contra el canon, su nuevo libro. El primero es la fascinación con los años 60, como fuente de sentido para lo que sucede después en el mundo del arte y también para entender los tiempos previos. “Volvemos sobre los 60 –se lee aquí– sin que nunca disminuya nuestra sorpresa”. El segundo rasgo es el carácter estructurador adjudicado a la narrativa moderna que la obra posterior de Giunta ha buscado indagar, revisar, reformular para componer, en tensión con ella, relatos alternativos y nuevas configuraciones.
Con una perspectiva latinoamericana y ya no solamente nacional, en la última década, Giunta se ha dedicado cada vez más a descubrir las exclusiones y los márgenes de la historia del arte. Su revisión y cuestionamiento del canon se expresa en libros y artículos críticos pero también en la curaduría de muestras y en el activismo político. Feminismo y arte latinoamericano (Historias de artistas que emanciparon el cuerpo), que publicó en 2018, dialoga con la muestra Radical Women (curada con Cecilia Fajardo-Hill), sobre artistas latinoamericanas, y con su militancia en el colectivo feminista “Asamblea Permanente de Trabajadoras del Arte Nosotras proponemos”. Contra el canon entra en simbiosis con dos muestras que ella organizó: la de León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta en el 2000, y Verboamérica, realizada en el Malba en 2018 en colaboración con Agustín Pérez Rubio. La de León Ferrari desató las furias del entonces Cardenal Bergoglio porque puso en escena uno de los núcleos de este nuevo libro: cómo negociar con las instituciones un espacio crítico para el arte. Verboamérica, porque escapaba al ordenamiento cronológico de la historia y se proponía pensar las imágenes latinoamericanas con independencia de ciertas narrativas consideradas hegemónica, en particular las vanguardias europeas que serían el paradigma frente al cual los intentos vanguardistas periféricos resultarían pálidos o acomplejados. Para salir de la “genealogía de los estilos europeos” y abordar las vanguardias latinoamericanas, propone el concepto de vanguardias simultáneas, que está en la base de una búsqueda de imágenes y artistas que trastocan la relación presente-pasado, imágenes-cuadros, arte-alta cultura, centro-periferia, y que, en ese gesto, produce otros sujetos y otros discursos.
Contra el canon enfrenta entonces la narrativa dominante de la historia del arte atacando su diseño centrífugo que tiene eje primero en París y después en Nueva York. Es en este diseño donde los movimientos de la llamada periferia (concepto del que Giunta se distancia) son considerados reproducciones, imitaciones o ecos de lo que sucedía en las metrópolis. En disidencia con esta perspectiva, Contra el canon participa de una reflexión profunda de lo que el crítico Paulo Herkenhoff denominó “Ley de Lygia Pape”, en referencia a la artista brasileña. En Mujeres del presente, Herkenhoff muestra cómo, en los 60, Pape precedió al estadounidense Frank Stella en experiencias minimalistas, sin que eso tuviera consecuencias en el relato hegemónico; por el contrario, exime a artistas y a críticos de las metrópolis a desconocer todo una parte de la historia del arte de su tiempo. ¿Cómo actuar ante esta negación u omisión?
No se trata, sostiene Giunta, de adjetivar una narrativa que “recurre a universales normativos para dar comprensión” con atributos que paradójicamente lo reafirman (por ejemplo, el conceptualismo periférico), sino de desmontar los fundamentos de esos falsos universales. Del mismo modo que en Arte y feminismo no se trataba de sumar mujeres sino de desmontar la lógica patriarcal del mundo del arte. Como hizo con América Latina Torres García en su famoso mapa, Giunta pone el relato hegemónico patas para arriba: “Incluso podríamos sostener –escribe– que la propia Europa se encontraba en una situación ‘derivativa’ o ‘periférica’ respecto de las vanguardias de los años veinte y treinta”. En su libro, Giunta lleva a cabo esta tarea con ensayos sobre las pinturas abstractas de la artista nacida en India Nasreen Mohamedi y sus resonancias con América Latina, el “indigenismo abstracto”, la solidaridad de Joan Miró con el Chile de Salvador Allende y el Museo de la Solidaridad, la relación entre la Ramona de Berni y el film Vivir su vida, de Jean Luc Godard, el pueblo y el happening global en los 60 y la teoría del complot para entender las relaciones entre artistas e instituciones. No construye un árbol cuyas raíces y troncos se encuentran en Europa, sino un mapa de simultaneidades, con cruces sorprendentes y prácticas situadas.
En un momento de Contra el canon, la autora se encuentra frente a una pintura abstracta: “Ante ella soy una extranjera. La recorro varias veces para encontrar rasgos específicos que en principio no encuentro”. En esta extranjería, como crítica y curadora, como historiadora que reafirma su mirada feminista, como latinoamericana que no se acobarda frente a lo universal, Giunta encuentra una respuesta que es, ante todo, la manifestación de una sensibilidad: “la abs tracción deja de ser evolución para ser tejido; deja de ansiar la idea perfecta y superadora para detenerse en la repetición, una noción contraria a la originalidad que señala el modelo evolutivo de la modernidad”. No hay originalidad sino invención y el trabajo de la crítica es ponerla en escena en un mundo que hace mucho, aunque no lo hayamos sabido, está descentrado o, parafraseando a un dramaturgo de la metrópolis, está “out of joint”.