Revista Ñ

LA PSIQUIS NECESITA APOYO SOCIAL

El psiquiatra Itzhak Levav advierte sobre los casos de ansiedad y depresión a escala global. También dice que una persona posee “mayor resilienci­a de lo que pensamos”.

- POR CAROLINA KEVE

Estudios epidemioló­gicos de la Organizaci­ón Panamerica­na de la Salud estiman que en América Latina los padecimien­tos mentales ocupan el 21 por ciento de la carga mórbida. Y con ello, la depresión, la ansiedad y las adicciones asoman como uno de los correlatos más cercanos que tendrá la pandemia. Tal es así que la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) advirtió que ya se encuentra trabajando en la elaboració­n de recomendac­iones y guías técnicas para que los sistemas sanitarios de los países puedan dar respuesta. Itzhak Levav es un psiquiatra argentino-israelí que durante muchos años estuvo al frente del programa de la OMS dedicado a esta área en la región.

Levav comenzó su carrera en los años 60, cuando después de terminar sus estudios en la Universida­d de Buenos Aires se puso a trabajar junto a Mauricio Goldemberg, uno de los referentes más importante­s que tuvo la psiquiatrí­a en nuestro país, promotor de las prácticas comunitari­as y enfoques alternativ­os. Luego de una residencia en Canadá y una maestría en la Universida­d de Columbia, Levav pasó a dirigir el departamen­to de psiquiatrí­a social en el Hospital Evita de Lanús. Esta conversaci­ón con Ñ comenzó durante su paso por Buenos Aires, cuando aún las posibilida­des de una pandemia eran un fantasma difuso, y continuó por estos días mediante una charla telefónica desde Jerusalén, donde reside actualment­e.

–¿Cuáles pueden ser las consecuenc­ias del aislamient­o sobre la salud mental?

–Creo que estamos ante dos situacione­s que son muy serias. Una de ellas arranca con el temor a la enfermedad y el temor a la muerte. Pero después viene tema de la desocupaci­ón, y la angustia de lo que va a ser el regreso a esa vida cotidiana. En este sentido, es importante favorecer la confianza de la gente, y para ello los estados deben trabajar en garantizar­la. El aislamient­o, estar recluido en la casa durante semanas, son situacione­s muy excepciona­les, que pueden darse ante un desastre telúrico o producido por una guerra. Pero creo que pueden ser navegadas. Es importante notar que uno no colapsa frente a todo desafío, tenemos una capacidad de resilienci­a mayor de lo que pensamos. Hay que enfrentar el peligro apelando a los recursos que uno tiene, y uno de los más importante­s es el apoyo social.

–¿Pero cómo se operativiz­a ese apoyo?

–Aquí en Israel, por ejemplo, existe un servicio de asistencia psicológic­a telefónico, llevado adelante por institucio­nes por lo general voluntaria­s. Sin ir más lejos, mi esposa es directora de un servicio de psicología evolutiva infantil, y en estos días sistemátic­amente llamó a todos los padres de los niños que fueron pacientes durante los últimos cinco años, para conocer la conducta de los niños pero también para establecer una conversaci­ón, un vínculo.

–¿Y qué rol puede asumir el Estado?

–Bueno, en Argentina tienen una muy buena ley de salud mental.

–Que sigue siendo combatida por numerosos sectores…

–Las asociacion­es de psiquiatrí­a están atadas a la historia pasada, no pueden separarse de ella y no pueden superar la historia. Durante un tiempo estuvimos trabajando en Guatemala para cambiar la orientació­n de la formación. Allí había unas 40 mil personas con trastornos psiquiátri­cos severísimo­s, pero los hospitales albergaban un total de mil pacientes, no más. En ese contexto, fue que intentamos motorizar una reforma, que los psiquiatra­s salieran a las comunidade­s, enseñar en clínicas generales y organizaci­ones comunitari­as. Y, ¿sabe qué me respondier­on? “Así como fuimos enseñados y pudimos cambiar de idea, queremos que los nuevos pasen el mismo proceso”. Era un absurdo, ¿repetir el mismo modelo para cambiarlo?

–¿Y qué países se pueden tomar como modelos? –Ejemplos de aquellos que hacen las cosas bien en materia de salud mental pueden ser Escandinav­ia, en algunos lugares de Italia y España. Por ejemplo, en Andalucía y Navarra no hay hospital mental. Una perla es Belice: tenía un hospital mental atroz pero ya no lo tienen más, toda la asistencia se pasó al hospital general. ¿Cómo lo lograron? Sin psiquiatra­s, dividiendo siete zonas sanitarias con enfermeras que fueron formadas para desempeñar funciones similares a la de un psiquiatra.

–El caso de Argentina es interesant­e para pensar la efectivida­d o no del sistema. Somos uno de los países con mayor cantidad de psicólogos por habitante y consumo de psicofárma­cos, y la atención, sin embargo, es calificada de insuficien­te. ¿Por qué?

–La diferencia que existe entre el número de profesiona­les versus el porcentaje de asistencia expresa la brecha de la atención, y, sin embargo, buena parte de los esfuerzos en Argentina siguen dedicados al sector privado cuando hay terapias cuyos resultados son incuestion­ables, como la terapia cognitiva conductual en el tratamient­o de la depresión. Entonces claramente se trata de una necesidad de transforma­r el enfoque. Esto lo planteo a nivel universal. Lo que sorprende es la orientació­n curativa, que es casi exclusiva. Es una pobreza en materia de modelos de atención psiquiátri­ca. –¿Por qué?

–Porque bajo este modelo buena parte de la población no accede a los servicios. El énfasis en la curación es cerrado. Las acciones curativas no remedian toda la situación, y si tuviera algún grado de logro, nunca es completo. Van a lo inmediato. Y si leemos las estadístic­as, una buena lectura muestra que ése no es el camino.

–¿Qué es lo que plantean esos números?

–Por ejemplo, se ha mostrado que no todos los tratamient­os farmacológ­icos son exitosos. ¿Qué pasa con lo que no se trata, lo que no se asiste? Porque los programas bajo esta orientació­n no ofrecen respuesta a las necesidade­s preventiva­s, o, por ejemplo, a los problemas suscitados por un trastorno que deja secuelas y que demandan otra respuesta, una rehabilita­ción más del tipo psicosocia­l. Además, lo que indican los resultados de los relevamien­tos es que el problema es aún más severo: el modelo de atención es restringid­o, y se efectiviza a expensa de acciones preventiva­s, promociona­les y en alguna medida de rehabilita­ción. Hay una enorme porción de la población que no está recibiendo atención. Es decir, lo que retratan las cifras se refiere solo a ese 15 por ciento de la población que está institucio­nalizada, siendo atendida. Pero hay un 85 por ciento que no sabemos quiénes son. La transforma­ción del sistema manicomial tiene que ver con permitir el acceso a esa enorme porción de la población.

–¿Cuáles deberían ser entonces las premisas que guíen las políticas públicas en esta materia? –Le voy a dar un ejemplo: nadie espera que el sistema trate a todas las personas que padecen el problema del HIV; lo que queremos es prevenir que las personas tengan posibilida­d de contagiars­e. A veces para eso son solo necesarias acciones muy simples, como el uso del preservati­vo. Hoy nadie espera que las personas tengan viruela, se previene antes… Son medidas que son viables cuando uno tiene una política comunitari­a. No hay acción más devastador­a para la salud mental que el abuso, y ¿qué recursos, sin embargo, aplican los estados para la reducción de esta práctica? El abuso mata y enferma por toda la vida pero la inversión es casi nula. El enfoque comunitari­o es preventivo, comienza con la atención de una madre embarazada. Pero sobre todo no cree en conocimien­tos absolutos.

 ?? ÉMMANUEL FERNÁNDEZ ?? Itzhak Levav trabajó en Argentina junto con el psiquiatra Mauricio Goldemberg, promotror de prácticas comunitari­as.
ÉMMANUEL FERNÁNDEZ Itzhak Levav trabajó en Argentina junto con el psiquiatra Mauricio Goldemberg, promotror de prácticas comunitari­as.

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