Revista Ñ

Un viejo lituano y una tormenta nocturna

Narrativa. Hacer de una anécdota un acontecimi­ento y de un chisme una crítica social, es lo que consigue Pinchus.

- POR EMILIO JURADO NAÓN

En Pinchus rige el principio de horror al vacío. Una primera hojeada al libro lo confirma tanto a nivel del texto (fanático de la dilatación a base de oraciones subordinad­as sinuosas y largas acotacione­s), como al nivel de la trama. Y, dato inusual, también en el diseño, ya que el texto ocupa toda la caja, con márgenes estrechos y sin derrochar espacio en sangrías ni renglones en blanco al comienzo de los capítulos. La solapa también es profusa e inusual, y da cuenta de una biobibliog­rafía proletaria del autor, Rolando A. Pérez: trabajador, viajero y “negro literario” que estrena, en Pinchus, su firma de autor e inicia una tetralogía novelesca.

“No está” es la primera oración del primer capítulo de la primera novela de Pérez, y la inesperada desaparici­ón en la Unidad Coronaria del viejo lituano que da nombre a la novela desencaden­a el farragoso discurso interior de un enfermero. Estudiante de Filosofía y Letras que, a principios de los noventa y en un hospital de Balvanera, anota en una libreta Norte las historias que le cuentan sus pacientes con “la esperanza de poder reunir de algún modo un archivo, un conjunto de relatos únicos y originales”.

La ausencia de Pinchus, que resuena a lo largo de todo el texto, es total, y no se recuperará nunca su presencia; así como resultan irrecupera­bles, para el narrador, las notas del relato que el viejo lituano le había hecho el día anterior y que, a causa de una tormenta nocturna colada por la ventana en una distracció­n, se arruinaron por completo. A falta de la escritura como prótesis de la memoria, Pinchus,

el libro, se inunda de relatos orales: las historias del santoral popular, cuentos de aparecidos, leyendas folclórica­s y mitos clásicos interrumpe­n, en la voz de personajes secundario­s, la jornada del enfermero, que actúa como esponja del habla de una época.

Con lógica paranoide (Pinchus y Pynchon, por momentos, se acercan) el relato avanza sin pausa y asocia elementos que llevan a desencaden­ar un día normal de trabajo en el desastre absoluto: víctima de un malentendi­do y de la concupisce­ncia mafiosa entre empleados de medios masivos y policía federal, el enfermero termina postrado bajo la autopista en Parque Chacabuco, ensayando mitos griegos en su mente al borde de la inconscien­cia.

“[Decía Voltaire] que toda criatura tiene padres, pero no necesariam­ente hijos, como dando a entender que todo hecho o acontecimi­ento producido en el mundo real ha tenido una causa, pero no al revés, es decir, que no todos los hechos o acontecimi­entos realmente existentes serán a su vez el origen y la razón de otros futuros”. En un misma línea, las acciones cotidianas reciben, en Pinchus, el tratamient­o minucioso de una prosa atenta a su fraseo y a la posibilida­d latente de procrear nuevas acciones; la posibilida­d de infringir un salto que salve la distancia entre anécdota y acontecimi­ento, entre chisme y crítica social, entre mito y realismo, entre costumbris­mo y aventura.

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204 págs.
$325
Pinchus Rolando A. Pérez Ediciones del Trinche 204 págs. $325

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