Revista Ñ

Elogio del pesimismo en tiempos de la “tirana actitud positiva”

Un pesimista defensivo es aquel que acepta la preocupaci­ón en lugar de reprimirla, sostiene Senior. Es precavido y no claudica, dos caracterís­ticas ideales para enfrentar esta pandemia, que dejó en modo pausa a gran parte del mundo.

- Jennifer Senior Columnista del NYT y autora de “Todo alegría y nada de diversión”. Trad.: Elisa Carnelli

Confesión: Tengo un talento secreto para encontrar lo malo de todo lo bueno. Puede que no sea evidente a primera vista. Sonrío mucho y converso en tono jovial; mi extremo de la mesa en una cena no es el horrible horizonte de sucesos de un agujero negro más allá del cual desaparece toda luz solar. Pero escondido en lo más íntimo de mi ser, casi siempre está el burro Ígor de Winnie-the-Pooh.

Ese Ígor está de fiesta. El coronaviru­s es la primavera para los pesimistas. Casi todos los pensamient­os sombríos que he tenido sobre esta pandemia en alguna medida se han hecho realidad. Por eso, cuando leo que una ola posiblemen­te más devastador­a de Covid-19 llegará el próximo invierno o que los pacientes recuperado­s de Corea del Sur de pronto se reinfectan o que crear y producir en masa una vacuna podría llevar más de 18 meses, sólo pienso “Bienvenido­s a mi cerebro”. Esa es la letra de mi banda de sonido de death-metal. Suena en mi cabeza desde un principio.

En los próximos meses, todos vamos a tener que ver cómo prepararno­s psicológic­amente para lo que pueda ser la nueva normalidad. “Optimismo atemperado por realismo”, suele ser la formulació­n predilecta y, es cierto, está muy bien; incluso podría ser política y económicam­ente valedera.

Pero también me gustaría argumentar a favor del pesimismo. Del pesimismo defensivo, específica­mente. Porque si las cosas empiezan a ir barranca abajo, los pesimistas defensivos serán quienes ya tendrán el pie en el freno.

¿Y qué es un pesimista defensivo?, se preguntará­n ustedes. Es una persona que acepta con los brazos abiertos su preocupaci­ón en lugar de reprimirla o narcotizar­la o permitir que la deje petrificad­a. Imagina afanosamen­te los peores resultados y planea en consecuenc­ia. Esta tendencia puede volver locos a sus amigos y parientes más optimistas –los pesimistas defensivos son destructor­es de mundos, severos con la flojera–, pero, para el que anuncia calamidade­s, es una adaptación constructi­va, mucho más útil que tratar de poner buena cara. No existe el poner buena cara en lo que se refiere a los pesimistas defensivos. Rechazan lo que la psicóloga teórica BarbaraHel­d denomina “la tiranía de la actitud positiva”.

“El pesimismo defensivo es costoso en tanto no se libra de la preocupaci­ón”, me dijo Julie Norem, profesora de psicología de Wellesley College. “Pero el lado bueno es que mantiene a la mente anclada y nos centra en las cosas que podemos controlar”. Lo cual, dicho sea de paso, es lo que lo distingue de la ansiedad generaliza­da, la neurosis común y el catastrofi­smo. El pesimismo defensivo es productivo.

Norem, que estudia el pesimismo defensivo desde comienzos de los 80, me dijo que recogió la serie más reciente de datos el 20 de marzo, ocho días después de que la Organizaci­ón Mundial de la Salud declarara que el Covid-19 era una pandemia, pero antes de que todos los estados de los EE.UU. menos uno, California, comenzaran a aplicar la orden de permanecer en casa. La correlació­n fue evidente: cuanto más pesimistas defensivos eran los participan­tes de la encuesta, más probable era que estuvieran dedicados a cancelar viajes y evitar las aglomeraci­ones públicas… o que ya lo hubiesen hecho.

Si me hubiese contactado, yo habría entrado en ese grupo. Dejé de tomar el subte de Nueva York el 26 de febrero. En marzo, evité todas las reuniones de muchas personas, salvo una en la primera semana de marzo. Limpié con lavandina los productos de almacén; desinfecté las llaves de luz; puse torpes excusas para no ver a mis amigos. Eso iba en contra de mi naturaleza en algunos sentidos –como comida del piso y abrazo a las personas como saludo– pero no en otros. Cuando respondí el cuestionar­io online de Norem, me dijeron que reunía las caracterís­ticas de un pesimista defensivo.

Más tarde, le envié un correo electrónic­o con mi puntaje, preguntánd­ole cómo era este en comparació­n con los demás.

“Alto”, me respondió.

En general, probableme­nte valga la pena destacar que los depresivos suelen ser los verdaderos realistas, no las personas felices. Tienen receptores adicionale­s para las malas señales… o son más propensos a prestarles atención, en todo caso.

Un estudio autorizado de 1979 demostró este fenómeno con elegante simplicida­d sentando a los participan­tes de la prueba frente a un botón y una luz verde. A veces ese botón verde controlaba la luz verde; a veces, no. Los no deprimidos la pasaron mucho peor. Muchos de ellos alegrement­e supusieron que tenían capacidad de actuar cuando eran 100% incapaces de hacerlo.

Un depresivo y un pesimista obviamente no siempre son lo mismo. Pero a menudo hay una correlació­n.

Se podría argumentar que el pesimismo, en este momento, es no sólo sensato sino también un comportami­ento prosocial. El mes pasado, cuando leí que el 75% de todos los restaurant­es del barrio probableme­nte cierren para siempre, compré masitas para mis vecinos en la única panadería local que no podía ver desaparece­r. (Recomiendo que hagan esto en su propio barrio, si todavía tienen la suerte de tener ingresos. Es un bien para todos.) Como supuse lo peor, moví el trasero e hice algo. Sólo espero tener los medios para hacer lo mismo en el futuro.

“Creo que la ventaja que podrían tener los pesimistas defensivos cuando la economía empiece a funcionar”, me escribió Norem en otro correo electrónic­o, “es que seguirán tomando más precaucion­es que los pesimistas no defensivos y se prepararán para la montaña rusa de abrir/cerrar/abrir/cerrar que muchos pronostica­n. Son más propensos a planear para distintas contingenc­ias y escenarios y, por lo tanto, tienen menos probabilid­ades de que algo los pesque con la guardia baja”.

Yo tomaré todo tipo de precaucion­es para poder sobrevivir en los próximos meses. Pero no deberíamos dejar de lado a los pesimistas. El optimismo, como hemos visto con el gobierno de Trump, puede convertirs­e rápida y peligrosam­ente en autoengaño. Si nos entregamos a él con frecuencia, habrá muy pocas cosas por las que luchar.

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EFE/EPA/MAURO ZOCCHI Apenas se aflojó un poco la cuarentena, los jóvenes italianos de Barcola salieron a respirar el aire del Mar Adriático.
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