Queríamos y odiábamos tanto a Tito
Nostalgia, añoranzas del Este. Pese al virus, se recordó al atípico líder comunista que presidió la ex Yugoslavia. Su figura divide a los historiadores.
Cuarenta años después de su muerte, el legado de Josip Broz Tito, líder de la ex-Yugoslavia, sigue siendo motivo de debate entre los que destacan al unificador del país y los que denuncian un autócrata sediento de poder. A pesar de las restricciones dictadas por el coronavirus, pequeños grupos de admiradores lograron rendirle homenaje al carismático y controvertido exdirigente de la ex Yugoslavia. En Belgrado, una quincena de fieles se reunieron el 4 de mayo frente a su tumba.
También se festejó en su pueblo natal, Kumrovec, en Croacia. “Es una conmemoración modesta para un gran hombre”, afirmó Franjo Habulin, presidente de la asociación croata antifascista que organizó el acto. Tito “era un revolucionario, un comandante y un hombre de Estado unificador”, añadió. En Sarajevo, una decena de personas se congregaron frente a la estatua del mariscal. “Mientras viva, él será mi presidente”, lanzó Ibrahim Sinanovic, de 84 años. “Me dio un apartamento, permitió que pudiera estudiar, construir una casa. Todo se esfumó” desde entonces.
Tras haber expulsado a las fuerzas de ocupación nazis durante la II Guerra mundial, Tito dirigió Yugoslavia con mano de hierro durante más de 40 años, hasta su muerte el 4 de mayo de 1980 en Liubliana, Eslovenia. El mosaico de pueblos y religiones que constituían la Federación yugoslava no pudo resistir unido a la desaparición del magnético y autoritario mariscal Tito. Una década después de su muerte, asoló la región una serie de guerras que costó la vida a más de 130.000 personas. Hoy, Tito deja recuerdos diferentes en los países de la ex-Yugoslavia, y que aún conservan los estigmas de aquellas guerras. Su popularidad ha caído en las nacionalistas Croacia y Serbia.
Pero la “Yugonostalgia” no ha desaparecido de una región cuya economía está estancada. Algunos extrañan la edad de oro socialista en la que el empleo y la educación estaban al alcance de todos. “Yo era un niño en la época de Tito, pero me acuerdo de una época apacible, de mis padres jamás inquietos, de nuestras vacaciones en la costa”, dice Dragana Krstic, de 46 años, empleada de banco en Belgrado. Yugoslavia “estaba bien organizada, era respetada y yo asocio esto a Tito”, coincide Aleksandra, una montenegrina de 48 años. “En estos últimos 30 años hemos vivido la regresión en todos los sentidos del término, económico, social, cultural”.
Tito era un hombre de contrastes. Hijo de madre eslovena y de padre croata, quería ser la encarnación misma de la “fraternidad” entre los pueblos. Su tercera esposa era una serbia de Croacia. A Tito le gustaban las fiestas extravagantes, los cigarros cubanos y los yates lujosos. Autorizaba libertades impensables para otros dictadores comunistas, en materia artística o cultural. Los yugoslavos podían atravesar libremente las fronteras.
“No era un demócrata, pero para el ciudadano común, ofrecía una vida mucho más libre que en otros países comunistas de Europa”, dice en Zagreb Vedran, economista de 57 años. Sin embargo, esta libertad no se extendía al derecho a la crítica. Los adversarios de Tito lo detestan por haber encerrado en la cárcel a miles de opositores políticos, muchos de los cuales murieron. Gordana, jubilada de 77 años de Belgrado dice que “nunca” le gustaron Tito y “sus comunistas. “Su régimen confiscó nuestra propiedad privada y encarceló a quienes pensaban de forma diferente”.
La imagen de Tito, acusado de alimentar un culto a la personalidad, estaba omnipresente. En cada una de las seis Repúblicas y dos provincias, una ciudad lleva su nombre. Luego, centenares de calles y plazas han sido rebautizadas, y se han destruido monumentos erigidos en su honor.