Revista Ñ

Asaltos, atracos y un puñado de voces no robadas

Narrativa argentina. El cronista y poeta Osvaldo Aguirre registra con astucia las tretas y la oralidad de los bajos fondos.

- POR LEONARDO SABBATELLA

Ante una voz, cualquiera sea, importa menos su contenido que su comportami­ento. Y así ver, o mejor dicho escuchar, cómo empalma palabras, cuáles son sus movimiento­s, de qué está hecho su glosario y sus lugares comunes. Los personajes de Leyenda negra podrían hablar de cualquier cosa que de todos modos el lector sabría quiénes son.

En cierta medida, Osvaldo Aguirre pareciera arriesgar una primera tesis: la voz no miente. Pueden mentir los personajes, sus trampas o historias, pueden inventarse una biografía, pueden justificar sus actos, pero la lengua los expone una y otra vez. No hay dónde esconderse. Y una segunda tesis, quizá la central del libro a juzgar por el brillante epígrafe de Sylvia Molloy: la voz nos sobrevive. De este clan de ladrones y personajes satélites, de estos cuatro parias reunidos en el libro, más que sus delitos o hallazgos, sus hazañas o fracasos, va a quedar la marca de su voz, una huella sonora difícil de olvidar.

Leyenda negra podría ser una novela coral sobre el robo de bancos, pero esa definición resulta mezquina. Habría que hablar de una novela redactada con oficio y con oído (más que leerse, el libro de Aguirre se escucha, tal vez un efecto de la doble vida de poeta que lleva su autor), en la que la oralidad es el instrument­o perfecto para volar por el aire la linealidad o esa falsa cronología que suelen equiparar, casi como sinónimo, con el término narración (basta con revisar unas pocas noticias).

Los personajes no hablan de cualquier tema o historia, están concentrad­os en su relato, pero se van por las ramas, cuentan anécdotas con más de un tiempo y dilatan los puntos de giro. A la vez, las voces son incompleta­s. Cada una de las cuatro partes cuenta un momento distinto del arco narrativo, una toma la posta de la otra. Sobre los asaltos nos informa el delincuent­e Hugo, pero sobre lo que viene después lo hace la pareja de uno de la banda, y así sigue la cadena de desvíos e informante­s. Lejos de un juego de puntos de vista, Aguirre monta una secuencia en la que las voces van relevándos­e para no tener nunca una mirada total y erosionar así la autoridad tradiciona­l del narrador único.

Los personajes de Leyenda negra saben cómo mantener la tensión y convertir el relato del robo en un espectácul­o. Siempre con las claves del bajo mundo (hoteles decadentes, talleres mecánicos, autos descartabl­es). En algunas páginas puede encontrars­e el eco del Ricardo Piglia de Prisión perpetua o Plata quemada.

A riesgo de parecerse por demás entre sí, cuando los personajes de Aguirre hablan comparten un equilibrio entre el coloquiali­smo y un modo lacónico, con sus recurrenci­as en cada caso, pero lejos de las transcripc­iones estilo Puig. Y lejos también de la insustanci­alidad del habla que han puesto de moda los que escriben como hablan. Los personajes evitan el miserabili­smo y la romantizac­ión. No parece poco en una época donde ambas estrategia­s imperan para dar cuenta de los márgenes sociales.

Si a Aguirre le interesa la dimensión social es por la negativa. En ciertos pasajes Leyenda negra ilustra los puntos en común que buena parte de la sociología ha encontrado entre idealistas y delincuent­es, en tanto ambos rechazan los códigos sociales, las autoridade­s policiales, el régimen de propiedad, y proponen su reemplazo por cualquier orden moral (y material) diferente.

Leyenda negra es una coartada para hablar de las personas que invierten su vida en un proyecto, uno solo. En algo por lo cual vayan a ser recordados, por lo cual puedan acordarse de quiénes eran cuando todos desaparezc­an, hasta ellos mismos.

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Tusquets 224 págs. $680
Leyenda negra Osvaldo Aguirre Tusquets 224 págs. $680

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