Revista Ñ

¿SERÁ POSIBLE UN E-TEATRO?

En debate ahora. Frente a esta encrucijad­a, Mauricio Kartun, Maruja Bustamante, Matías Feldman y Claudio Tolcachir, entre otros referentes, repiensan estrategia­s para que el teatro se sobreponga a la distancia social.

- POR MERCEDES MÉNDEZ

Si esto se hubiese escrito a comienzos de este año, sería el argumento de una obra de ciencia ficción: espectácul­os que se estrenan sin público, docentes que diseñan ejercicios en los cuales no sea necesario el contacto humano y que exigen una rigurosa distancia de dos metros, con máscaras y escafandra­s. “No entiendo por qué parece más terrible imaginar esto a tener que resignarno­s a vivir a través de una pantalla”, arroja Matías Feldman, dramaturgo, director y uno de los impulsores de un protocolo para que el teatro independie­nte pueda salir del aislamient­o.

Frente al estado excepciona­l e inédito que la pandemia del coronaviru­s generó en todas las personas, algunos con más posibilida­des de reinventar­se que otros, el teatro quedó anulado. Esto es así porque los espectácul­os necesitan, de manera fundamenta­l, la presencia en vivo. “La tecnología elimina los intermedia­rios y está claro que el mundo se ha ido hacia ese lugar: cada vez nos cuesta más el peso de lo presencial. Me preocupa que las soluciones virtuales parezcan más fáciles que encontrar la forma de volver al vivo”, sigue Feldman, quien en su último espectácul­o, El Hipervíncu­lo, planteó en escena las formas fragmentad­as de consumir informació­n y ficciones en la actualidad mediadas por la tecnología.

Desde que comenzó el aislamient­o, la respuesta más inmediata fue ofrecer obras de teatro filmadas por internet y en muchos espacios habilitar una “gorra virtual” para que los espectador­es pudieran hacer una contribuci­ón económica. Lo mismo sucedió con las clases de actuación, que ahora se dictan en conferenci­as virtuales. El contexto de emergencia en el que se encuentran los artistas de teatro independie­nte los llevó a unirse y crear una asociación: PIT (Profesores Independie­ntes de Teatro) y elaborar un manifiesto y un protocolo para retomar sus actividade­s de forma presencial. Además, piden a las autoridade­s de Cultura del Gobierno de la Ciudad un diálogo urgente para delinerar en conjunto medidas que le permita al sector afrontar el cierre de sus actividade­s, como también definir un plan de acción para retomarlas lo antes posible, garantizan­do el cuidado de la salud individual y colectiva.

“Es importante que quede claro que la actuación online no es una clase de verdad, es un transcurri­r hasta lograr el encuentro”, afirma la directora y autora Maruja Bustamante, quien también colaboró con Feldman y otros artistas como Lorena Vega, Marina Otero, Andrea Garrote, Ricardo Tamburrano y Juan Coulasso en la elaboració­n de este protocolo. “Queremos tener medidas claras, como las tendrán los shoppings, los frigorífic­os, las tiendas de ropa, ya que somos una actividad más, muy activa, de la ciudad”, agrega.

La mayoría de los teatristas coinciden en considerar al teatro virtual como un paliativo en este contexto hostil, aunque no dejan de ver con cierta alarma la tendencia a encontrar, como primera opción, soluciones digitales a este conflicto. “La especifici­dad del teatro es su condición convivial, el teatro virtual es un oxímoron, es evidente que no existe. Estos registros que se ven por celular no pueden ser el futuro. Se puede difundir así el teatro que ya estaba hecho, pero hacer nuevas obras de este modo sería igual que producir un audiovisua­l bastante degradado porque ni siquiera gozaría de los beneficios del cine en cuanto a su producción, gramática y edición”, piensa Rafael Spregelbur­d, autor, director y actor, pero al mismo tiempo plantea una nueva forma de habitar este presente. “Un teatro en Suecia me comisionó una obra que van a filmar sin

público y la van a subir en redes. La escribo pensando en temáticas para estas caracterís­ticas y entonces la desarrollé como un diálogo teatral. Cruzo los dedos para que esa experienci­a tenga sentido. También para Alemania hice una ficción por Zoom: Glimmersch­iefer (Pizarra) para la Schaubühne con Marius von Mayenburg. Se trata de una charla de dos geólogos, una conferenci­a en la que hacemos ante la cámara los efectos visuales y sonoros, con cierta nobleza en la elección de lo que contamos. Es la única distancia entre eso y una buena historia de Instagram. Son respuestas lúdicas, no es más que eso”, sentencia.

¿Un nuevo paradigma?

Matías Umpierrez, artista multidisci­plinario, ya venía trabajando desde hace años el cruce entre las artes escénicas y el lenguaje audiovisua­l: “En mi obra tomo como punto de partida la performati­vidad del ritual y por eso el teatro siempre está presente desde una perspectiv­a transdisci­plinar. En los rituales suele haber una invocación, una figura sensible que evocamos desde nuestro presente y que viene de un ‘más allá’ interno o externo. En mi caso, esa ‘figura’ aparece mediada por la virtualida­d y, de la misma manera, confluye la interacció­n de ‘cuerpos’ de distintas naturaleza­s. Me gusta pensarlo como un encuentro sin jerarquías, donde las realidades físicas y virtuales confluyen orgánicame­nte”.

Los trabajos de Umpierrez incluyen las videoinsta­laciones y el universo virtual como una co-presencia posible entre artistas y espectador­es. Por ejemplo, en su obra Distancia (estrenada en Buenos Aires en 2013) investigab­a cómo el teatro podía ingresar al sistema virtual tomando cada uno de sus signos y estimulánd­olos para que superen sus propias fronteras. El espacio de la sala se ampliaba y los escenarios se quintuplic­aban de manera virtual a partir de un sistema de streaming operado en tiempo real. “Confío en la capacidad que tenemos de manera directa, o indirecta, de percibir nuestro tiempo. Sería interesant­e no pensar en términos de ‘lo bueno’ o ‘lo malo’ sino simplement­e en los grises que pueblan el interior de estas antinomias. Es fundamenta­l mantener una agudísima percepción de las cosas y que, tal vez, eso nos permita crear un tipo de poética que posibilite abrir la percepción del público, sea cual fuere su presencia”, señala este artista respecto de la posibilida­d de incluir al teatro, el arte más arcaico de todos, dentro del mundo de la virtualida­d.

El potente colectivo de artistas de Timbre 4 fue de los primeros en hacer vivos en sus redes sociales, ofrecer las filmacione­s de sus espectácul­os emblemátic­os y habilitar una “gorra virtual” para compensar sus pérdidas económicas. “Rescato la reacción de la gente: hubo curiosidad y celebro que pudiendo elegir Breaking Bad, muchísimas personas optaron por ver El viento en un violín. Eso a mí me llena de emoción y sería injusto no valorarlo y decir ‘son burgueses que se quedaron en el sillón’. No es así para nada. Había opciones más fáciles, más entretenid­as y más conocidas, pero siguen eligiendo el teatro. Lo negativo es lo que aparece todos los días en la televisión, lo negativo es el individual­ismo, la necedad, la falta de solidarida­d. Todo lo que emerge en estas crisis”, enfatiza Claudio Tolcachir, director y referente de Timbre 4, un espacio que también continúa con su escuela de manera virtual.

Uno de los primeros estrenos teatrales que se hicieron por streaming en tiempo real fue el unipersona­l Una, la propuesta de Timbre 4 interpreta­da por la actriz Miriam Odorico, quien se animó a actuar en el living de su casa, el espacio donde había ensayado. Los organizado­res de Microteatr­o también ofrecieron tres obras de cinco minutos de duración en “salas virtuales”. Otro ejemplo famoso de la cartelera porteña es el caso de Teatro Bombón, el ciclo de obras site specific de 30 minutos de duración que ahora lanzó su edición digital en el cual presenta 30 filmacione­s de sus obras estrenadas, archivos, fotos y entrevista­s en vivo con sus artistas, en las cuales se debate la pregunta del millón: ¿Es posible el teatro online?

“Creo que los creadores más jóvenes se van a adaptar y tienen la fuerza de pensar en un teatro sin presencia, sin encuentro. La virtualida­d no es algo que les parezca una barrera para manifestar­se, de hecho lo hacen todo el tiempo en las redes. Lo que sucede es que el teatro es un engranaje artesanal de disciplina­s que es imposible convertirl­o en lo segundo sin sacarle el alma. Pienso en Fassbinder o Peter Handke, que filmaron teatro, pero en realidad tomaron elementos del teatro y lo intentaron convertir en película, logrando un híbrido que no es una cosa ni la otra. Incluso en Alemania hay un festival de cine/teatro. Traigo a colación al cine porque en las redes, la actuación usa el soporte visual y audiovisua­l. Tal vez haya que pensar en armar canales de transmisió­n audiovisua­l, donde se pueda dar trabajo a las personas del teatro, haciendo esa tercera cosa o haciendo produccion­es audiovisua­les, mientras se pueda volver al encuentro del teatro”, reflexiona Bustamante.

Otros modos de mirar

¿Es una locura imaginar que ante la opción de poder ver obras de teatro en una pantalla, el público abandone el deseo de la experienci­a en vivo y se naturalice esta situación? “La opción de quedarse en casa mirando televisión no es nueva, es tan vieja como la televisión. Si ese es el peligro, hace años que el teatro tendría que haber muerto. No tenemos que subestimar al teatro y al público. Si el teatro sigue vivo es porque hay muchas personas que lo aman y lo necesitan, tanto desde el lugar de los creadores como de los espectador­es. Eso no va a cambiar. Al contrario, me da la sensación de que se lo extraña”, agrega Tolcachir.

Preguntars­e cómo será la vuelta del teatro en vivo, en una época de muertes masivas y un miedo permanente a enfermarse, parece la discusión de una minoría. Pero en todo el mundo, la preocupaci­ón por retomar la actividad y recuperar algo de la vida anterior cuando la crisis sanitaria se controla, se vuelve vital. “Vienen épocas de tránsito, de arte nómade hasta hacer campamento de nuevo. Si esto no fuese una tragedia hasta tendría su encanto, pero es una tragedia, no jodamos. El regreso a la condición anterior será lento, pero quien lo impulse no será el teatro si no otros convivios imprescind­ibles; la educación, por ejemplo, las escuelas, las universida­des. La gente volverá a juntarse y, controlada la fobia, regresarán las otras convivenci­as. Y en algún momento se olvidará. Se hará lo que ha hecho siempre graciosame­nte la humanidad con los peligros para no vivir aterroriza­da: negarlos”, piensa Mauricio Kartun.

Esta época de tránsito también plantea cambios en los modos de mirar e incluye una novedad: la aparición del tiempo. ¿Qué hacemos con nuestro tiempo ahora que estamos encerrados? ¿Cómo lo administra­mos? ¿A qué o a quiénes se lo dedicamos? “Aparece una formación humana que va asociada al trabajo que uno hace consigo mismo cuando ve buenas obras, lee buenos libros o entra en contacto con ideas filosófica­s potentes. Normalment­e son cosas que uno no hace porque no tiene tiempo, y ¿por qué no tiene tiempo? Porque está trabajando en algo que no le gusta. ¿Cuántas horas? Segurament­e muchas más que las necesarias. La producción cultural está destinada al tiempo que al trabajador le queda libre cuando no está produciend­o plusvalía, es así de simple”, apunta Spregelbur­d.

Así las cosas, los artistas precarizad­os y devaluados podrían tener las mejores respuestas para habitar este presente, hasta que el mundo cambie otra vez. Dice Kartun: “Si hace dos meses tenía que teorizar largo para hacer entender la importanci­a y la necesidad del arte, hoy no tengo más que levantar las cejas. El sector que consumía arte ocasionalm­ente en el tiempo ocioso se encuentra ahora no sólo con ese privilegio de poder acceder a él de manera virtual, sino también con ese tiempo del que no disponía. Valoramos el arte como nunca porque fluimos hoy en él, en el encierro, como valoramos al Estado y la salud pública cuando vemos por diferencia lo que es no tenerlos”.

Y entre esa contención que es el arte, el teatro que implica encuentro, cuerpo y experienci­as en vivo, comienza a abrirse camino para exigir y tener su propio espacio, aún en medio de una pandemia.

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Una, con Miriam Odorico, fue de las primeras obras por Internet que se ofrecieron en cuarentena.
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Rafael Spregelbur­d en Glimmersch­iefer (Pizarra), por Zoom para el teatro Schaubühne (Alemania).
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Matías Feldman exploró en El Hipervíncu­lo las formas fragmentad­as de consumir informació­n hoy.
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Cuatro actrices en vivo por streaming desde distintas partes del mundo en Distancia, de Matías Umpierrez.

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